«Mientras más grande, misteriosa y desconocida es nuestra epopeya, más libre, desafiante e indómita es nuestra conciencia»
Quería escribir unas notas alusivas a nuestra gestión a casi dos años de nuestra designación y uno de nuestra acreditación como embajador de Venezuela en Canadá. Pero al postear un video en nuestras redes sociales, me encontré esta nota de Marlene:
“Estimado Orlando, solo el tiempo dirá si tu gestión fue efectiva y si en realidad se logró algo con tu participación y protagonismo. Lo que no me parece coherente es que lo único que he visto durante todo este tiempo que le he seguido ha sido la sonrisa de oreja a oreja […] A menos que detrás de la sonrisa haya algo más que no sabemos. ¿Será que tendremos respuesta?”
No pretendo asemejarme al ‘hombre que ríe” de la monumental obra de Víctor Hugo. No somos Gwynplaine, nacido en el exilio, vendido por 10 libras al rey Jacobo II de Inglaterra, desfigurado por Hardquanonne médico que le practicó la operación Bucca Fissa para que siempre aparentara reír. Lo que deseo representar [y replicar] es que, a pesar de la devastación de nuestro pueblo, ríe mi alma espejo de mis más íntimos anhelos, por la felicidad de ser parte de un país que amén de su quebranto, al mal tiempo pone buena cara.
Nuestra misión
El 29/01/19 [cumpleaños de mi esposa] recibí en la gélida madrugada una llamada: “Hola profesor, soy Juan”. ¿Cuál de los Juanes que conozco llama a Gabi para felicitarla a esta hora? De seguida, sentencia: “Le contacto para informarle nuestro deseo de designarle nuestro embajador en Canadá”. Una sonrisa nerviosa atrapó mi rostro… Entre el frío y la noche alcancé a decir: “Bueno, déjeme preguntar a mi esposa cuál es el plan. Pero sí acepto, presidente. Muchas gracias, ¡qué gran honor!”. Despertaba y comenzaba una de las experiencias más hermosas de nuestra vida, si acaso la más demandante y honrosa.
Días después viajamos a Ottawa. El 4F se reunía el grupo de Lima, en el cual el primer ministro Justin Trudeau anunció su reconocimiento al presidente Juan Guaidó y a un servidor como embajador. Un pronunciamiento que pronto produjo el acompañamiento de 60 países. Sin duda Canadá, Estados Unidos y el grupo de Lima fueron constructores de este largo peregrinar traducido en una gran ayuda humanitaria, diplomática y política.
Hemos ido por Canadá y el mundo valorando el talante libertario de nuestros compatriotas, su talento virtuoso y la hermandad sincera de otros pueblos. Cada embajador en Canadá –desde el del Reino Unido, Estados Unidos o Canadá a la Patagonia, incluidos pueblos africanos y asiáticos– nos han extendido su mano amiga. Cancillería y Protocolo de Canadá no han escatimado en darnos soporte y aliento. Han adoptado importantes resoluciones, cómo validar la extensión de pasaportes, prohibir la deportación de venezolanos, crear nuevas instancias de valoración de procesos de refugio, aportar más de 80 millones de dólares en ayuda humanitaria, ser la bisagra entre América y Europa en la búsqueda de salidas pacíficas a la grave crisis de nuestro país y abrir las puertas cada vez que la tocamos. No hemos podido pagarles sino con una sonrisa amiga, porque no es mucho más lo que tenemos los embajadores del presidente Juan Guaidó…
Río porque lucho por ser libre…
Río porque escribo la historia de un país que resiste. Río por estar libre para luchar por la libertad. Río porque me niego que nos despojen nuestra cotidianidad. Río por la alegría que llevo en la alforja de una infancia vivida en la Venezuela que reía de decencia, prosperidad y paz. Río porque no llevo un rostro desfigurado de odio ni resentimientos. Tampoco con sed de venganza. Río porque se que se hará justicia y llegará el día del reencuentro, el perdón y la reconciliación. Río para expresar la dignidad y confianza de un pueblo glorioso que no se rinde. Río porque caigo y me levanto, y porque la maldad no tiene rostro de victoria. Río cada vez que veo reír un paisano que en medio de la nada, te regala su mejor sonrisa, y te dice y te motiva: vamos pa’lante embajador. Río porque no reír es morir en el intento de dar vida, amor y esperanza, lo cual sería esclavizarse a la derrota. Río sin hipocresía porque nuestro compromiso es ver reír otra vez a Venezuela. Río, Marlene, porque nuestro desafío no tolera llanto ni doblez. Lloro mientras río o río mientras lloro, para que mis manos no vacíen mis lágrimas sino abracen –sonriendo– a quien lo solicita, y no hundirnos en la tragedia. ¡Río por seguir a flote!
Río porque al final de estos caminos espinosos, lograremos respirar aires de libertad. No tengo nada que ocultar. Menos una sonrisa. No hay cuentas que sacar. La respuesta está a la vista: es la lucha de todos, la tuya incluida Marlene, que es el derecho y el deber, de ser felices. ¡Ríe y deja reír! Tu historia, nuestra historia, no es la de Gwynplaine, l’homme qui rit, de dolor, desarraigo y tristeza, entre el mar y la noche…
Los momentos más felices han sido vivir la felicidad en los labios de nuestra gente. Llevarles una gota de ilusión en medio de sangre, sudor y lágrimas. Siento y sufro a mi país, como lo sufrieron Churchill, De Gaulle o Mandela. Pero su sonrisa afloró y fue la luz en momentos que los apresaba el terror. No alardeaban de ello. Pero luchaban mientras su alma reía, de honor, vida, fe y certeza.
¿Por qué me siento el embajador que ríe? Porque ríe mi alma… Mientras más grande, misteriosa y desconocida es nuestra epopeya, más libre, desafiante e indómita es nuestra conciencia. Como quiero que ría la vuestra. Es el drama del alma que ríe, de honor, vida, fe y certeza que seremos libres, entre el mar y la noche… sin miedos y sin tristezas.
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