El afán del ser humano de apropiarse de su entorno y de la naturaleza conoce pocas fronteras. Pero entre ellas siempre ha estado el Ártico, una región que hasta ahora se vislumbraba como muy fría, distante e inhóspita como para intervenir en ella. Sin embargo, es una de las principales afectadas por el calentamiento global y a medida que su banquisa se va derritiendo, las ambiciones de las grandes potencias en sus recursos naturales van en aumento.
Aunque el deshielo del Ártico es una tragedia medioambiental, para las potencias con soberanía en el territorio significa tener acceso a petróleo, gas natural, carbón, hierro, plata, oro y zinc. Se estima que debajo de la capa de hielo que cubre el Ártico se encuentra el 25% del petróleo que queda por explotar en el planeta. Eso equivale a la misma cantidad que se encuentra en Arabia Saudita.
Desde 1996, las ocho potencias árticas (Estados Unidos, Rusia, Canadá, Dinamarca –por Groenlandia y las Islas Feroe–, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia) se reúnen en el Consejo Ártico con el objetivo de promover la cooperación en relación con la región. Aunque las fronteras terrestres están delimitadas, las tensiones giran en torno al espacio marítimo y la militarización del territorio.
Estos países acordaron regirse por la Convención sobre el Derecho del Mar de Naciones Unidas, que fue ratificada en 1986. Según este convenio, a los países limítrofes a la región ártica les pertenecen los recursos naturales que se encuentren en el fondo marino y el subsuelo hasta los 322 kilómetros (200 millas) desde su territorio.
Rusia busca la supremacía
En agosto de 2007 dos submarinos rusos descendieron 4.200 metros al fondo del océano Ártico y plantaron una cápsula de titanio con la bandera del país. Una de las tripulaciones estaba dirigida por el explorador polar y entonces vicepresidente de la Cámara de Diputados rusa, Artur Chilingárov. Fue un hecho simbólico, sin ningún peso legal, que dio la vuelta al mundo y fue condenado por Occidente. “No estamos en el siglo XV. No puedes ir plantando banderas y diciendo ‘este es mi territorio’”, declaró Peter MacKay, quien era el ministro de Exteriores de Canadá.
Sin embargo, la acción puso en evidencia el gran interés de los rusos sobre la región ártica y los recursos que tiene. Y no es de extrañar pues, precisamente, 2007 fue uno de los años más cálidos de la historia y la banquisa del Ártico disminuyó hasta los niveles más bajos de los que se tenía registro hasta esa fecha. A partir de entonces, la región no ha dejado de calentarse. Desde el siglo pasado las temperaturas han aumentado un promedio de 3ºC, que es más que el doble de la media. Igualmente, el hielo no ha parado de derretirse. De hecho, según un estudio de la revista Nature publicado el año pasado, el deshielo en el Ártico se ha triplicado desde ese año y en 2012, la extensión helada volvió a alcanzar mínimos históricos, 18% menos que en 2007.
Asimismo, del hielo que queda gran parte es estacional y más delgado, por lo tanto menos resistente, mientras que los témpanos más antiguos están desapareciendo. El incremento del agua marina en el Ártico también colabora con el aumento de las temperaturas debido a que es más oscura y absorbe más radiación solar. Por lo tanto, la situación entra en un círculo vicioso.
Desde el siglo pasado las temperaturas han aumentado un promedio de 3ºC en el Ártico, que es más que el doble de la media.
En este escenario, Rusia es uno de los que más le ha sacado partido a su territorio ártico. Especialmente en materia energética. En 2017 inauguró una planta de gas natural en la península de Yamal, que suministra a España. Asimismo, el gigante euroasiático cuenta en la actualidad con 45 rompehielos operativos, entre los que hay cuatro propulsados por energía nuclear. Igualmente, para 2024, Rosatom, la empresa estatal de energía pública rusa, tendrá disponibles tres nuevos rompehielos LK-60: el ‘Arktika’, el ‘Sibir’ y el ‘Ural’. Para 2030, se agregarán dos nuevos buques. El costo estimado de cada uno de ellos está entre los 500 y los 1.500 millones de dólares.
Chernóbil flotante o Titanic nuclear
La ruta del mar del Norte (NSR, por sus siglas en inglés) podría significar una nueva vía de tráfico comercial que va desde el Atlántico al Pacífico a lo largo de la costa rusa de Siberia y el Lejano Oriente. Cruza cinco mares árticos: Barents, Kara, Laptev, Siberia Oriental y Chukchi.
Igualmente, el país presidido por Vladimir Putin lanzó el año pasado la Akademik Lomonosov, la primera de una serie de plantas nucleares flotantes que tendrán como objetivo ser explotada en el Ártico y abastecer de energía a ciudades portuarias remotas, en las que las temperaturas alcanzan hasta 50 grados bajo cero, o a las plataformas petroleras ubicadas en alta mar. La planta cuenta con dos reactores nucleares de 35 megavatios cada uno, parecidos a los que usan los rompehielos rusos y tiene un casco que pesa 21.500 toneladas. Con 144 metros de largo y 30 de ancho, posee la capacidad de satisfacer las necesidades energéticas de 100.000 personas.
