Un biógrafo escribiría: Desde que tuve uno de mis primeros encuentros narcisos frente al espejo supe que mi destino sería llegar a ser un sutil auscultador de almas. Solo conociendo bien la mía y mi cuerpo, y estudiando muchas disciplinas simultáneamente, pude aproximarme a comprender una pequeña parte del funcionamiento del mundo, de la historia, de la verdad, y acerca de los otros.
El ser humano, desde su aparición en el universo, ha ido variando su actitud. Unas veces actuando en nombre del progreso y la paz; otras, negándose a sí mismo y operando para la guerra, la destrucción de la naturaleza, de las instituciones y, especialmente, de sí mismo. Nunca sabemos cuánto bien o cuánto mal puede prodigar un ser humano hasta que descubrimos las dimensiones de su alma.
Sobran logros y descubrimientos que lo muestran como una hermosa criatura que sorprende y deleita con sus iniciativas y procederes. Pero también ese mismo ser humano puede ofrecer el lado oscuro de su psiquis y su espíritu. El instinto depredador, la acumulación de odios, los residuos de sufrimientos antiguos que él mismo desconoce y, sobre todo, sus enormes dosis de violencia contra su propia condición humana.
El individuo por sobre todas las cosas
Nunca antes experimenté tan de cerca en el mundo el triunfo del liberalismo y con ello la victoria del ser humano individual como único, específico, diferente y a la vez tan igual. Nunca tampoco percibí más desplazada la lucha social por los movimientos culturales, las nuevas organizaciones no gubernamentales y el individuo como protagonista de la historia, a pesar de los vientos autocráticos que recorren el mundo.
A este respecto viene una bonita expresión del francés Alain Touraine:
Hay que dejar libre el mayor espacio posible para la construcción del sujeto por sí mismo. Siento la mayor desconfianza, e incluso la mayor hostilidad, hacia todas las definiciones de la acción colectiva que no se refieran a una experiencia personal y vivida, de defensa de la libertad, de la dignidad y hasta de la justicia. (…) Detesto el lenguaje militar utilizado para referirse a la acción colectiva. Me aterra el unanimismo. Si veo a cien mil personas que levantan la mano me siento prisionero de ellas, pues no estoy seguro de que equivalga a cien mil veces una persona que se compromete personalmente. ¡Y yo no levanto la mano!
La biografía para conocerme y conocer
En la biografía, esa privilegiada rama de la historia y de la literatura –pequeña y aguda disección del individuo en su complejo universo físico, mental y espiritual– quizá haya encontrado el sendero para registrar admiración y devoción por perfiles humanos dignos de ser exaltados como referentes para sus descendientes, sus amigos y los otros, para ayudarlos a crecer y a ser.
Creo que la vida es un arte y el ser humano el más genuino de todos los artistas. Me consagro a dibujar su mejor parte. El cultivo de la belleza de su alma, del amor, de sus sueños y su invocación a los dioses cuando clama y se encuentra perdido.
Persuadido del enorme y mágico poder de sanación probado a lo largo de su historia, ante las privaciones, las heridas y las mutilaciones a su cuerpo, consecuencia de su degradación, de sus arrebatos de cólera, de las guerras y los daños infringidos a él por la propia naturaleza.
Convencido, igualmente, de la gran versatilidad que ha mostrado para adaptarse a las mutaciones del alma que le han hecho experimentar tragedias y felicidades, dolores y placeres, que lo hacen cada día más sabio y excepcional.
Inerme y solitario, ha sabido sobrevivir por milenios a las contingencias de su propio crecimiento y al desarrollo desmesurado de la ciencia y la tecnología. Huérfano, se ha encontrado a sí mismo y ha vuelto de nuevo a hallar el camino.
La historia de la biografía
La biografía, al igual que los otros géneros, tiene su historia. Tuvo sus orígenes con Plutarco, pensador griego nacido en Queronea (50 d.C.-120). Autor de Vidas paralelas, un conjunto de biografías de griegos y romanos notables, trabajadas en forma de pareja con el objeto de comparar virtudes y defectos comunes. Fue escrita, principalmente, para dar a conocer la influencia del carácter sobre la vida y los destinos de los hombres más famosos de esas dos regiones que son la cuna de la civilización occidental.
Plutarco y sus Vidas paralelas, según algunos historiadores, tuvo gran influencia en las letras hispánicas. Fue traducido por primera vez al aragonés en 1389, por el Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, Juan Fernando de Heredia (1310-1396). El maestro Quevedo haría una traducción glosada de la vida de Marco Bruto, que los especialistas consideran una de sus mejores obras.
Hay quienes opinan que Montaigne no hubiese podido escribir sus ensayos sin antes leer la traducción francesa de las vidas paralelas de Amyot (1559), y Juan Jacobo Rousseau, quien lo estudió de niño, no habría defendido con tanta admiración las leyes y las virtudes de Esparta. Ninguno de los autores de la antigüedad, a decir de la Enciclopedia Británica, fue más popular que Plutarco durante la Revolución Francesa.
Pero no fue solo en España y Francia donde fueron estudiados y difundidos con vigor y profusión los escritos de Plutarco. Shakespeare, en muchas de sus obras, parte de la traducción de Vidas paralelas que Thomas North hizo desde la famosa traducción al francés de Amyot. Waldo Emerson y los trascendentalistas fueron influenciados por otra de sus grandes obras: La Moralia. Boswell cita los comentarios sobre la escritura de las Vidas paralelas de Plutarco en su Vida de Samuel Johnson.
