Nunca debemos abandonar el propósito de hacer en nuestra vida algo extraordinario, que trascienda y perdure como un ejemplo vivo en la memoria de todos, que sirva de guía y ejemplo. Máxime cuando la urgencia de los retos que la humanidad debe enfrentar para sobrevivir a la emergencia climática demanda una toma de conciencia ante el ultimátum de la naturaleza.
La pandemia no puede considerarse un aviso más. Es el planeta que agoniza, no puede respirar.
Sea como fuere, la naturaleza siempre es más predecible que nosotros, menos perversa. Actuar de forma inmediata, y con todos los medios a nuestro alcance, no es una opción. Es la única forma de subsistir ante la destrucción de ecosistemas y la pérdida de la biodiversidad.
Mientras la sociedad permanece ajena a esta amenaza, incapaz de ver más allá, de percibir ese espacio ilimitado en el que las ideas se forman y la creatividad impulsa el cambio, los artistas alzan la voz, como Javier Ruiz Pérez, desde la figuración y el realismo de una obra pictórica en la que el alma fluye y se sostiene sobre la inteligencia y la profundidad.
O como Peter Missing, autor del mítico icono La fiesta se acabó, que desde el sonido industrial de su música urbana y residual nos recuerda que la naturaleza es más inteligente que los seres humanos. Y pone en evidencia que estamos gobernados globalmente por un puñado de imbéciles. Existo como soy y, en tanto soy, me reafirmo.
La unidad de acción requiere, en primer lugar, el autoconocimiento; ese proceso de introspección que nos configura y delimita, pero a la vez, nos proyecta hacia los demás como una fuerza colectiva con poder para transformar. Somos seres llenos de pasión.
El arte, las palabras y la poesía pueden cambiar el mundo. Y es la única fuerza creativa que puede imaginar un planeta más sostenible, más habitable, más amigable.
Es necesario que regresemos al origen, que volvamos al nido, a la Madre Tierra que nos acoge como hijos pródigos que han dilapidado sus recursos y riquezas sin pensar en el mañana, cuando inexorablemente llegará el invierno.
Hay que vivir, no podemos consentir que termine el día sin haber crecido un poco y sin haber alimentado nuestros sueños. Es necesario que miremos lo más lejos que podamos y que contemplemos la belleza de las cosas pequeñas.
El arte, las palabras y la poesía pueden cambiar el mundo. En palabras de Walt Whitman, el insigne poeta del yo y del nosotros, debemos creer que «una hoja de hierba no es menos que el día de trabajo de las estrellas».
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