Por José Juan Verón
02/11/2016
La imagen de unas elecciones norteamericanas decididas en el último segundo del último minuto con el recuento de las últimas papeletas del más remoto condado de Florida (o quizá de Pensilvania esta vez) está cerca de repetirse. A un una semana de los comicios presidenciales de Estados Unidos de América, que se celebrarán el 8 de noviembre, la carrera parece favorable a Hillary Clinton, aunque dista de estar ganada para la candidata del Partido Demócrata, como parecía hace unos meses. Sus errores, las nuevas pesquisas judiciales –como los últimos correos que investiga el FBI– y la impuesta moderación de Donald Trump han ido equilibrando las fuerzas en estados clave, hasta el punto de que la victoria parece que va estar más disputada de lo previsto.
Según las encuestas Trump se encuentra en disposición de disputar a la candidata demócrata algunos estados como Pensilvania, que supone 20 delegados presidenciales y que hasta hace poco era claramente favorable a Hillary. Si Trump no logra ganar en Pensilvania no tendría margen de error en el resto de estados en disputa.
Esta elección está resultando relativamente atípica, puesto que algunos de los swing states, aquellos en los que tradicionalmente existe mayor movilidad de voto, parecen claramente definidos hacia un candidato. Es el caso de Iowa en relación con Trump, o de Virginia, Wisconsin, o Vermont hacia Clinton. Además, el candidato del Partido Republicano tiene una ligera ventaja en Ohio, uno de los estados que tradicionalmente han decantado la victoria final, aunque las encuestas ofrecen márgenes muy estrechos, por lo que el resultado final dependerá de las últimas semanas de campaña.
Un discurso atemperado
Así, la batalla promete situarse principalmente en los estados de Pensilvania, Carolina del Norte y Florida. En concreto, la suma de Pensilvania y Florida es de 49 delegados presidenciales, suficientes para decantar la victoria hacia uno u otro lado. Además, en ambos casos la situación es de absoluto empate en las encuestas, con un ligerísimo liderazgo de la ex primera dama en el primero y de Trump en el segundo.
Pero los candidatos también tendrán que trabajar para conservar sus pequeñas ventajas o tratar de arrancarlas al adversario en otros estados en los que todavía no está todo dicho. Para el candidato multimillonario será esencial conservar su pequeña ventaja en Ohio, mientras que Clinton no deberá despistarse en Colorado y Nevada.
Las maquinarias electorales de ambos candidatos tienen trabajo por delante y la victoria será, con toda seguridad, para el que menos se equivoque en los próximos días. Así, Trump cambió a su equipo de campaña en el mes de agosto (ya lo había hecho anteriormente después de ser designado oficialmente como candidato en el mes de julio) y esta vez parece haber acertado. Además, da la impresión de que la posibilidad de alcanzar la Casa Blanca le ha hecho algo más sensible a las sugerencias de sus asesores.
Trump ha moderado ligeramente sus formas y se muestra menos radical, aunque mantiene su papel de outsider del sistema, lo que le aporta un fuerte atractivo en muchos sectores de la población poco implicados en la vida política tradicionalmente. El republicano ha atemperado su discurso sobre la inmigración y ha pasado de insinuar una gran deportación de 11 millones de inmigrantes sin documentación a una cierta indefinición sobre ello; incluso ha reconocido –a su manera–, algunos errores en sus planteamientos previos.
La importancia del voto latino
Sus asesores saben, y parece que se lo han conseguido explicar, que presumiblemente no logrará ser presidente si no alcanza un 40% del voto de los ciudadanos inmigrantes, especialmente latinos, de los estados que están en el aire, particularmente Florida. En este sentido, Univisión publicó una encuesta en el mes de septiembre en la que reflejaba la opinión sobre los candidatos de los latinos registrados para votar –en Estados Unidos no se puede votar si antes no se han registrado para ello, lo que debe hacerse entre 15 y 30 días antes de las elecciones, dependiendo de los estados–.
La encuesta indicaba que el 67% de ellos votaría por Clinton y el 19% por Trump. Este sondeo pinta un mal panorama para el republicano, puesto que es considerado racista por el 73% de los latinos y el 77% tiene una pésima opinión sobre él. Y si bien Clinton tampoco sale muy bien parada y sería difícil que incrementara su nivel de apoyo, este resultado podría ser suficiente ante la nula posibilidad de mejora del magnate metido a político.
