El alcohol como hecho presente en la vida y obra de Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald ha sido tema de libros. Ambos tenían una perspectiva diferente en cuanto a escribir y beber simultáneamente, sostiene el también escritor Philip Greene en un nuevo enfoque.
«Escribe borracho, edita sobrio” es una frase que suelen atribuir a Hemingway, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1954. Pero Greene, quien ha estudiado la vida del también periodista, cree que no lo dijo ni lo escribió y mucho menos lo practicó.
“De hecho, durante la mayor parte de su carrera, Hemingway declaró categóricamente que nunca bebió mientras escribía”, dijo Greene en un artículo. Como argumento, recordó la respuesta del autor de El viejo y el mar cuando le preguntaron si era cierto que siempre escribía con una jarra de martinis al lado. “¿Quién bebe mientras trabaja? Estás pensando en William Faulkner”, dijo Hemingway en una entrevista con la revista Argosy en 1958.
“En todo lo que he leído sobre él, desde biografías hasta cartas y memorias, el único caso en el que pude encontrar que admitió haber bebido mientras escribía fue en París era una fiesta”, dice Greene.
Para esta obra, una recopilación de recuerdos publicada en 1964, Hemingway se sentó una vez en un café, en París mientras escribía una historia sobre Michigan. «Era un día salvaje y frío y en la historia, los muchachos estaban bebiendo y esto me dio sed y pedí un ron. Sabía maravilloso en ese día frío y seguí escribiendo, sintiéndome muy bien. El buen ron de Martinica me calentó el cuerpo y el espíritu”. Hemingway probablemente tenía 23 años cuando escribió la historia a la que probablemente se refiere este relato, aún en sus años de formación como escritor.
Fitzgerald necesitaba el alcohol para escribir
Francis Scott Fitzgerald, por el contrario, admitió y hasta reconoció los problemas que enfrentó por necesitar del alcohol para escribir. “Una vez –sostiene Greene– le contó a un amigo que confiaba en la bebida para infundir más sentimiento a su literatura. «Cuando bebo, aumentan mis emociones. Mis historias escritas, sobrio, son estúpidas … todo razonado, sin sentido».
Fitzgerald, en sus inicios como escritor, evitó beber mientras escribía. En 1922, siendo aún muy joven, con apenas 26 años de edad, le escribió una carta a su amigo Edmund «Bunny» Wilson. En ella aseguró que hasta ese momento nunca había escrito «una línea de ningún tipo” bajo los efectos siquiera de un cóctel.
Apuntó Green que en 1935, cuando el autor del El gran Gatsby tenía 39 años, su condición era completamente diferente. Para ese entonces admitió a su editor Maxwell Perkins (que también era editor de Hemingway) que cada vez le resultaba “más claro que la organización de un libro largo … no va bien con licor”,
“Se puede escribir una historia corta en una botella –prosigue Fitzgerald– pero para una novela necesitas una velocidad mental que te permita mantener todo el esquema en tu cabeza. Daría cualquier cosa si no hubiera tenido que escribir la tercera parte de Tender is the Night (Suave es la noche) enteramente sin (ese) estimulante”.
“Entonces, aquí tienen a dos de los escritores en prosa estadounidenses más exitosos y venerados del siglo XX con puntos de vista claramente opuestos sobre el alcohol”, apunta Greene.
Los efectos del alcohol
Aunque fueron grandes bebedores de alcohol, Hemingway y Fitzgerald tuvieron actitudes y comportamientos muy diferentes cuando estaban bajo sus efectos.
“He bebido desde que tenía 15 años y pocas cosas me han dado más placer”, contó Hemingway a un amigo en 1935. Pero lo hacía en sus tiempos libres, dice Greene. Lo hacía para “relajarse y permitir que su mente trabajara inconscientemente en la historia” y continuar escribiéndola al día siguiente.
Hemingway tenía un gran nivel de resistencia frente al alcohol. “Podía beber bastante sin mostrar ningún efecto”, según Greene. Pero las biografías y memorias de Fitzgerald “están marcadas por historias de sus borracheras y su horrible comportamiento con sus amigos”.
El mismo Hemingway le pidió a Perkins, el editor de ambos, que no le diera a Fitzgerald la dirección de su casa en París. “La última vez que estuvo aquí nos sacó del apartamento y nos metió en problemas… Le tengo mucho cariño a Scott, pero lo golpearé antes de dejarlo entrar”.
El alcohol en las obras de Hemingway y Fitzgerald
El alcohol también se reflejó en las obras de Hemingway y Fitzgerald.
“Hemingway tendió a crear protagonistas que creían que podían manejar su licor, que no creían que tuvieran un problema con la bebida», sostiene Green. “Solo los personajes menores de Hemingway tenían problemas con la bebida”, agrega.
En Adiós a las armas, por ejemplo, el protagonista Frederic Henry bebe tanto mientras se recupera de sus heridas de guerra, que contrae ictericia. Regresará al consumo de alcohol al ser dado de alta, al volver a la vida normal. En Por quién doblan las campanas, el personaje principal, Robert Jordan, bebe ocasionalmente para escapar de los horrores de la Guerra Civil española; pero su compatriota, Pablo, que alguna vez fue un buen hombre, se ha arruinado por la bebida, refiere Greene.
“Lo más cercano a cualquier tipo de admisión de que beber apresuró la muerte de un héroe de Hemingway es el coronel Richard Cantwell, en Al otro lado del río. Si bien lo mató un ataque cardíaco, los martinis dobles que usó para lavar sus píldoras de nitroglicerina no le hicieron ningún favor”, añade.
Por el contrario, en la prosa de Fitzgerald “vemos muchos personajes principales que han sido destruidos por la bebida, tal como su creador sabía que había hecho” consigo mismo. “Hermosos y malditos narra la tórrida vida de Gloria y Anthony Patch; una fiesta tras otra, una vida de disipación mientras esperan la herencia de su abuelo”.
“Otros personajes alcohólicos y caídos abundan en las obras de Fitzgerald, en particular Dick Ragland en A New Leaf; Forrest Janney en Family in the Wind; Abe North y Dick Diver en Suave es la noche y Ben Dragonet en Her Last Case”.
“Curiosamente, dentro de las obras más conocidas de cada autor, donde quizás encuentres a los héroes más nobles de ambos escritores, en El gran Gatsby, de Fitzgerald; y El viejo y el mar, de Hemingway, los protagonistas no son realmente bebedores”, dice Greene.
“Jay Gatsby es un contrabandista, pero solo tomaba un cóctel ocasional en sus lujosas fiestas, queriendo ser el anfitrión consumado. ¿Y Santiago el pescador? No tomaba más que una cerveza Hatuey ocasional después de un largo día en la Corriente del Golfo. Quizás ambos autores quisieron vestir a cada personaje con una armadura a prueba de balas de nobleza y fuerza para asegurarse de que cada uno se elevara por encima de los otros personajes en la estimación del lector”, concluye.
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