Edgar Morin ocupa un lugar destacado en la sociología francesa. Desde su nacimiento en París en 1921 y con el nombre de Edgar Nahoum pasó por la Resistencia, el periodismo, el Partido Comunista (del que fue excluido) y el Centro Nacional de Investigaciones Científicas, para convertirse en uno de los los grandes intelectuales del siglo XX.
Morin, que ha sido testigo y actor de los mayores acontecimientos, crisis y disturbios de su siglo, entrega sus «Lecciones de un siglo de vida», sus memorias en las que transmite lo aprendido en su experiencia centenaria de la complejidad humana. Además, analiza las razones que lo llevaron a alejarse del comunismo y denunciar el totalitarismo soviético, para luego identificarse como «fundamentalmente derechista e izquierdista» y alertar sobre los neototaliarismos que se comienzan a instalar en el siglo XXI, como China.
Lecciones de un siglo de vida
A lo largo de su existencia ha vivido acontecimientos tan trágicos como fascinantes que marcaron el siglo XX y se extienden hasta XXI. La Gran Recesión de 1929; la llegada de Hitler al poder, cuando se opuso al nazismo; el nacimiento de la radio, la televisión y el Internet; el asesinato del presidente John F. Kennedy, la llegada del primer hombre a la Luna, el atentado a las Torres Gemelas y más recientemente la pandemia del coronavirus.
Edgar Morin recorre en su nueva obra todos estos hitos históricos y políticos que se han atravesado en su vida y le dice al lector del presente que hay que adaptarse a vivir en la incertidumbre «pues, incluso oculta y reprimida, la incertidumbre acompaña la gran aventura de la humanidad, cualquier historia nacional, cualquier vida».
Todos los acontecimientos que Morin menciona en su libro dice que lo transformaron y lo formaron para ser quien es hoy en día: un pensador clave en nuestra historia. “Todo se puso en cuestión: democracia, capitalismo, fascismo, antifascismo, comunismo estalinista, comunismo antiestalinista, reforma, revolución…” y para un pacifista como él, “la lección principal de la guerra fue resistir”.
Un repaso por su vida y sus obras
Hijo de judíos provenientes de Salónica con raíces sefardíes, quedó huérfano de madre a los 10 años. A los 15 apoyó la República Española en la Guerra Civil. Su primer acto político fue unirse a una organización libertaria llamada Solidaridad Internacional Antifascista, en la que preparaba el envío de suministros al bando republicano.
Todas las obras de Morin están relacionadas. En sus palabras «todo tiene que ver con todo». En su primer libro, llamado Año cero de Alemania, narra un poco sobre la Alemania destruida de 1945-1946. Sin embargo, no es hasta que escribe El hombre y la muerte, El cine o el hombre imaginario y Autocrítica en los años cincuenta cuando expone su visión profundamente crítica, centrada en la realidad de los seres humanos.
En 1952 fue admitido en el CNRS, donde impulsó grandes iniciativas como las revistas sociológicas Arguments o Communications. También formó parte de los cuatro líderes del Comité contra la Guerra de Argelia (1954-1962).
A comienzos de la década de los sesenta, Morin inicia trabajos y visitas a Latinoamérica y queda impresionado por su cultura. Escribe El paradigma perdido: la naturaleza del hombre, tema esencial y recurrente de su profundo y rico humanismo. También vivió el mayo francés, Mayo 68, y lo documentó escribiendo artículos para Le Monde, en los que descifra el significado y sentido de ese suceso.
Su propuesta educativa
Más adelante y por el surgimiento de la revolución biogenética, estudia el pensamiento de las tres teorías que llevan a la organización de sus nuevas ideas (la cibernética, la teoría de sistemas y la teoría de la información). Para 1977, elabora el concepto del conocimiento pertinente, del cual liga los conocimientos dispersos, proponiendo la epistemología de la complejidad.
Algunas de sus obras más conocidas son: Ciencia con conciencia; Introducción al pensamiento complejo; Amor, poesía, sabiduría y Los siete saberes para una educación del futuro. Esta última es la obra más leída de Morin. Las ideas de Morin ayudaron a la creación de la teoría culturológica, con la finalidad de estudiar la cultura de masa para individualizar los aspectos antropológicos y las relaciones que se instauran entre el consumidor y el objeto de consumo.
En 2004 fundó la iniciativa Multiversidad Mundo Real Edgar Morin, la cual se ha constituido como un Centro de Altos Estudios para la Transformación e Innovación Social desde la Perspectiva de la Complejidad y el Pensamiento Complejo. Este campus virtual y semipresencial ofrece todo tipo de estudios de cuarto nivel en cuatro idiomas. También se dictan cursos, diplomados y talleres.
Edgar Morin reflexiona sobre la pandemia
Desde el año pasado, ha documentado sus memorias sobre la pandemia de la COVID-19, comparándola con la epidemia de gripe española, de la cual fue víctima con apenas segundos de vida.
Para él, la crisis actual despertó una violencia que el fin de los grandes conflictos entre Estados nunca eliminó por completo. «Deberíamos buscar una vacuna contra la rabia específicamente humana, porque estamos en medio de una epidemia», escribió en un extracto de este libro.
En el contexto del lanzamiento de su obra «Lecciones de la pandemia», el año pasado Morin aseguraba que por su edad era considerado una persona con alto riesgo de padecer COVID-19, incluso morir por ello. Sin embargo, declaraba que «la muerte está siempre al acecho. Por lo tanto es mejor pensar en la vida y reflexionar sobre lo que pasa».