Litton Strachey le da vida y la populariza
La biografía no logró grandes avances a través del tiempo. En el siglo XIX, el género se hizo monótono y aburrido. No alcanzó popularidad. Tendría que llegar el inglés Litton Strachey (1880-1932). A principios del XX impuso un estilo ágil y conciso con su célebre obra Victorianos eminentes (1918).
Sus biografías de del cardenal Edward Manning, Florence Nigthingale, Thomas Arnold y el general Charles George Gordon le abrieron otros horizontes al género al asumir hacia el pasado un tono irreverente y, para algunos, levemente pornográfico. Retrato literario, en un estilo donde predomina brevedad.
Son los tiempos del francés André Maurois (1885-1967), con su estilo elegante y serena prosa, autor de las biografías de Shelley, Disraeli, George Sand, los tres Dumas, Lord Byron y Marcel Proust, entre otras. Del alemán Emil Ludwig (1881-1948), autor de biografías históricas que consideraba un arte con reglas precisas y fronteras bien delimitadas. Lo hizo en las obras sobre Lincoln, Goethe, Napoleón, Bismark, Cleopatra, Rembrandt y Simón Bolívar.
La biografía moderna, un retrato del alma
El escritor español Carlos Soldevilla dice que para llegar al concepto moderno de la biografía, en el que no solo se exige respeto a los hechos, sino sagacidad para interpretarlos y arte para componer con ello una obra significativa, palpitante y bella, ha sido necesario el apoyo de la novela que se cumple con las obras de Dickens, Balzac, Stendhal, Tolstoi y Dostoievski.
Pero también, la madurez de los métodos históricos y su fusión con el sentimiento estético realizado por los grandes historiadores: Burchardt, Ranke, Michelet, Fustel de Coulanges, Macaulay y Carlyle, y, por fin, el desarrollo de la filosofía en conexión con el de la biología y la moderna psicología que tiene su punto de crisis en Freud.
Pocos biógrafos y pocas biografías han logrado una estelar fusión de novela, historia, filosofía, biología y psicología para producir obras de arte admiradas de manera permanente a lo largo de los años con la belleza, la pasión, la verdad y el sentimiento, con la que fueron valoradas y asumidas por los lectores más allá del tiempo histórico en el que fueron escritas.
Especialmente, recuerdo dos biógrafos y algunas biografías que logran de manera magistral esa mezcla tan integral y vital de la que habla Soldevilla: el austríaco Stefan Zweig (1881-1942) –con Fouché, María Antonieta y sobre todo con Dostoievski– y la primera mujer en entrar a la Academia de la Lengua Francesa, la belga-francesa, Marguerite Yourcenar (1903-1987) con sus Memorias de Adriano.
Vidas aburridas y vidas estimulantes
Cuando hablamos de biografías, me atrevo a distinguir entre una vida creativa y una vida intensa. En el caso de Marco Aurelio, Goethe, Samuel Johnson y el mismo Jorge Luis Borges, cada uno con una obra prolífica en la creación filosófica y literaria, pero –en mi opinión– de vidas aburridas y poco estimulantes. En ellos acontece lo que decía Octavio Paz, sus vidas son sus obras.
El caso de Colón y Magallanes. Colón, un gran descubridor. Magallanes, una vida intensa y contradictoria digna de ser compartida desde el principio hasta su penoso fin en una isla remota del Pacífico, a manos del jefe de una tribu de salvajes llamado Sibalapapu.
Hay casos en que vida y obra corren en paralelo y no se sabe qué resulta más gratificante, sugestivo y apasionante para el lector, si una o las dos: Rimbaud, Baudelaire, Poe, Picasso, Modigliani, Proust, Dostoievski, Vicent van Gogh o Mozart. Sin embargo, a veces esa bella conjunción de vida y obra es desperdiciada en la escritura del biógrafo, que no logra enlazar con los suyos, los músculos, los huesos, la sangre y los nervios del personaje y este se diluye en los prejuicios, la abulia y la falta de oficio.
Para crear, el primero de los actos que debe acontecer es que el autor se enamore del personaje. Es decir, que nazca en él. El otro es un exagerado apetito de belleza. Solo así se inicia el idilio que es parte de un entramado de salidas y llegadas de componentes, en que las disciplinas de las que habla Soldevilla aparecen como obra de la magia.
No es sumatoria cronológica de estudios, anécdotas o sucesos más o menos relevantes. Es cruce disperso de información escrita, oral, estética y lógicamente imaginada e intuida. Y que, bien tratada, logra hacer de la vida de un ser humano único, un laberinto de encuentros y desencuentros donde él y su corte de familiares, amigos y enemigos, colaboradores e intrigantes cercanos y distantes, se retratan y son retratados horizontalmente, en la elaboración de un fresco tan sublime, que puede ser contemplado placenteramente por el buen lector como un majestuoso retrato de Antón Van Dyck.
Después de todo, un biógrafo es un novelista que prueba su honestidad y sus dones al crear belleza a través de la vida de otro. Una versión moderna de Dante esta vez intentando auscultar almas de la mano de varios virgilios.