Luis Sanz (Efe)
13/12/2015
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El año 2015, el del fin del bipartidismo, la política española ha vivido a un ritmo vertiginoso y, aunque ha estado cargado de citas electorales, ha visto cómo la «nueva política» se instalaba entre nosotros a través de encuestas y programas de televisión.
La irrupción primero de Podemos, como tercero en discordia, y después de Ciudadanos, como cuarto gran partido, ha ido en paralelo a una mejora de la economía -a la que el PP ha fiado sus esperanzas de mantenerse en el poder- y a la pervivencia de la corrupción en las portadas, con la foto icónica de Rodrigo Rato entrando arrestado en un coche policial. Pero, por encima incluso de la recuperación económica y la corrupción, la política española ha estado marcada en 2015 por la situación en Cataluña.
Los medios de comunicación llevaban tiempo advirtiendo de que nos aproximábamos a eso tan apocalíptico del «choque de trenes» y finalmente ese choque se produjo el 27 de septiembre y aún se están recogiendo los pedazos.
El año empezó con el barómetro del CIS correspondiente al mes de enero situando a Podemos, un partido que acababa de cumplir un año de vida, sin representación en ningún Parlamento ni en ninguna administración, como la segunda fuerza política en España por delante del PSOE y a poco más de tres puntos del PP. En aquellos momentos el partido de Pablo Iglesias parecía imparable (algunas encuestas privadas situaban a Podemos por delante incluso del PP) y estaba generalizada la idea de que se entraba en un escenario con tres grandes fuerzas hegemónicas; el bipartidismo se había terminado en España y lo hacía por la izquierda.
Ante el crecimiento del partido morado, la presidenta andaluza Susana Díaz decidía adelantar las elecciones regionales al 22 de marzo, primera cita electoral del año en la que debía confirmarse en las urnas qué había de cierto en lo que decían las encuestas. Ocurrió que hasta las andaluzas y hasta el siguiente barómetro del CIS, el de abril, pasaron muchas cosas:
La victoria en Grecia de Syriza, partido «hermano» de Podemos, había disparado en enero la expectativa de voto para los de Pablo Iglesias, que parecían aglutinar las ganas de cambio de muchos españoles: «Sí se puede». Pero no se pudo, pronto llegó la constatación de que los griegos habrían de plegarse a las condiciones impuestas por sus acreedores y que el margen para hacer las políticas prometidas era mínimo. Esa decepción se hizo notar en las expectativas de Podemos que, además, debía hacer frente a su primer reto electoral en el territorio donde su estructura estaba más desorganizada, Andalucía.
En paralelo, Ciudadanos, un partido originario de Cataluña, que en enero tenía una estimación de voto de poco más del 3%, se disparaba en las encuestas a lomos de la descomposición de UPyD y de quienes seguían queriendo cambio pero, vista la experiencia griega y ciertas decisiones internas, habían dejado de confiar en Podemos. Susana Díaz lograba la victoria y librarse de IU, incómodo socio de gobierno en la etapa anterior, pero no tenía mayoría suficiente para gobernar.
Los «emergentes» pasaban por primera vez de lo virtual de la encuestas a la realidad; Podemos conseguía 15 escaños, cifra objetivamente espectacular para un partido recién llegado, pero que supo a poco vistas las expectativas, mientras que Ciudadanos, con 9 escaños, se convirtió en el verdadero ganador de los comicios, hasta el punto de que tuvo en vilo a Susana Díaz durante casi tres meses antes de darle su apoyo.
El CIS de abril daba un respiro al bipartidismo, confirmaba el descenso de Podemos y situaba a Ciudadanos, con un 13,8 por ciento, como segunda revelación del año. Después vinieron las municipales y autonómicas de mayo, en las que el PP consiguió la victoria, pero en un escenario en el que ya no basta con ganar, lo que le supuso la perdida de varias alcaldías importantes como Madrid y Barcelona a manos de iniciativas ciudadanas coaligadas con la marca Podemos. Además, perdió alguna comunidad autónoma en favor del PSOE, apoyado por los de Pablo Iglesias, y retuvo otras pero teniendo que ceder a las exigencias de Ciudadanos.
Después del verano, el PP ha ido mejorando en los sondeos y llega a la cita decisiva del 20 de diciembre como favorito en todas las apuestas, aunque con los ojos puestos en un Ciudadanos que no para de crecer y que, descartados PSOE y Podemos, aparece como única opción con la que pactar para mantenerse en el gobierno. Los de Albert Rivera figuran ya en algunas encuestas como segunda fuerza política por delante del PSOE, partido que parece ser el peor parado de los dos grandes.
Pase lo que pase en las elecciones generales, «la nueva política» ha conseguido ya una importante victoria al haber arrastrado a los dos partidos tradicionales a nuevas formas de acercarse a los ciudadanos, que se ha traducido en que la batalla política se haya instalado en las televisiones. 2015, el año de la demoscopia y la telegenia, sólo deja una conclusión clara: 2016 será el año de los pactos.