Por Paz Mata
Arriesgado y polifacético, así se podría calificar el trabajo que Christian Bale viene realizando desde que a la edad de 13 años fuera elegido por Steven Spielberg para hacer una de las más brillantes interpretaciones infantiles de la historia del cine en El Imperio del sol (1987).
Desde entonces, su galería de retratos cinematográficos contiene desde los grandes héroes que defienden a la humanidad de ser aniquilada por el caos y la destrucción –Terminator Salvation (2009), Batman Begins (2005)– a profetas bíblicos que liberan a su pueblo de la opresión –Exodus: Dioses y reyes (2014)–, pasando por asesinos en serie –American Psycho (2000)–, estafadores –American Hustle (2013)– e incluso un excéntrico gestor financiero durante la crisis de la burbuja inmobiliaria –La gran apuesta (2015)–. Bale se dejó la piel dando vida a un excampeón de boxeo adicto al crack –El ganador (2010)–, por el que recibió el Globo de Oro y el Oscar al mejor actor de reparto en 2011. Pero su transformación más impactante, por la que tuvo que perder 28 kilos fue en El maquinista (2004).
Con todos ellos Bale, que nunca pasó por ninguna escuela de interpretación, ha demostrado ser uno de los actores más brillantes y versátiles del cine contemporáneo. Prueba de esto fue su último trabajo en Vice (2018), por el que recibiría su cuarta nominación al Globo de Oro y al Oscar. Si en ella estaba irreconocible, bajo 20 kilos de sobrepeso, interpretando al exvicepresidente de los Estados Unidos Dick Chenney, en su nuevo trabajo, Ford Vs Ferrari (2019), vuelve a quedarse en los huesos para dar vida al británico Ken Miles, el magnífico piloto de pruebas de coches deportivos que en 1966, junto al visionario diseñador de coches Carroll Shelby (Matt Damon), construyera para la Ford Company un revolucionario modelo de carreras, el GT40, con el objetivo de destronar nada más y nada menos que a la casa Ferrari, que hasta entonces había liderado a su antojo todos los podios de las competiciones de las 24 horas de Le Mans. Ese año, en el célebre circuito francés, se las verían con el V3, la maquina creada por Enzo Ferrari.
Es en el circuito de Agua Dulce, a 60 kilómetros de Los Ángeles, donde nos encontramos con Christian Bale, quien, con un subidón de adrenalina corriendo todavía por sus venas, nos habla de Ken Miles. “Ken era un tipo bastante excéntrico, que no se cortaba un pelo a la hora de decir lo que pensaba y eso le costó caro, pero era un piloto brillante.”
¿Además de perder peso, qué hizo para interpretarle?
En esta ocasión perder peso me vino bien porque en mi anterior película (Vice) llegué a correr el riesgo de que me pasara lo que a Dick Cheney, sufrir un infarto. Lo que hice fue documentarme mucho sobre su persona y pretender que tenía que pilotar coches de carreras, cosa que no me dejaron hacer los productores por mucho que yo insistiera en que era importante que yo corriera en un circuito de carreras. Ya ha visto, me he tenido que conformar con ser remolcado por otro coche (ríe). También me ayudó mucho conocer a su maravilloso hijo, Peter. Aparte de eso, mirar mucho a la pared, que es lo que suelo hacer casi siempre que me preparo para un personaje, soñar despierto y dejar que la mente divague.
¿Por curiosidad, cuanto peso perdió esta vez?
Terminé de rodar Vice en diciembre de 2017 y empezamos el rodaje de esta en julio del año pasado. En ese tiempo creo que perdí alrededor de 25 kilos.
¿Cuánto tiempo y dedicación puso en esa búsqueda del personaje?
Yo soy muy nerd en eso, le pongo mucho empeño y una dedicación absoluta a estudiar hasta el último detalle del personaje. Reconozco que no siempre es necesario, simplemente me interesa aunque luego no aparezca en la película. Por suerte el director me suele decir lo que interesa y lo que no porque si no terminaríamos haciendo una película de 20 horas (ríe).
¿Hay alguna conexión entre la dedicación que le pone Ken Miles a su profesión y la que pone usted a la suya?
Jim (James Mangold, el director) me dijo eso una vez y la verdad es que nunca lo había pensado. Me dijo: “Ken se parece a ti en la forma de trabajar, ¿no crees?” (ríe).
Hay un gran derroche de testosterona en la película. ¿Es esta una sana representación de lo que significa la innovación en las carreras de autos?
Personalmente lo que más he disfrutado en esta película es luchar contra esos estereotipos. He conocido a varios corredores de carreras y fanáticos de la velocidad que no son en absoluto machistas, no tienen esas inseguridades, realmente están haciendo algo muy peligroso y lo disfrutan inmensamente. Tienden a ser personas muy generosas, gente cálida y acogedora. Ken Miles es un hombre muy animado al que le gusta la velocidad y el riesgo y por lo tanto no necesita dárselas de tipo cool y seductor. Lo que me interesaba de él es que era un hombre apasionado y de fuerte temperamento que adoraba lo que hacía, que tenía que pelear contra la burocracia que siempre trata de quitarle la diversión a las competiciones.
¿Cuál fue su primer coche?
Mi primer coche fue un Buick que le compré a una señora de 80 años a la que ya no dejaban conducir sus hijos. Era un tanque (ríe).
¿Y el coche de sus sueños?
El Ford GT40 porque cada vez que me dejan subirme a uno es como soñar despierto, la sonrisa me dura una semana, pero luego llegan las compañías de seguro y me lo arruinan porque me hacen bajar enseguida (ríe).
¿Ha podido conducir el Ferrari V3?
No, pero se me puso la carne de gallina cuando vi el Ferrari y el GT40 juntos. Cuando les pregunté a los pilotos que trabajaron en la película que si tuvieran que competir con uno de los dos, cuál elegirían, me susurraron al oído que el Ferrari. Viéndolos juntos aprecias la elegancia curvilínea y femenina del Ferrari. A su lado el GT40 es una especie de bestia masculina. Por eso me parece una gran historia la de la competición entre estos dos modelos. Pero no creo que haya nadie, que le guste conducir, que no sueñe con subirse a un Ferrari. Ferrari siempre será el pináculo.
¿Qué coche conduce en la vida diaria?
Una camioneta Toyota Tacoma, que nunca se rompe, nunca hay que arreglarle nada. Por eso las ves en los desiertos de África y en el Medio Oriente. Si no sabes cuidar un coche o eres el peor mecánico del mundo, como es mi caso, la Toyota Tacoma es el vehículo idóneo para ti.
¿Casi toda su familia se ha dedicado al mundo del espectáculo, fue por eso por lo que decidió ser actor?
Supongo que el ver a mi madre bailar, a mi tío y mi hermana actuar y viajar por muchos países y vivir muchas aventuras tuvo algo que ver. Lo que tenía claro desde que era un crío es que no iba a tener un trabajo de 9 a 5. No me atraía estudiar ni ir a la universidad. Tuve suerte de que descubrí la actuación o esta me descubrió a mí, no sé (ríe), y para mi sorpresa eso de pretender ser alguien distinto a mí me divertía mucho más que ir al colegio. Luego un golpe de suerte me llevó a trabajar en El imperio del sol, que me condujo de Shanghái a España, una aventura maravillosa.
¿Fue su padre el que le trajo a Estados Unidos o ya estaba aquí actuando cuando le descubrió Spielberg?
No, me descubrieron cuando todavía vivía en Bournemouth (Inglaterra), pero desde que tenía 7 u 8 años oía a mi padre hablar de que nos íbamos a ir a vivir a Estados Unidos. Yo me despedía de mis amigos diciéndoles que me iba a California y llegaba el lunes y volvía al colegio. Al cabo de unos años fui yo quien se trajo toda la familia aquí (ríe).
Supongo que la vida le cambió completamente después de esa película…
Sí, mucho, aunque después de tener esa experiencia, de viajar y trabajar con tanta gente con talento, me encontré con el otro lado de este negocio, el tener que vender mi imagen, la publicidad y todas esas cosas nada divertidas, yo quería solo actuar, apenas tenía 14 años. Con lo cual decidí dar un paso atrás y tomarme un tiempo alejado de este negocio.
Imagino que no sabía lo que significaba trabajar en un film de Spielberg.
Pues no, la verdad es que no me importaba nada. Por entonces no sabía quién era, no sabía casi nada de cine, el cine no era importante para mí. De hecho fue mi hermana y unos amigos quienes al enterarse por la radio de que estaban haciendo un casting para esa película me empujaron a que me presentara y eso se convirtió en lo que luego iba a ser mi vida y aquí estoy.
Visto con cierta perspectiva está claro que interpretar el papel de Batman fue todo un acierto. ¿Supo que iba a ser así cuando lo aceptó?
No, yo lo acepté porque me pareció un reto y algo diferente a lo que había hecho hasta entonces. No pensé en el público que podía ir a verla, pensé solo en mí, me interesó la naturaleza extraordinaria de una comedia negra mezclada con una sátira, cosa que casi no había visto hasta entonces.
¿Tampoco le preocupó que después de esta película su carrera cambiara de rumbo y le encasillaran en este tipo de papeles?
No, porque para esto estoy yo, para controlarla. Soy actor y mi labor es pretender ser alguien que no tiene nada que ver conmigo. Pero entiendo el miedo que pueden tener algunos actores a aceptar ciertos papeles por temor a que la gente les identifiquen con ellos.
La fama no parece interesarle mucho. ¿Cómo consigue mantenerse al margen de ello siendo un actor de tanta relevancia?
Sinceramente no lo sé. Me gusta sentirme cómodo con lo que hago y no me obsesiono con otras cosas, prefiero enfocarme en mi trabajo, que es actuar.
¿Qué le hubiera gustado hacer o qué cree que habría terminado haciendo de no haber sido actor?
Es probable que hubiera terminado haciendo lo que hizo mi padre, viajar, vivir en distintos países, trabajar haciendo de todo, desde pilotar aviones a vender skateboards y ser un apasionado defensor de los animales. Actuar me ha permitido, en parte, hacer todo eso que hizo él.
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