El Amazonas, a contracorriente de buena parte del planeta, es visto como una fuente de materias primas y, como tal, se le ha explotado y maltratado. Durante las últimas décadas, el debate global sobre la conservación de ese imponente territorio se ha centrado en las amenazas a su vegetación. Como incendios, deforestación, minería, ganadería, cultivo de soja. Sin embargo un factor primerísimo, vital y garante de sus incuantificables propiedades está igualmente lesionado: el agua superficial del Amazonas se ha perdido en un 12 %.
En los últimos 30 años, poquísimo tiempo en comparación con sus años de vida, el Amazonas ha perdido un total de 11 046 kilómetros cuadrados. Un área 14 veces el tamaño de la ciudad de Nueva York, reveló un estudio publicado por la red colaborativa MapBiomas. “La dinámica del uso de la tierra basada en la conversión de bosques para la ganadería y la agricultura junto con la construcción de represas dan como resultado una reducción del flujo de agua”, indicó.
El Índice de Impacto Hídrico de la Amazonía (AWII), desarrollado por Ambiental Media con financiamiento del Instituto Serrapilheira, apunta en la misma dirección. El 20% de los ecosistemas acuáticos de la Amazonía brasileña han sido impactados significativamente.
Estos números arrojan luz sobre el alcance real del daño ya causado a los ecosistemas acuáticos de la Amazonía. E indican que la actual crisis de agua dulce de Brasil es más grave de lo que parece. “La política ambiental de conservación del agua necesita una revisión urgente”, dijo la bióloga Cecília Gontijo Leal a Mongabay, sitio web especializado en ciencias ambientales, energía y ecología. Ella es consultora científica que trabajó en el proyecto Aquazônia, otra iniciativa centrada en el tema.
Se reduce el agua superficial del Amazonas
Creado para contribuir a la discusión, el AWII no pretende ser una herramienta académica precisa, sino una herramienta de periodismo científico basada en los datos disponibles. Su objetivo es ofrecer información visual clara sobre las regiones y cuencas más afectadas, junto con opiniones calificadas. Esto convierte al índice en una plataforma de referencia para comprender los impactos de la actividad humana en los ecosistemas acuáticos y forestales de la cuenca del río Amazonas. Que cubre 7 millones de km2 en ocho países y aproximadamente el 18 % de toda el agua dulce que llega a los océanos de la Tierra.
Más allá de sus proporciones colosales, el agua en el Amazonas es lo que conecta todo. Derramándose desde los glaciares de los Andes, forma los ríos que a su paso alimentan a las comunidades humanas y riegan bosques y llanuras ricas en fauna y flora. La evapotranspiración de la vegetación produce agua nueva en un ciclo anual de lluvia que retroalimenta el stock en el bioma. Y luego viaja a través de Brasil. Estos llamados “ríos voladores” riegan los cultivos y garantizan el suministro de agua para los centros urbanos más al sur.
Clima, economía, ciencia, cultura, ecología, energía, política y biodiversidad: todos forman parte del bosque de agua. Los ecosistemas acuáticos también sufren por la actividad humana (la pérdida de bosques afecta el ciclo hidrológico). Pero el daño es más difícil de identificar y comprender.
Los residuos urbanos no son la única forma de contaminación que afecta a las masas de agua. “Cuando hablamos de incendios o de degradación de los bosques, no se trata solo del aire o del suelo. También significa que habrá problemas en el ambiente acuático”, señaló Gontijo Leal.
El impacto en el agua del Amazonas
La bióloga de la Universidad de São Paulo (USP) Luiz de Queiroz, compartió algunos conocimientos sobre lo que ocurre con el agua del Amazonas y los desafíos para gobiernos, ambientalistas y ciudadanos.
“Al medir el impacto de una empresa en un río, a menudo solo nos fijamos en los problemas asociados con la vegetación de la ribera. La mayoría de los impactos medidos en el índice ocurren en tierra. Nuestro enfoque se ha centrado en la ubicación, intensidad y cantidad de presión que estos impactos ejercen sobre los cuerpos de agua en cada microcuenca”, agregó.
En el desarrollo del índice, fue necesaria cierta flexibilidad para evaluar los impactos ambientales, ya sea por la falta de datos. O por el hecho de que cada microcuenca es un complejo ecológico individual con sus propias peculiaridades ambientales o legales. Por ejemplo, los impactos causados por una represa hidroeléctrica o la deforestación son bastante claros. Pero no se puede decir lo mismo de las redes de miles de pequeños caminos clandestinos que atraviesan la red de cursos de agua que recorren el bosque.
