Los esfuerzos por limpiar la imagen y minimizar los horrores causados por los regímenes de Hugo Chávez y Nicolás Maduro tienen un largo historial. Puede decirse que se iniciaron en 1999, el año que comenzó la tragedia venezolana. Conviene recapitular sobre algunas de las prácticas con que se ha intentado —a veces con relativo éxito— blanquear la imagen del régimen.
La ejecución de la primera estrategia se debe, principalmente, a la izquierda latinoamericana y europea que, pagada con dineros de los venezolanos, actuaron como voceros y promotores de la Revolución Bolivariana.
Durante años, y hasta el 2014 aproximadamente, los Iglesias, Monederos, Errejones y Bonafinis; los Evo Morales, los Ortega y los Murillo, los Mujica y los Vázquez, los Golinger y los Chomsky y los Garzón; y los Anguita, los Lula y los Rouseff, los Kirchner y los Maradona, los Petro y los Córdoba; los Castro y sus servidores policiales y propagandísticos.
Y toda una extensa lista de parásitos, chulos y vividores se dedicaron a repetir —y todavía lo hacen, aunque ahora con la cabeza gacha y con voz cada vez menos audible— que en Venezuela se había erradicado la pobreza, acabado el analfabetismo para siempre, diseminado por el territorio exitosos programas de salud, incentivada la producción industrial, agrícola y ganadera.
Todavía más, falseando los hechos, comparaban los supuestos avances del chavismo con la situación de Venezuela antes de 1998, para denigrar y negar las indiscutibles realidades que la democracia había alcanzado.
Se hicieron campañas, cuyo costo fue milmillonario, dentro y fuera de Venezuela, que proclamaba que “ahora Pdvsa es de todos”. En largas cadenas de radio y televisión, avisos desplegados en la prensa internacional y una múltiple actividad propagandística, se mostraba una industria petrolera que había sido convertida en el núcleo directriz y financiero de programas sociales.
Chávez dijo una y otra vez, que los dineros del petróleo, bajo su mandato, beneficiaban “directamente al pueblo”. Simultáneamente, los repetidores cumplían con su parte del contrato: repetir lo que no eran más que burdas mentiras. Es emblemático el ejemplo de Néstor Kirchner que declaró en el año 2005 que la gestión de Pdvsa bajo el mando de Chávez era un “ejemplo para América Latina”.
Una de las más perversas maquinaciones de blanqueo del régimen ha tenido como principal procedimiento igualar al gobierno y a la oposición: presentar la crisis venezolana como la lucha entre dos facciones por el poder, entre dos fuerzas más o menos semejantes que podrían aliviar la situación de los venezolanos si dialogaran y alcanzasen algunos acuerdos.
Una variante de este recurso de blanqueo ha sido protagonizada por Lula, Ernesto Samper Pizano y otros que difunden una imagen del régimen torturador y asesino como víctima de la intransigencia de la oposición democrática: la crisis venezolana no encuentra solución porque los liderazgos opositores se niegan a llegar a un acuerdo.
Hay que recordar que, entre quienes contribuyen al blanqueo de la imagen del régimen de Maduro están los falsos opositores que han pactado su participación en la farsa electoral del 6D, los que se han beneficiado del asalto a los partidos políticos por parte del TSJ y el CNE, los empresarios dedicados a opacos negocios con el gobierno, y ese mínimo sector de la población que lleva una vida de dólares y bodegones, enchufados y funcionarios del régimen, cuyas existencia transcurre de espaldas al sufrimiento de 95% de la población.
A lo largo de los últimos seis o siete años, varias de las iniciativas —irreales e ilusorias— de establecer mecanismos de diálogo para superar la debacle venezolana, no solo han sido totalmente inútiles (porque en realidad el régimen ilegal, ilegítimo y fraudulento no tiene interés alguno en dialogar ni conceder nada), sino que también han sido hábilmente aprovechadas por políticos, periodistas y voceros de la izquierda internacional para señalar a los demócratas como responsables del fracaso.
Una operación mental propia del blanqueo consiste en establecer falsas analogías entre la oposición y el gobierno. Por ejemplo, en estos días he leído reportajes que hablan del 6D y del 12D como dos procesos electorales, uno de Maduro y otro de Guaidó, como si en el primero no estuviese en juego nada menos que la destrucción de la Asamblea Nacional, el único poder público legítimo que sobrevive en Venezuela. Los blanqueadores establecen semejanzas entre ambos procesos, y no dicen ni una palabra sobre el gigantesco fraude que se ha preparado a la vista del planeta entero, sin que los demócratas hayamos podido impedir su realización.
Más recientemente, con abierto descaro, hay voceros que, simulando ser ajenos al gobierno, hacen comparaciones verdaderamente escandalosas: comparan las tasas de inflación de los años ochenta y noventa en Venezuela con la hiperinflación de los últimos cuatro años. El colmo es que afirman que el programa económico de la oposición es el mismo que el del gobierno, solo que cambian los socios. Peor, en una declaración se dice que la Ley Antibloqueo gusta más a la oposición que a los aliados del chavismo. El puro absurdo.
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