Por Iñigo Aduriz
27/11/2016
Los jóvenes treintañeros se reencuentran en una fría noche de Madrid. Ambos vivieron juntos el primer amor y los recuerdos brotan sin cesar. Las cartas, los besos, las aspiraciones e incluso la propia concepción del enamoramiento les retrotraen lustros atrás, a un pasado primaveral y adolescente, y les invitan a cuestionar las relaciones, la entrega y sus personalidades. Este es el ejercicio que ha hecho Jonás Trueba (Madrid, 1981) en su última película La Reconquista. Poco antes de presentarla, el joven director, miembro de una vasta saga de cineastas –es hijo de Fernando y sobrino de David–, recibió a Cambio16 para hablar, precisamente, del amor.
“Alguien a quien se le deja no se le puede pedir volver”, sosteníamos en nuestra adolescencia. ¿Quería decir eso con su película o precisamente la ha hecho para demostrar todo lo contrario?
No pretendía establecer ninguna tesis clara. Me interesaba esa duda y la puse en escena. A veces puedes pensar la misma idea y la contraria. Porque hay amigos que de repente se han reencontrado y han vuelto, o te sorprenden de otra manera…
En el largometraje aborda la imaginación del otro en la pareja. ¿El amor implica imaginarnos a la otra persona como nosotros queremos?
Estamos todo el rato haciendo cine en la cabeza. Incluso los recuerdos que tenemos los montamos cinematográficamente, a veces de manera muy caprichosa. Desde luego son manipulados por nosotros. El recuerdo en sí es muy cinematográfico e irreal. La memoria en sí misma no existe y el cine es el medio que mejor la trabaja como capturador de instantes.
¿Es siempre importante el primer amor o a veces se puede llegar a olvidar del todo?
Yo lo cuestiono. Tenía casi la convicción de que para muchos de nosotros no sólo puede ser fundamental, sino que te configura como persona. Que forma parte de ti incluso más de lo que tú crees. Puedes sentir que lo has olvidado y que tal y como eres hoy en realidad es el resultado de aquello. Si exceptuamos hechos muy traumáticos, un primer amor normalmente se relaciona de manera directa con un primer golpe de conciencia del tiempo. Lo que quería en la película era contar el inicio de una historia y cómo ese sentirse enamorado implica sentir muchas más cosas. El amor no es sólo egotista, es expansivo. Sentirte enamorado hace que se perciba el mundo de una forma más amplia, temerosa. Temes por tu pareja. Y esto se siente en la adolescencia de una manera más clara.
Y cada uno interpreta la relación de un modo diferente.
La película confronta a dos personas con dos ideas distintas del amor cada uno de ellas. Por un lado está el personaje femenino, que es esa clase de persona que tiende a pensar que siempre hay otra cosa y que está muy condicionada por lo que se está perdiendo, frente a él, que está mucho más enrocado en su idea del amor y con una capacidad de proyectarlo y de confiar en él muy grande.
¿Le parece que el primer amor es el verdadero o el que más se sufre y se siente?
Hay uno, que no tiene por qué ser necesariamente el primero, que es el seminal y en torno al cual orbitan el resto de amores. Es inquietante pensar que hay uno que hace que los demás estén condicionados.
También ciertamente temido por el resto de las parejas.
Porque es verdad que todos seguramente sabemos que un primer amor es único. Es como la primera película. Tiene todo lo bueno y todo lo malo de alguien. Igual que yo defiendo siempre las primeras películas con la torpeza que puedan tener, porque son como un género en sí mismas. Da la sensación de que no la vas a volver a hacer nunca. Quizá es más torpe, más loco y más ingenuo, pero a la vez, si lo has vivido de verdad, es el que mejor te representa.
El continente del amor está cambiando. No sé si ahora los adolescentes se siguen mandando cartas con tanto Whatsapp o Snapchat…
Desde luego creo que si un adolescente se manda una carta manuscrita hoy no dejará de ser un gesto medio anacrónico y forzado. Hay quienes lo hacen, pero es una cosa que ya no pertenece a su tiempo. En el siglo XXI los adolescentes se escriben tanto como lo hacían los del siglo XX o más debido a los dispositivos móviles y a las facilidades que tienen. Pero lo hacen constantemente y con locura.
¿Se mantiene el romanticismo de antes?
Será diferente. No puedo decírselo. Pero es constante e intenso seguro, aunque con otra clase de intensidad a la nuestra. Nosotros nos escribíamos todo lo que podíamos, pero no teníamos esas facilidades. Al final era una servilleta, un trozo del cuaderno de clase o una carta solemne con un folio en blanco metida en un sobre. Utilizábamos todos los recursos a nuestro alcance. Y hoy hacen lo mismo, pero tienen más. Eso probablemente condiciona el tipo de escritura, el tipo de respuesta e incluso el valor del propio escrito, porque ahora se borra más todo. Hoy ellos tienen la posibilidad de conservar lo que envían, cosa que nosotros no, porque está en manos de nuestro destinatario.
Usted proviene de una familia con una amplia trayectoria en el cine. ¿Podría haberse dedicado a otra cosa?
Precisamente por venir de la familia que vengo me cuestiono más aún de lo estrictamente necesario. Pero esto se lo plantea todo el mundo. En mi caso, seguir haciendo cine es la respuesta. Ahora precisamente lo que me preocupa es no poder vivir sin hacer películas.
¿Está trabajando en una nueva película?
Uno siempre está en otra cosa nueva. Tengo varias que me gustaría hacer. Veo los largometrajes como diferentes maneras de vivir y a la vez siempre pienso que hacer una te da la oportunidad de conocerte mejor, de entender a algunas personas que te rodean. La creación siempre está ahí. Siempre se me pasan instantes de cine por la cabeza.