A series of comprehensive tests have successfully been completed at the unique floating nuclear power unit (FPU) Akademik Lomonosov. Once it receives its operating license, the FPU will be towed to Pevek in Russia’s Chukotka region to offer a clean and sustainable energy supply. pic.twitter.com/9PPxFEIbRy
— Rosatom Global (@RosatomGlobal) April 24, 2019
Este proyecto ha sido calificado como un “Chernóbil flotante” y el “Titanic nuclear” por grupos ecologistas, que califican de extremadamente peligroso que este tipo de buques se exponga a los vientos y al oleaje del Ártico. Sin embargo, Rosatom asegura que la embarcación es resistente y cumple con los requisitos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) para no constituir ninguna amenaza para el medioambiente.
Por supuesto, las aspiraciones de Rusia en el Ártico no son meramente comerciales. También tiene una profunda raíz en la historia militar del país, ya que la región fungió como un importante territorio durante la era de la Unión Soviética. En 2014 abrió una vieja base militar en la zona y desde entonces ha construido 475 nuevas áreas militares, entre las que se incluyen 16 puertos. Entre sus últimos desarrollos militares se encuentra el rompehielos militar Ilia Muromets, que se unió a la flota rusa hace dos años. Cuenta con 6.000 toneladas de peso con capacidad para quebrar hielo de hasta 1,5 metros de grosor. Es parte del “Proyecto 21180”, que prevé la construcción de otros cuatro buques similares. Hasta ahora, el Ilia Muromets permite a los rusos realizar incursiones militares en áreas de difícil acceso y, sobre todo, reabastecer las bases que se hallan en la zona.
Estados Unidos no quiere quedar rezagado
Ante esta situación, Estados Unidos no se quiere quedar a la deriva del liderazgo ruso. El año pasado, un artículo de The Times destacaba que desde el gabinete del presidente Donald Trump criticaban la falta de una estrategia más contundente hacia el Ártico. A diferencia de los rusos, los norteamericanos solo cuentan con dos rompehielos operativos. En la última reunión del Consejo Ártico realizada en Finlandia el pasado mes de mayo, el Secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, ya avisó de que “la región se ha convertido en un espacio de poder y competencia mundial”, a medida que es más accesible por el derretimiento del hielo polar.
Pompeo explicó, en referencia a la gran militarización de Rusia en la zona, que “solo porque el Ártico sea un territorio salvaje no significa que deba convertirse en un lugar sin ley” y se refirió a las posibles nuevas rutas de tráfico marítimo que se pueden dar en la región, a las que llamó “los nuevos canales de Suez y Panamá del siglo XXI”.
Aunque Pompeo evitó mencionar el calentamiento global en su discurso (Trump ha llegado al colmo de la negación con el fenómeno climático), los científicos respaldan su teoría: para 2040 se podrá navegar en verano por aguas abiertas hasta el Polo Norte. Por otro lado, Estados Unidos anunció a principios de mayo que construiría para 2024 su primer rompehielos en más de dos décadas a un costo de 476 millones de dólares.
En cuanto a la exploración de recursos naturales, Trump se ha topado con dificultades. El expresidente Barack Obama aprovechó sus últimos días en la Casa Blanca para dificultar que su sucesor pudiera dar marcha atrás a algunas medidas de protección del medio ambiente. En diciembre de 2016, Obama y su homólogo canadiense Justin Trudeau anunciaron la prohibición permanente de nuevas prospecciones en el Ártico. Invocaron una ley de 1953 que le permite al presidente de Estados Unidos bloquear de forma indefinida perforaciones petroleras y gasísticas en aguas controladas por el Gobierno federal.
El Ártico: Un ecosistema único
La medida se aplica a las aguas frente a la costa de Alaska, en el mar de Chukchi y gran parte del mar de Beaufort, y en el Atlántico, desde Nueva Inglaterra hasta la bahía de Chesapeake. “Estas acciones, y las paralelas de Canadá protegen un ecosistema sensible y único que es diferente a cualquier otra región de la Tierra”, afirmó en su momento Obama.
La prohibición fue ratificada el pasado mes de marzo cuando una jueza de Alaska desautorizó la perforación de 50,6 millones de hectáreas, entre las que se encontraban el mar de Beaufort y el de Chukotka, donde viven los indígenas chucotos, porque solo el Congreso puede revocar la medida. Sin embargo, no solo las potencias con soberanía en el Ártico se encuentran inmersas en el juego geopolítico por la conquista del Polo Norte. China, que también colabora con los rusos en la tecnología de las plantas energéticas, ha demostrado interés en la zona, a pesar de no poseer un reclamo territorial.
El gigante asiático ha invertido alrededor de 90 mil millones de dólares en la región ártica entre 2012 y 2017. Asimismo, construyó un rompehielos con el que mantiene su presencia en el área. Y Pompeo no dejó pasar la reunión del Consejo Ártico para denunciar el creciente interés de los chinos en el territorio. “Hay solamente ‘Estados Árticos’ y ‘no Árticos’. No existe una tercera categoría, y asegurar lo contrario no da a China derecho a nada”, aseguró Pompeo.
Y es que la amenaza para Occidente no es para tomarla a la ligera. China se está esforzando por desarrollar la “Nueva Ruta de la Seda”, un proyecto con el que Pekín quiere impulsar su comercio internacional y que cuenta con el apoyo de los rusos. Putin ya anunció su intención de conectar el tráfico comercial del Ártico a través de esta nueva ruta.
Resulta evidente que la carrera por conquistar los recursos del Ártico está lejos de terminar. Las consecuencias de esta guerratodavía están por verse. Lo que sí queda claro es que el panorama es desolador. Los líderes mundiales siguen pensando en explotar recursos a costa de un desastre medioambiental que amenaza con destruir el planeta.
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