El armamento militar, sobre todo el de las grandes potencias, junto con las fuerzas que lo utilizan y las industrias que lo suministran, son un gran problema climático. Algunas estimaciones señalan que los ejércitos del mundo contribuyen entre 1% y 5 % de las emisiones de carbono al año.
Sin embargo, los militares se salvan en gran medida de los informes de emisiones. Las razones son muchas, entre ellas, que se trata de un secreto de Estado e implica la seguridad de los países. Sin duda que los conflictos armados en diversas regiones y, la guerra en Ucrania, acentúan el impacto en el medio ambiente y agrandan la huella de carbono.
Analistas y ambientalistas sugieren que esto debe cambiar, o las medidas de mitigación corren el riesgo de convertirse en meras conjeturas. Colocan como ejemplo los esfuerzos que adelantan las industrias de la aviación y la marina por reducir sus emisiones, entre otros sectores.
Y no hay un actor más grande en ese espacio que el ejército de Estados Unidos, reseña Time. Este segmento absorbe más petróleo que cualquier otra institución en la tierra para hacer volar aviones. Calentar edificios y transportar alimentos como suministros a 750 bases repartidas por el mundo. Un proceso que, en total, produce una huella de emisiones mayor que la de un país de las dimensiones de Suecia.
Más precisos: El ejército de Estados Unidos es el más grande del mundo en términos de gasto. Si fueran una nación, las fuerzas estadounidenses tendrían las emisiones per cápita más altas del planeta. Con 42 toneladas métricas de dióxido de carbono equivalente (CO2eq) por miembro del personal.
Aportes de los ejércitos globales a las emisiones de carbono
Reuben Larbi y Kirsti Ashworth investigadores de la Universidad de Lancaster, elaboraron un informe sobre el sector militar y la contaminación publicado en la revista Nature. Destacan que las fuerzas armadas de Estados Unidos y el Reino Unido emiten tanto dióxido de carbono per cápita como muchos países intensivos en carbono.
Por cada 100 millas náuticas voladas, el avión de combate F-35 característico de la Fuerza Aérea de Estados Unidos emite muchas emisiones, refiere el texto. Tanto CO2 (2,3 toneladas métricas de CO2eq) como un automóvil de gasolina promedio en el Reino Unido conducido durante un año. Además, cada año, solo el uso de combustible para aviones por parte del ejército estadounidense genera emisiones equivalentes a seis millones de automóviles de pasajeros estadounidenses.
¿Por qué los informes del IPCC y las cumbres climáticas de las Naciones Unidas guardan silencio sobre las emisiones de carbono de los ejércitos del mundo? La respuesta corta es la política y la falta de experiencia. Durante las negociaciones del Protocolo de Kioto de 1997, los delegados estadounidenses presionaron, por motivos de seguridad nacional para excluir a las fuerzas armadas de la notificación de gases.
Ese enfoque se mantuvo, aunque su argumento ya no se sostiene. Ahora hay métodos disponibles para contar las emisiones a lo largo de las cadenas de suministro. Sin comprometer los derechos de propiedad intelectual o divulgar información confidencial.
Sin un acuerdo internacional sobre la rendición de cuentas, monitorear y reducir las emisiones militares son prioridades bajas. Un puñado de fuerzas, incluidas las del Reino Unido y Estados Unidos, han publicado documentos de estrategia sobre la acción climática. En los 27 estados miembros de la UE, diez ejércitos habían notado la necesidad de mitigar los gases de efecto invernadero, de los cuales solo siete habían establecido objetivos.
Emplazan a los militares a rendir cuentas
Según los autores, faltan metodologías para calcular las emisiones de las actividades militares. Registrar las emisiones es casi imposible en ubicaciones hostiles, que cambian rápidamente o son inseguras. Por tanto, la falta de datos publicados también dificulta la estimación de los totales de las emisiones militares.
Las emisiones de carbono de los ejércitos deben incluirse en la agenda mundial. Deben ser reconocidos oficialmente e informados con precisión en los inventarios nacionales. Y las operaciones militares deben descarbonizarse. Eso requiere más que una infraestructura o equipo militar «ecologizante». Se necesita un esfuerzo concertado para reducir el gasto militar en programas y equipos intensivos en carbono.
Asimismo, los investigadores deben desarrollar marcos transparentes para informar las emisiones de carbono de los ejércitos y deben identificar las lagunas en los datos. La cumbre climática de la ONU de 2022 en Sharm el-Sheikh, Egipto (COP 27), es una oportunidad para formalizar este cambio.
Los autores del informe, dirigidos por Oliver Heidrich de la Universidad de Newcastle, sugieren que el total real de la huella de carbono podría ser aún mayor. Si se tienen en cuenta otros suministros de energía, materias primas, cadenas de suministro y fabricación de equipos.
Por ejemplo, las emisiones de la guerra agregarían aún más. Los investigadores deben calcular esto para comprender cómo los conflictos armados impactan en el clima y para ayudar a los países a trazar vías de recuperación bajas en carbono.
Larbi, investigador también del Consejo de Investigación Social y Económica (ESRC) de UKRI, analiza las cadenas de suministro militar y las huellas ambientales asociadas. Dijo que «necesitamos transparencia y responsabilidad de todos los sectores, incluido el militar para limitar el calentamiento a 1,5°C”.
Es la hora de actuar
Kirsti Ashworth, becaria de investigación del Dorothy Hodgkin de la Royal Society en el Lancaster Environment Centre, se refirió al estudio. «Ya es hora de que los ejércitos del mundo rindan cuentas por los impactos de sus acciones en el medio ambiente y las emisiones de carbono. Así como el devastador costo humano y social de los conflictos”.
En su opinión, “la ventana de oportunidad para abordar el cambio climático se está cerrando. Y es totalmente inaceptable que se permita a todo un sector continuar con sus emisiones de carbono habituales”.
El informe también fue elaborado por Mohammad Ali Rajaeifar y Oliver Heidrich de la Universidad de Newcastle. Stuart Parkinson de Científicos por la Responsabilidad Global; Benjamin Neimark de la Universidad Queen Mary de Londres. Y Doug Weir del Observatorio de Conflictos y Medio Ambiente y del Kings College de Londres.