Otro giro que ha introducido Trump en su campaña tiene que ver con las mujeres, un grupo social que hasta la fecha se ha mostrado mayoritariamente contrario al candidato republicano y favorable a la que lleva camino de convertirse en la primera mujer presidenta de los Estados Unidos. En este sentido se deben interpretar sus promesas como las ayudas para las guarderías a través de deducciones fiscales o la creación de una baja por maternidad (algo que no existe en Estados Unidos). Sin embargo, el factor feminista es menos importante de lo que podría pensarse y únicamente arrastra un porcentaje significativo de votos en estados que ya están claramente decantados hacia el lado demócrata.
Además, el magnate ha tenido suerte en la última parte de la campaña. La mala salud de Clinton y sus confusas explicaciones al respecto le han venido muy bien. Por un lado, la enfermedad de la candidata demócrata genera incertidumbre en muchos votantes que tienen un sentido paternalista de la política. Y por otro, Hillary tiene la etiqueta de mentirosa y el hecho de cambiar su versión sobre algo tan delicado como la salud no le ha beneficiado en nada. También le beneficiará el hecho de que el FBI esté investigando nuevos correos de la democráta y haya hecho públicas sus acciones pocos días antes de los comicios.
Los candidatos más odiados
Y Trump saca, asimismo, ventaja de los ataques terroristas. Sean de la magnitud que sean, los atentados generan en la sociedad norteamericana una sensación de vulnerabilidad que Trump sabe aprovechar con un discurso duro y de clara confrontación. Por otro lado, estos ataques le permiten mantener un discurso duro contra la inmigración al tiempo que distingue implícitamente entre inmigrantes malos y buenos. La cuadratura del círculo. Además, reactiva a los sectores más tradicionales y beligerantes a favor de la libre venta y tenencia de armas, una cuestión difícilmente comprensible desde la mirada europea.
En cualquier caso, si no se equivoca, si no mete la pata, Clinton debería ganar las elecciones. Y es que no se trata tanto de sus virtudes como de saber aprovechar las debilidades del contrario. No en vano, los dos son los candidatos presidenciales más odiados por los norteamericanos a lo largo de la historia. Según una encuesta publicada por The New York Times a finales de julio, un 65% de la ciudadanía norteamericana rechaza al republicano, al tiempo que un 55% se muestra contraria a Clinton.
Por ello, la mejor baza de Clinton es reactivar aquellos sectores que han saltado como resortes contra Trump. Porque el republicano es, al mismo tiempo, quien tiene unos defensores más radicales y unos enemigos declarados más activos. Son muchos los sectores sociales que se han movilizado para evitar su victoria, lo que incluye desde las minorías raciales o religiosas hasta millonarios de origen latino o la vieja guardia del Partido Republicano encabezada por la familia Bush.
Trump contiene en sí mismo la paradoja de ser, al mismo tiempo, el mayor enemigo y el mejor aliado para que Clinton consiga convertirse en la primera mujer presidenta de los Estados Unidos de América.
LA FÓRMULA DEL ÉXITO
Desde que el demócrata Lyndon B. Johnson aplastara en 1964 al ultraconservador Barry Goldwater hay una fórmula que siempre ha garantizado el triunfo en las elecciones presidenciales de Estados Unidos: si se ganan dos estados del trío que forman Florida, Ohio y Pensilvania se tiene asegurada la presencia en el Despacho Oval. El reparto tradicional del resto de estados hacía que estos tres grandes fueran los decisivos. Que se lo digan a Al Gore. ¿Se acuerdan de las papeletas mariposa de Florida en el año 2000?
La fórmula del éxito puede acabar este año. Es posible que Donald Trump logre vencer en Florida y Ohio y ni aún así alcance la presidencia. La explicación está en la penetración del Partido Demócrata en los bastiones tradicionales republicanos, como Virginia y Carolina del Norte, además de consolidar su posición en Colorado y Nuevo México.
Estos últimos son los considerados ‘swing states’, aquellos que suelen cambiar cada cierto tiempo de bando, al contrario que los tradicionales. Resulta imposible pensar en un triunfo conservador en la moderna California o Nueva York. Tampoco es imaginable que los republicanos pierdan Texas o Utah. Ante estos estados asegurados, los partidos concentran sus esfuerzos en los estados clave. Pensilvania, con sus 20 delegados, se ha convertido en un estado demócrata desde 1992 y en un grave problema estratégico para el ‘Grand Old Party’, apodo tradicional del partido republicano. Resulta difícil pasar a la ofensiva cuando se está a la defensiva en estados tradicionales.