“En la Amazonía, los impactos cambian según las características de cada ecosistema”, añadió. “La deforestación tiene efectos más severos en las llanuras aluviales y los bosques de igapó (aguas negras inundadas). Por otro lado, el embalse de un igarapé (pequeño arroyo del bosque) cambia la dinámica de un ambiente: el flujo de materia orgánica y la distribución de especies dentro de él”.
Igualmente desafiante fue medir el objetivo, el rango y la intensidad de cada factor que ejerce presión sobre el medio ambiente. ¿Los impactos son peores para las poblaciones humanas locales o para la flora y la fauna? Es difícil de determinar, ya que los efectos son diferentes para cada especie. Los peces migratorios sufren los efectos de las represas hidroeléctricas, pero otras especies no.
Un drama mudo
Laura Kurtzberg, profesora de la Universidad Internacional de Florida y experta en visualización de datos, señaló que “las regiones más degradadas son aquellas donde las presiones se acumulan. Cuando nos acercamos a las cuencas hidrográficas, podemos ver que el impacto en el agua del Amazonas es tan fuerte como en la tierra. Es un drama mudo”.
Luego, el impacto aún menos tangible del cambio climático se incluye en el AWII. El resultado final del índice ofrece una visión concreta de las amenazas existentes a la cuenca del Amazonas. Pero con claras limitaciones en el modelado.
“Cuanto más nos adentramos en el agua del Amazonas, menos conocimiento tenemos”, sostuvo Angélica Resende, del Laboratorio Forestal Tropical de la USP.
Esto no se debe solo a la falta de investigación existente, sino también a los desafíos que implica monitorear el medio ambiente.
La única forma de llevar a cabo un monitoreo a gran escala en la Amazonía es mediante sensores remotos (imágenes satelitales). Pero “los retos de trabajar con el agua son diferentes a los de trabajar con la selva tropical y la deforestación. Es más complejo”, comentó Cláudio Barbosa del INPE, la agencia espacial nacional de Brasil. Y coordinador del Laboratorio de Instrumentación de Sistemas Acuáticos (LabISA) de la agencia.
La comunidad internacional ha expresado su preocupación por la pérdida de bosque en pie en la Amazonía desde que el INPE comenzó a medir la deforestación vía satélite en 1988. Según Barbosa, los primeros sensores de Brasil solo permitían analizar los márgenes y la cobertura del suelo en casos de deforestación y minería.
Nadie respeta las leyes
Las tecnologías que facilitan la medición de cuerpos de agua comenzaron a aparecer en 2016. Pero no ha pasado suficiente tiempo para llegar a muchas conclusiones a partir de los datos, añadió Barbosa. Mientras tanto, el INPE ya está trabajando con algoritmos que permiten estimar la variación de sedimentos en el agua.
“Este sistema, al que llamamos CADE, mide la composición de la luz en la columna de agua”, resaltó. “Esa luz es la energía que alimenta el fitoplancton y permite la diversidad de especies de peces. Para analizar la calidad del agua del Amazonas, tenemos que trabajar con la concentración de sedimentos, clorofila y materia orgánica disuelta. Ya podemos mapear estos tres parámetros por satélite”.
La ausencia de datos más consolidados sobre el agua genera desafíos para la concientización, el enfoque científico, las políticas públicas y los proyectos de conservación. Edgardo Latrubesse es especialista en geomorfología fluvial, alguien que estudia cómo se forman y cambian los ríos con el tiempo, en la Universidad Federal de Goiás. Destacó que ya existen políticas públicas sobre la gestión del agua. “Tenemos una Ley de Recursos Hídricos fuerte y comités reguladores de cuencas. El problema en Brasil es que, a pesar de tener la legislación, nadie la respeta”.
Carencia de referencias
Cecília Gontizo Leal afirmó que la legislación existente considera a los ecosistemas acuáticos meramente como recursos, es decir, exclusivamente para uso humano. Como resultado, se dejan de lado factores ecológicos más amplios como la biodiversidad. En la Agencia Nacional del Agua, los ríos son medidos y visualizados según su potencial utilitario para depurar la contaminación. “Es un servicio importante, pero no podemos pensar en los cuerpos de agua solo en términos de su capacidad para diluir los desechos”, precisó.