Fragmento de sus memorias:
En la Resistencia nacieron inmensas esperanzas de un mundo nuevo. Algunos querían una sociedad democrática y social equitativa; otros, una sociedad fraternal como imaginaban que sería la Unión Soviética.
Los gobiernos de coalición de la posguerra introdujeron medidas sociales. Pero el mundo esperado no llegó en absoluto. En cambio, la alianza Este-Oeste se convirtió en la Guerra Fría. Se produjo una nueva glaciación estalinista en la Unión Soviética. Chocaron dos imperialismos. Por tanto, pasamos de la euforia al desencanto, de la esperanza al miedo.
En los primeros años de la Guerra Fría, el imperialismo estadounidense, dotado de un monopolio atómico provisional, encubrió el imperialismo soviético y la dominación totalitaria que ejercía sobre las naciones subyugadas.
La supremacía estadounidense me impidió comprender que el sistema soviético era el peor de la segunda mitad del siglo XX, mientras que en otros lugares la democracia a veces podía mitigar los abusos del capitalismo.
Cuando me uní al comunismo, escondí los peores aspectos de la URSS, creyendo que definitivamente estaban relegados al pasado. Después del Informe Zhdánov de 1947, que condenaba toda la literatura y la cultura independientes, me di cuenta y me volví crítico de la cretinización cultural impuesta por orden de la URSS.
Dyonis Mascolo, Robert Antelm y yo, apoyados por algunos otros, hicimos una enérgica oposición «cultural», pero sin cuestionar la política general del partido y su naturaleza. Denunciamos entre nosotros el cretinismo, la mentira, el dogmatismo, las calumnias como defectos secundarios y provisionales del comunismo estalinista, sin entender que estas cosas reflejaban su verdadera naturaleza.
Me convertí en un político mudo durante el juicio de Kravtchenko en 1949, incluso después de conocer a Margarete Buber-Neumann, quien testificó por el fugitivo soviético. Nos reveló que, después del pacto germano-soviético, Stalin había entregado a Hitler a los comunistas alemanes que se habían refugiado en la URSS. De esta manera, había pasado del gulag al campo de concentración de Ravensbrück.
Finalmente, fue la ignominia y la imbecilidad del proceso de Rajk Laszlo en 1949 lo que provocó una ruptura subjetiva en mí que se volvió objetiva con mi exclusión en 1951.
Me había dado cuenta del carácter místico y religioso de la fiesta. Lo había visto convertir a seres inicialmente bondadosos y tolerantes en aburridos fanáticos. Pero fue el exceso de mentiras e ignominias reunidas en este proceso, como en un microcosmos, lo que me hizo, literalmente, vomitar todas mis creencias.
A pesar de esta ruptura interior, lo más doloroso fue romper con el gran compañerismo y, sobre todo, con las grandes amistades. Tuve que cortar el cordón umbilical que me impedía nacer para mí. Tenía 30 años.
Luego tuve que realizar la autocrítica plena y radical de seis años de ceguera e Ilusiones, que hice en 1958. También tuve que concebir cuál era el mal específico del siglo XX: el totalitarismo unipartidista.
Muchos rechazaron la idea de que los dos enemigos irreductibles, el nazismo y el comunismo, tuvieran el totalitarismo en común. La oposición total entre la ideología universalista del comunismo, que abarca a toda la humanidad, y la ideología racial de superioridad aria, típica de la Alemania nazi, contribuyó al rechazo del concepto.
Sin embargo, en ambos casos, un solo partido fue el titular de las verdades antropológicas e históricas, ejerció el control de todas las actividades humanas, incluida la vida personal, con el apoyo de una policía omnipotente que, al mismo tiempo, fue sumisa al partido, lo sometió a su poder.
La publicación del libro de Hannah Arendt, «Orígenes del totalitarismo», dio lugar a la noción en 1951. Pero su definición me pareció insuficiente. Fue tarde, en 1983, siguiendo la historia posestalinista de la URSS, cuando publiqué mi ensayo «Sobre la naturaleza de la URSS» para comprender este enorme y nuevo fenómeno en relación con cualquier otra forma de dictadura.
En el siglo XXI, es especialmente importante comprender esta capacidad de esclavizar y domesticar mentes, sobre todo porque hoy se están formando todos los elementos de un neototalitarismo, cuyo primer modelo se implantó en la inmensa China. Por tanto, es necesario notar diferencias y similitudes entre este totalitarismo y el del pasado. Volveré a eso.
El informe de Jrushchov, que denunció el poder de Stalin, durante un tiempo me dio esperanzas para el comunismo liberal, pero la represión de la revolución húngara de 1956 logró la ruptura final. Este fue total y me enseñó dos verdades.
Primero, la experiencia de mi período en Stalinia fue decisiva para comprender cómo funcionan las mentes fanáticas y hacerme alérgico a ellas.
Segundo: me permitió entender que yo era fundamentalmente de derecha e izquierda. Derechista porque desde entonces estaba decidido a no volver a sacrificar nunca más la idea de la libertad. Izquierdista porque desde entonces estaba convencido no de la necesidad de una revolución, sino de la posibilidad de una metamorfosis.
Finalmente, esta desmitificación me permitió regenerar mi concepción de la izquierda, que en mi opinión siempre debe extraerse simultáneamente de cuatro fuentes: la fuente libertaria, para el pleno desarrollo de los individuos; la fuente socialista, por una sociedad mejor; la fuente comunista, para una sociedad fraterna; la fuente ecológica, para integrar mejor lo humano en la naturaleza y la naturaleza en lo humano.
Edgar Morin, Lecciones de un siglo de vida
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