Por Juan Emilio Ballesteros
05/05/2018
Vivimos instalados en la incertidumbre. Lo que hoy es tecnología punta, mañana está ya obsoleto. Y esto no es aplicable solo a nuestros ordenadores portátiles o teléfonos móviles, sino también a nuestros conocimientos y aptitudes. Hemos de asumir, si no lo hemos hecho ya, que la formación no es algo que adquirimos de una vez y para toda la vida. El entorno de transformación digital en el que estamos inmersos exige a los profesionales mantenerse en un reciclaje continuo. De alguna manera, la tecnología y la digitalización han reformulado para siempre los conceptos de formación y alfabetización.
Aunque la cita se suele atribuir al escritor y científico Alvin Toffler, realmente fue el psicólogo Herbert Gerjuoy quien le dijo lo siguiente a Toffler, ya en 1970: “Los analfabetos de mañana no serán quienes no sepan leer, sino los que no han aprendido cómo aprender”. En otras palabras: hemos entrado en la era del aprendizaje permanente, del aprendizaje como modo o estado en el que tenemos que vivir.
Esto no significa (o no solo) cursar un máster puntual en una nueva disciplina, conseguir un título nuevo que añadir a nuestro currículum y ya está. Se trata de interiorizar el concepto de formación como una necesidad diaria, también en las organizaciones y empresas, y como una responsabilidad compartida entre estas y los profesionales que trabajan en ellas.
Este estado de aprendizaje permanente presenta dos vertientes. Por una parte, la correspondiente a los jóvenes que están iniciando su andadura en el terreno laboral y, por otra, la de los profesionales experimentados. Ambos perfiles necesitan formarse en las novedosas disciplinas vinculadas a la economía digital para dar respuesta a la demanda de esas figuras profesionales que, como decíamos al principio, en muchos casos todavía no tienen ni siquiera nombre.
En ambos casos, las escuelas de negocio están desempeñando un papel clave, especialmente cuando su claustro lo componen profesionales que compaginan la docencia con la actividad en empresas e instituciones y que, en muchos casos, se están enfrentando actualmente a ese gran reto de la transformación digital. Conocen de primera mano cuál es el estado de la cuestión, las dificultades que se plantean y las necesidades que necesitan ser cubiertas de forma inmediata, y esta experiencia real es la que trasladan a las aulas.
Se trata, en suma, de especialistas en ciberseguridad, big data, analítica digital, inteligencia artificial, deep learning, industria conectada… que transmiten sus conocimientos a los alumnos que desean adquirir esos perfiles profesionales para acceder a un sector laboral en plena expansión.
Talento y cultura del cambio
En el seno de empresas y organizaciones, esta formación tiene que ir muy enfocada al desarrollo del talento interno y a una adecuada gestión de la cultura del cambio: todos tienen que ser plenamente conscientes de lo que significa la digitalización a todos los niveles, incluido su impacto sobre la cuenta de resultados. Esto implica disponer de conocimientos clave sobre el entorno digital y las tecnologías asociadas al mismo.
Por tanto, debe convertirse en una prioridad en los planes de formación interna de cualquier ente, independientemente del sector en el que opere y de su tamaño. No está de más recordar que ninguno de ellos puede permitirse el lujo de permanecer al margen de esta nueva realidad. Lo que está en juego es su propia supervivencia.
Nos encaminamos a un modelo en el que las empresas deben facilitar el aprendizaje continuo de sus empleados y poner a su disposición nuevas fórmulas de acceso a los conocimientos.
Afortunadamente, la transformación digital también ha impactado en el modo en que podemos reaprender. La formación a través de dispositivos digitales ha hecho posible acceder a una gran cantidad de conocimiento experto de las mejores instituciones formativas del mundo desde el mismo puesto de trabajo.
También los costes han disminuido significativamente –¡algunas iniciativas son incluso gratuitas!–, lo que permite a quien lo desee disfrutar sin barreras de experiencias de aprendizaje online.
Este estado de aprendizaje permanente ha de correr en paralelo a una metamorfosis profunda de la filosofía empresarial. Está muy bien implantar estas innovadoras herramientas tecnológicas que tanto pueden contribuir a potenciar los resultados de las organizaciones, pero de nada servirán si no van acompañadas de una mirada distinta y si no comprendemos la profundidad de los cambios que entrañan en los modelos de negocio.
Es preciso configurar un entorno favorable para combinar esas herramientas con modelos organizativos y de gestión de talento que permitan extraer lo mejor de ellas.
Ese entorno supone poner en cuestión nuestras antiguas certezas, la forma en que ejercemos el liderazgo, el modo en que solíamos enfrentarnos a los problemas y a los retos.
Ante un futuro incierto, solo queda experimentar por medio de ensayo y error; y eso, obviamente, requiere asumir el error como parte natural del proceso de aprendizaje.
Atrevámonos a asumir riesgos, aun cuando nos equivoquemos. Desterremos de una vez la imagen de la innovación como un proyecto faraónico de elevada inversión y empecemos a pensar en ella como una filosofía que debe impregnar toda la organización e integrarse en su actividad diaria.
Todo ello es parte de esta era del aprendizaje permanente a la que tenemos la suerte de estar asistiendo.