Sin datos sobre la situación actual de los recursos hídricos de la Amazonía, es imposible planificar el futuro de los ecosistemas que están en constante transformación, aseguró Leandro Castello de Virginia Tech en EE UU. Y como resultado, carecemos de referencias a largo plazo. “Lo que es ‘mucho pescado’ para nosotros hoy no es nada comparado con lo que era ‘mucho pescado’ para nuestros abuelos”, puntualizó.
“Los ríos de hoy son completamente diferentes de lo que eran hace 40 años, pero no tenemos datos sobre cómo son diferentes”.
Hay un método establecido para investigar bosques en pie en tierra firme. Al describir organismos terrestres, los biólogos pueden identificar especies siguiendo rastros de sonido (de aves y anfibios, entre otros) y observando los rastros que dejan. En cuanto a los peces de los ríos, “hay que recogerlos, porque el agua suele estar turbia o negra. Los datos de observación directa son escasos”, dijo Jansen Zuanon, del Instituto Nacional de Investigaciones Amazónicas (INPA).
Además, los organismos terrestres están distribuidos de manera más homogénea, esparcidos sobre una superficie más o menos bidimensional, adicionó Zuanon. Los peces, por otro lado, viven en cursos de agua que se ramifican a medida que fluyen a través de la cuenca.
Especies endémicas
Desde 2015, Zuanon participa en el proyecto Amazon Fish, una amplia base de datos sobre especies acuáticas en la Amazonía. El proyecto ha registrado cerca de 2.700 especies hasta el momento, distribuidas por factores como el clima, la topografía, la hidrografía y las precipitaciones. Un dato ya establecido es que hay más especies endémicas presentes en la parte occidental de la cuenca amazónica, en los Andes peruanos.
“La biodiversidad tiende a disminuir a medida que avanzas hacia la desembocadura del río”, contó Zuanon. “Es sorprendente porque el río se ensancha cerca de la desembocadura en la cuenca baja y esperaríamos una acumulación de especies”.
Una hipótesis para esto apunta al pasado antiguo: hace entre 8 y 10 millones de años, el río Amazonas desembocaba en el Océano Pacífico. Cuando los Andes comenzaron a subir, el río cambió de dirección y comenzó a fluir hacia el Caribe. “A medida que se establecieron los Andes, esa región se elevó más y el río comenzó a desembocar en el Atlántico”, detalló Zuanon. “Aparentemente, el proceso no permitió suficiente tiempo para colonizar todos los ambientes en la parte baja del río”.
Zuanon también estudia los efectos graduales y sutiles del cambio climático en los ambientes acuáticos. Un estudio del INPA en la Amazonía Central analizó los peces de una reserva cerca de Manaus, la ciudad más grande de la Amazonía brasileña, donde las lluvias han amenazado en los últimos años. Allí, los investigadores detectaron cambios en las especies del arroyo dentro de un área protegida de 10 000 hectáreas.
Pescados abundantes en las mesas
El aumento de las precipitaciones ha afectado la acumulación de cantidad de bancos de hojas muertas y la arena en ambientes no afectados por la deforestación o la contaminación. “Cambiar la estructura del sustrato significa cambiar la composición de la fauna de peces”, asentó Zuanon. “No es una extinción local, pero ya hemos visto cambios incluso dentro de los sistemas protegidos.
“Eventos extremos como sequías e inundaciones rompen la producción de peces y la capacidad de predecir formas de moverse en las vías fluviales”, agregó. “No se trata solo de la biodiversidad, sino también de la vida de las personas”.
“Los peces regeneran los bosques al dispersar semillas”, acotó Rogério Fonseca, coordinador del Laboratorio de Interacciones entre Fauna y Bosques de la Universidad Federal de Amazonas. “El agua lo conecta todo. Es el torrente sanguíneo del sistema, distribuye nutrientes y permite que las plantas y los animales se propaguen de una región a otra”.
Los aproximadamente 30 millones de brasileños que viven en la región amazónica del país tienen una de las tasas de consumo de pescado más altas del planeta. La FAO estima que el consumo global promedio es de 20,3 kilogramos por persona por año. En algunas comunidades del estado brasileño de Amazonas, puede llegar a 150 kg.
La población de peces de la Amazonía es grande, y solo se explota alrededor del 50% del potencial sostenible del sistema, refirió Leandro Castello. Sin embargo, los impactos de la contaminación y la sobrepesca amenazan la estabilidad de la pesca. Las poblaciones locales sufren escasez de pescado en ciertas épocas del año.
Se estima que hoy, más de la mitad de las comunidades ribereñas del Amazonas y sus principales afluentes, como el Madeira y el Purus, recurren a la gestión comunitaria para asegurarse de tener suficiente comer.
Patrimonio fluvial al descuido
Dicha gestión no solo es valiosa para la seguridad alimentaria y económica, sino también para la conservación de los recursos. “Estas son comunidades humildes de 50 personas, a menudo ubicadas a 300 kilómetros [190 millas] del pueblo más cercano”, dijo Castello. “Pero siempre serán los pilares de cualquier acción de conservación”.
Uno de los ejemplos más exitosos proviene de la Reserva de Desarrollo Sostenible Mamirauá, en la Cuenca del Río Medio Solimões. Se centra en una especie que se ha convertido en un símbolo de la selva: el pirarucú o Arapaima gigas.
El modelo es simple: los pescadores cuentan cuántos de estos peces gigantes están presentes en el lago y establecen una cuota de pesca. La cantidad aumenta cuando los pescadores cumplen con los límites de tamaño establecidos. Un suministro predecible de pescado significa que el mercado está organizado y los lugareños pueden beneficiarse más. Según Castello, unas 450 comunidades ya adoptaron el modelo.
¿Es el agua del Amazonas una fuente de energía de bajo impacto?
Un informe publicado por WWF en septiembre de 2021 nombró al Tapajós, un afluente del Amazonas, uno de los 10 ríos más amenazados del mundo. Esto, debido a una serie de proyectos para represar sus aguas, una estrategia energética obsoleta, según WWF. Dada la resistencia de los sucesivos gobiernos a invertir en alternativas renovables de menor impacto.
El Tapajós y el Xingu, otro afluente del Amazonas, son ríos cratónicos. Significa que tienen un gradiente muy suave y, por lo tanto, tienen poca movilidad lateral y transportan poco sedimento. Las comunidades a lo largo de este tipo de río dependen en gran medida del pulso de la inundación.
“El proyecto Tapajós es absurdo”, dice Edgardo Latrubesse. “Es un sistema de grandes cascadas y un continuo de centrales hidroeléctricas que regulan el río. Y crean un lago artificial de 1.000 kilómetros de largo. Todo esto en un área de gran diversidad y belleza paisajística.
“El patrimonio natural del sistema fluvial brasileño está siendo descuidado”, agrega. “El Tapajós es un símbolo y hay que salvarlo”.
Oro: un sueño convertido en pesadilla ambiental
El oro, otro componente de erosión y daño al agua del Amazonas. La región de Madeira alrededor de Porto Velho fue una vez una de las regiones más productivas del mundo para la extracción de oro aluvial. Pero la construcción de las represas inundó las áreas mineras e imposibilitó la concesión de licencias para los proyectos mineros.
Esto significa que todavía hay cientos de dragas en la ciudad o río arriba del agua del Amazonas que continúan recorriendo el cauce sin autorización minera ni licencia ambiental. En este modelo de minería ilegal, las dragas succionan material del lecho del río para filtrar y separar el oro utilizando mercurio. Luego, el agua contaminada se devuelve al río.
Esta “Fiebre del oro flotante” se intensificó con la crisis económica de 2020 precipitada por la pandemia de la COVID-19. En medio de la reducción de las poblaciones de peces y la falta de cumplimiento ambiental. En la región de Humaitá, muchos pescadores abandonaron su oficio para dedicarse a la extracción de oro, que es más rentable y más contaminante.
El mercurio que se usa para separar el oro termina contaminando el agua y destruyendo la cadena alimenticia. “El mercurio tiende a acumularse en los cuerpos de los organismos y crece exponencialmente en la cadena”, dijo Zuanon. “Los depredadores acumulan más. Luego, los problemas se extendieron por toda la cuenca, lo que resultó en la pérdida de diversidad y funciones ecológicas en cada comunidad local”.
Minería devastadora
Algunos defienden la presencia de una actividad regulada sujeta a ciertos límites, leyes, protocolos y cuotas. Señalan que el problema no es la minería en sí, sino las técnicas que usan los mineros ilegales para extraer el oro. Y el hecho de que lo hacen dentro de áreas de conservación y tierras indígenas.
“El sistema podría cambiarse para disminuir el impacto. Existen técnicas para extraer oro sin usar mercurio”, comentó Valdenira Santos. Profesora de la Universidad Federal de Amapá (UNIFAP) e investigadora del Instituto de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (IEPA) del estado.
Es un debate complejo y sensible: la historia ha demostrado que lo que sucede en el mundo real de la minería nunca se corresponde con buenas teorías. En febrero de este año, el gobierno federal lanzó un programa para formalizar y reforzar la minería artesanal en la Amazonía. Una iniciativa que provocó la protesta inmediata de científicos y ambientalistas.
“Aunque la minería se puede hacer sin usar mercurio, todavía está completamente alejada de la realidad en la Amazonía”, dijo Gontizo Leal. “Sin un cambio importante en la cultura minera, la actividad tenderá a seguir generando impactos ambientales y sociales significativos”.
Las regiones inundables son particularmente vulnerables a la deforestación o la sobrepesca. Así como al cambio climático y los fenómenos de El Niño y La Niña, que intensifican los niveles de precipitaciones y sequías. Los datos de MapBiomas apuntan a una mayor tendencia a la sequía en las áreas de llanuras aluviales.
“Cuando no tenemos el bosque que las mitiga, las sequías y las inundaciones se vuelven más intensas”, señaló Raimunda Lucineide Gonçalves Pinheiro. Profesora del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Federal del Oeste de Pará. “Si la corriente se llena de sedimentos, se desborda aún más.
Erosión en la desembocadura del Amazonas
La cantidad de sedimentos depositados en la desembocadura del Amazonas se estima en 1.200 millones de toneladas métricas por año. Parte del material arrojado por el río alimenta la costa hasta Venezuela, formando el cinturón de barras de lodo más grande del mundo. Parte de esto está retenido en la plataforma de Amapá.
“Si la cantidad de sedimentos disminuye, hay un déficit de material en la plataforma y en la costa de los países vecinos”, adicionó Valdenira Santos. Menos sedimentos, combinados con una fuerte hidrodinámica en el océano, acelerarán los procesos de erosión cerca de la desembocadura del río más grande del planeta.
La biodiversidad trata de adaptarse a estos cambios de morfología, red de drenaje e hidrología. “Pero especies invasoras, como el camarón de Malasia, que se traen con agua de lastre en los buques de carga, ya se están viendo en la desembocadura del río. Esto puede tener un impacto en la redistribución de especies”, añadió Santos.
Una evaluación exhaustiva de la degradación a escala continental es un desafío para los científicos. No existe una red de datos coordinada para todo el sistema hidrológico amazónico. Y mucho menos una institución o agencia gubernamental que trabaje para conservar toda la cuenca.
Las encuestas de datos o los eventuales planes de conservación de las aguas del Amazonas deben incluir más que solo la Amazonía brasileña. Cualquier actividad en cualquiera de los otros países que también forman la cuenca afectará a Brasil, ya que el agua fluye hacia el Amazonas. Estamos hablando de Bolivia, Colombia, Ecuador, Venezuela, Guyana, Guayana Francesa, Perú y Surinam.
Más fácil conservar que restaurar
Dentro de la cuenca, las áreas protegidas por la legislación nacional siguen siendo una herramienta de conservación. Otra es la regulación de las licencias ambientales. Leandro Castello destacó que estos son importantes, pero no están diseñados para proteger los ecosistemas acuáticos. “Es un gran rompecabezas”, dijo.
La falta de un canal de diálogo entre científicos y políticos hace que el escenario sea aún más complejo. A juicio de Valdenira Santos, la solución pasa por unir tres fuerzas complementarias: inspección y vigilancia. Cuenca y uso de suelo por parte de las empresas y la población. Y la investigación. “Sin unir estos esfuerzos e intereses, no habrá cambio”, dijo.
“Necesitamos soluciones, porque claramente tenemos problemas”, añadió Gontijo Leal. Y agregó que es clave centrarse en regiones cuyas características naturales aún están intactas. “Es mucho más fácil conservar que restaurar. Los impactos son difíciles de revertir”.
Estudios recientes muestran que la conservación de los ambientes de agua dulce ayuda a mantener la biodiversidad, incluidas las especies en la tierra. “Es hora”, adicionó la bióloga, “de que veamos los ecosistemas acuáticos no solo como recursos hídricos, sino de una manera más generosa e integral”. Es hora de salvar el agua del Amazonas.
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