Los vegetales que llevamos a la mesa han sido intervenidos con tecnologías y sistemas agroindustriales que los han mejorado, y adaptado a las exigencias de la población. A lo largo de miles de años, el hombre ha replanteado sus cultivos. Es hora de intentarlo una vez más, para adecuarlo al calentamiento del planeta y las adversidades del cambio climático.
Las viejas estrategias de mejorar el tamaño y el rendimiento ya no son suficientes. Décadas de emisiones de gases de efecto invernadero nos han alcanzado. Y es probable que el mundo se caliente al menos 2 grados Celsius para mediados de siglo, y aumenten las tormentas extremas, lluvias y sequías. Esto incide en las condiciones de los cultivos. Están cambiando más rápido de lo que los agricultores y sus cosechas pueden hacerlo.
Zachary Lippman, profesor de genética en Cold Spring Harbor Laboratory, compara la situación con una carrera armamentista, solo que esta vez estamos compitiendo contra nosotros mismos.
Agronegocios como Cargill y Archer Daniels Midland son conscientes de la batalla y apuestan sobre todo a que la mejora de la reproducción de cultivos, utilizando las últimas técnicas de ingeniería genética, salvará el día. Lippman duda que sea suficiente.
“Ganar la carrera armamentista contra el cambio climático va a ser un gran desafío”, dice. Continuar afinando las características de los cultivos existentes, haciéndolos aún más especializados, solo podría hacer que los desafíos sean mayores. Necesitamos abordar una de las debilidades básicas de la agricultura moderna: una dependencia extrema de unas pocas cepas de algunos cultivos, en particular maíz, trigo, arroz y soja.
El cambio climático afecta los cultivos
El cambio climático y sus alteraciones afectan a los cultivos y las formas de emprender la actividad primaria del agro. Resolver la crisis alimentaria y climática requerirá volver a lo básico, encontrar formas de hacer que nuestra combinación de cultivos sea más amplia en lugar de restringirla.
“Necesitamos pensar en cómo funcionaba la domesticación en general, hace miles de años”, sostiene Lippman. En aquel entonces, las formas tempranas de cultivos modernos podían sacarse de su área de distribución geográfica original y cultivarse en nuevos lugares. Por cuanto agricultores y criadores seleccionaban mutaciones que permitían que ocurrieran esas adaptaciones, advierte el experto.
Podemos hacerlo nuevamente agregando cultivos que se pasan por alto al suministro de alimentos principal. Y trabajando para ampliar el acervo genético agrícola después de siglos de ir en sentido contrario. Ese ajuste ayudará a garantizar que los agricultores tengan cultivos adecuados para las condiciones de crecimiento extremas que probablemente encontrarán en las próximas décadas.
«No hemos hecho un buen trabajo para maximizar la diversidad», adiciona Lippman. «Y la diversidad es lo que necesitas para ganar la batalla del cambio climático».
El renacimiento de los cultivos huérfanos
Anticipándose a los efectos del cambio climático, ya existen alternativas agrícolas en forma de cultivos huérfanos. Esto es, los que se cultivan a pequeña escala en algunas partes del mundo. Pero que no se han beneficiado del mejoramiento y la investigación en la misma medida que los cultivos grandes y principales.
Algunos ya están adecuados para condiciones relativamente cálidas o secas. Debido a que no han pasado por el mismo tratamiento que el maíz, la soja y el trigo. Los huérfanos tienen más potencial sin explotar.
El primer obstáculo para adoptar cultivos huérfanos es identificar los más prometedores y llamar la atención sobre ellos. La quinua es un excelente ejemplo de un cultivo huérfano que languidecía en la oscuridad. Se consumió durante miles de años en la región andina del norte de América del Sur, pero se conoció más allá de sus fronteras.
A partir de los ochenta, comenzó a llamar la atención como un grano tradicional saludable y se benefició de una amplia investigación y comercialización. Ahora se está convirtiendo en un producto muy atractivo. La producción mundial se triplicó con creces, a 230.000 toneladas métricas, entre 2009 y 2019.
Muchos otros cultivos huérfanos podrían volverse cada vez más importantes a medida que el cambio climático desestabiliza el sistema agrícola existente. El equipo de Lippman en Cold Spring Harbor Laboratory investigan a los huérfanos de la familia de las solanáceas, un grupo diverso que incluye tomates, papas, berenjenas y pimientos.
Existen al menos 25 cultivos huérfanos en esta familia, y hay muchos otros parientes silvestres sin cultivar que tienen potencial de cultivo. Lippman está particularmente interesado en la berenjena africana domesticada, cultivada por su fruto, y un pariente silvestre, Solanum anguivi, cuyas hojas se comen. Solo las comunidades locales las comen porque no ha habido mucho interés en convertirlas en cultivos alimentarios convencionales.
“Hay docenas de plantas de solanáceas que tienen un potencial agrícola más extendido de lo que creemos actualmente”, dijo.
Pensar en una agricultura moderna desde cero
En un mundo que se calienta por el cambio climático se necesitan rehacer los cultivos. Insiste el investigador en que las viejas estrategias de mejorar el tamaño y el rendimiento ya no son suficientes.
En colaboración con el biólogo de plantas Yuval Eshed del Instituto de Ciencias Weizmann en Israel, Lippman ha estudiado genes de domesticación en plantas de tomate. Ellos y otros investigadores han descubierto que la domesticación produce efectos beneficiosos al alterar los mismos genes en diferentes linajes de plantas.
El conjunto de genes asociados con la domesticación de muchos cultivos dirige la producción de dos hormonas clave, florigen y antiflorigen. Estas controlan el momento de la floración y cuántas flores se producen en cada planta. Así como el crecimiento y la ramificación de los tallos de las plantas. Los descubrimientos recientes sugieren que centrarse en este puñado de genes podría acelerar la mejora de cultivos huérfanos. Incluso permitir la domesticación de plantas silvestres con potencial de cultivo.
Eshed y Lippman están entusiasmados con las leguminosas huérfanas, como el garbanzo resistente a la sequía, que tiene un gran potencial para un cultivo más amplio. El teff, un cereal resistente y rico en proteínas que se cultiva en África, es otro cultivo huérfano cuya producción podría ampliarse enormemente.
Lippman sugiere pensar como si estuviéramos creando una agricultura moderna desde cero. «Podemos centrar nuestra atención en los genes y familias de genes que, a lo largo de la historia, han demostrado haber sido los más importantes para impulsar los cambios de rasgos que nos dan el tipo de agricultura que tenemos hoy”, destaca.
Por supuesto, “hay muchos más cambios en otros genes que también fueron importantes y deben tenerse en cuenta”.
Lee también: