Por Belén Kayser
ACTUALIZADO 17/05/2016
Es aún hoy uno de los grandes misterios de nuestros días. No sabemos a ciencia cierta qué forma tiene, su estado físico o su velocidad. A los físicos teóricos le vuelve locos y a nosotros, esquizofrénicos; especialmente cuando sentimos que se nos va la vida en ello. Pero traemos buenas noticias: el tiempo es lo que queremos que sea, porque la única verdad sobre el tiempo es que es nuestro.
Una buena amiga me contaba una vez, detrás del primer gin tonic que se tomaba después de dejar de dar el pecho, que durante semanas deseó tirar a su bebé por la ventana, abandonar a su marido y saltar por la ventana rumbo a Latinoamérica. La situación me pareció muy cómica… hasta que me di cuenta de que no bromeaba. ¿Te arrepientes de haberte metido en esto? Le pregunté. “No, en absoluto, he aprendido mucho sobre el tiempo”. Pienso bastante en aquella noche, sobre todo cuando siento que se me van los minutos en andenes, trámites telefónicos y atascos.
Creemos que controlamos el tiempo porque está encapsulado entre agujas, en la mitad de un reloj de arena o en esferas digitales. Pero no, es él el que nos controla. Ya lo decía Cortázar: “Cuando te regalan un reloj te están regalando la necesidad de darle cuerda todos los días”. ¿Qué es exactamente lo que nos ata? Pues ni los científicos lo tienen claro. Una de las últimas teorías de la física debate si el tiempo es un fluido o si somos un holograma, y la teoría de cuerdas nos imagina vibrando a distinta velocidad en distintas dimensiones. El caso es que no sabemos nada del tiempo pero tenemos la sensación de que se nos escurre entre los dedos.
Y culpamos a todos y a todo: al ascensor, al teleoperador, a los niños que no arrancan por las mañanas, al email bomba de las once de la noche. A los atascos. Al metro que se retrasa. Pero según dicen los que saben de esto, el tiempo no se pierde, lo que se pierde es la vida y cambiarlo, o sea, vivirla, está en nuestras manos.
Ese momento en que culpamos al entorno de hacernos perder el tiempo le parece a Beatriz Gómez Acebrón, fundadora del estudio dedicado al desarrollo personal Mi Plan Be, un papel que asumimos por nuestro propio ego. “Siempre encontramos una excusa para no cambiar, para decir que si las cosas fueran de otra forma, lo haríamos, para decir que otros pueden porque no tienen hijos, no tienen malos horarios…”. Nos sentimos víctimas de nuestras circunstancias y creemos que tenemos menos vida que el resto, pero es sólo un error de ángulo y una mala gestión de las prioridades. “No llegas tarde porque había un atasco, porque te has dormido… No te excuses, tu prioridad era dormir. Asúmelo, no entraba en tus prioridades llegar con tiempo de sobra para tomar un café antes de entrar. Si lo asumes con coherencia, no sentirás que has perdido el tiempo”.
Vivir en el aquí y el ahora es la clave del mindfulness, un movimiento que cada vez tiene más adeptos y que incluso empieza a impartirse en los colegios a finales de Primaria. Pero no es el movimiento hippie del carpe diem, más bien una evolución. Vivir en el presente no es renunciar a pensar en el futuro. “Hay que tener una visión de futuro, pero no vivir para el futuro”, mantiene Gustavo Piera, autor de El arte de gestionar el tiempo. Una buena forma de llevar esto a cabo es empezar la semana marcándose tres objetivos: un objetivo laboral, otro social y otro personal. “Así siempre tendrás la sensación de que tienes tiempo para ti”, explica Beatriz Gómez Acebrón, también profesora de gestión del tiempo. Cándida Vivalda es experta en mindfulness y profesora de yoga, prácticas que trabajan la atención plena. “Somos muy buenos en prepararnos para vivir pero muy malos en vivir”, diagnostica, “no tenemos que hacer nada extraordinario, vivir ya es extraordinario”. Y expone una de las bases del mindfulness: “Todo el tiempo que tienes es tuyo. Puedes estar lavando los platos o haciendo los deberes con tu hijo, en la sala de embarque o comiendo: cuando estás presente, estás viviendo”.
Pero no vivimos presentes, vivimos “en segundo plano” la mayor parte del día, en un estado de alerta constante. Tenemos una adicción a los dispositivos tan grande que hay mucha gente a la que le genera ansiedad desconectarlos. Desde que existe el correo electrónico en el móvil, además, se ha producido un nuevo efecto, el de los “esclavos tecnológicos”. A este enganche tecnológico la fundadora de Mi Plan Be le aplica una dosis de papel y boli. “Hay que planificar, pero es más fácil hacerlo en una libreta. Apunta allí todo lo que tienes que hacer, vacía tu cabeza de preocupaciones y cosas por hacer y cuando lo tengas todo, cierra la libreta y date cuenta cuánto espacio te deja en la cabeza”.
Muchos pensarán que estas afirmaciones sólo puede hacerlas alguien que vive en la irrealidad. Que el mundo está montado de otra manera. Pero, según los expertos, cada vez hay más gente dispuesta a replantear las estructuras en las que vivimos y de paso, vivir con menos miedo a las circunstancias externas. “El tiempo es una actitud mental, hay que aprender a vivir en el aquí y en el ahora”, afirma Beatriz Gómez. Da miedo a salir de los patrones habituales, da miedo perder el trabajo por plantarse y cumplir con el horario de forma coherente, pero “cada vez hay más gente despertando y dándose cuenta de que ese no es el camino, que nos han vendido una moto sobre el tiempo que no es real”.
“Éramos felices siendo hámsters en la rueda, corriendo cada vez más para poder seguir corriendo”. El ingeniero y coach empresarial Gustavo Piera define con la metáfora del hámster nuestro modelo de sociedad. “Todos iguales, posponiendo siempre la felicidad, diciéndonos: a ver si llega ya el finde y puedo descansar”. Y otra vez más la teoría del aquí y el ahora: “No nos damos cuenta de que o bien nos encerramos en el pasado pensando que nos iba mejor o bien condicionamos nuestra felicidad al momento futuro: cuando tenga ese trabajo, cuando tenga esa novia, cuando tenga esa casa…”. Nos pasamos la vida con la mente en el futuro y obsesionados sólo “con la idea de si los demás nos verán triunfar”.
¿Te acuerdas cuando eras pequeño y los veranos duraban media vida? No es casualidad que los niños perciban así el tiempo. La fundadora de Mi Plan Be lo explica perfectamente. “Cuando eres un niño sólo te importa lo que está pasando en ese momento, estás de vacaciones y estás disfrutándolas. Un adulto se pasa media vida con la mente puesta en las vacaciones y cuando llegan, con la mente puesta en la vuelta”. Gustavo Piera llama a esta actitud mental “el virus”. Y no, no tenemos la culpa de haberlo contraído, pero sí de no hacer nada para curarnos. Crecemos escuchando a los adultos hablar sobre nuestro futuro y saliendo del presente todo el tiempo, “nos graban a fuego que todo debe ser de una forma, nos dicen qué podemos esperar de la vida si hacemos esto o lo otro, pero de pronto ocurre algo que no esperábamos, como la crisis, y nos enfrentamos a una frustración vital muy profunda” que afecta a gran parte de la población y que ha tenido un despunte en España con la pérdida de poder adquisitivo.
Empezar de cero resulta más fácil si todos tus esquemas mentales han cortocircuitado. El trabajo de los coach es partir de cero para trazar un plan de acción sobre la vida y romper clichés y poner antivirus. Gómez Acebrón insiste: “Mis pacientes lo rechazan en las primeras sesiones, pero el tiempo no existe, es una actitud mental, si no ¿cómo explicas que te cunda más cuando estás inspirado?” Porque en ese instante tu aquí y ahora son tu prioridad y no tienes la mente nada más que eso. Para Gustavo Piera el mal de nuestros días y la sensación de pérdida de tiempo viene de la falta de reunión con uno mismo. “Ojalá se enseñara en el colegio cómo aprender a preguntarnos, a pasar tiempo a solas, a escucharnos”.
¿Entonces damos un vuelco a nuestra vida y volvemos a empezar? “Nunca recomiendo hacer nada que dé miedo”, explica Gómez Acebrón, “pero sí pequeños ajustes que traen grandes cambios”. Gustavo Piera cree que en este cambio de paradigma que cada vez convence a más gente está el ir reconduciendo la forma en la que trabajamos y en la que vivimos. “Sin obligar a nadie porque eso nos carga de frustración a nosotros”, insiste. “No necesitamos tanto para vivir, sólo vivir y no necesitamos cambiar a los demás, el plan más bonito es inspirarles para que lo hagan ellos mismos”.
¿Nos roba la vida la gran ciudad?
Sería muy bonito decir que si viviéramos en el campo o en una urbanización con piscina el tiempo daría más de sí, que viviríamos más felices, más sanos y que todo sería más perfecto. Pero según el urbanista cívico Doménico di Siena, todo esto que nos han enseñado las películas americanas de irse más allá de las afueras destruye el concepto de ciudad.
“Nos hemos acostumbrado a recorrer largas distancias para unir la vida con el ocio y el trabajo, y la sensación de falta de calidad de vida se debe principalmente al tiempo que tardas en moverte por la ciudad”. Por eso redes de trabajo como la suya, llamada Civicwise, trabaja en soluciones intermedias que salven a las ciudades. Entre esas recetas está el concepto de “ciudades intermedias”, es decir, no cruzar la ciudad de punta a punta, sino quedarse en puntos intermedios. Por ejemplo, colocar los ‘coworking’ cerca de estaciones principales o trabajar desde cafeterías o tiendas.
Este cambio, sin embargo, sólo se dará si las empresas cambian el chip. “Las nuevas tecnologías y los modelos de trabajo ya están contribuyendo a esta transición. Se ha roto con el querer trabajar siempre en la misma empresa y cada vez hay más jefes que dan la opción a sus empleados de quedarse trabajando en casa”. La tradicional jornada de ocho horas tiene los días contados. “Se está empezando a fragmentar la forma en que repartimos las ocho horas. Trabajas ese tiempo pero te da tiempo a recoger a tus hijos del colegio, ir al mercado e incluso bajar a tomar un café”. Para Doménico di Siena, esa es la buena dirección. “Aunque trabajar en casa siempre no es lo deseable, la gente necesita interactuar para crecer, de ahí la creación de espacios compartidos”.
El concepto de compartir es relativamente nuevo en España. No nos referimos a compartir cañas, sobremesas y casa, sino a alquilar lo que antes sólo se entendía como una compra. “Tenemos muy arraigado el concepto de posesión y de compra de coches, casas, bicicletas…”. La crisis ha ayudado a cambiar este paradigma por pura supervivencia y por la emigración a otros países donde la vida se organiza de forma distinta. “Se han visto otras formas de entender la ciudad”. Por eso ahora “y no antes” funciona el alquiler de bicicletas y de coches eléctricos. En efecto, todo indica que estamos en un momento perfecto para reconstruir todo: una nueva generación, internet, los nuevos usos urbanos y los espacios intermedios. Pero volver a lo de antes no es descartable. “La ciudad tiene remedio, aunque lo que no tiene remedio es la corrupción urbanística, me temo”.