Por Miguel Angel Artola
24/01/2016
Había que comenzar con un evento que pudiera atraer las miradas de público y medios de comunicación y la propuesta de la recién estrenada capitalidad europea se plasmó en el “Puente de la Convivencia”. Miles de donostiarras en las orillas del río Urumea pudieron no sólo disfrutar del espectáculo sino también participar en él. Con esa idea, el fundador de la Fura del Baus, Hansel Cereza, montó su instalación en el puente María Cristina. Telas y juegos de luces para hacer desaparecer el puente y simular su posterior reconstrucción mientras coros de voluntarios entonaban una canción mítica para los vascos, el “Baga Biga Higa” del desaparecido músico Mikel Laboa. La instalación no cumplió con la expectativa y a pesar de que su corto superaba los 600.000 euros dejó al público frío y a más de una autoridad entonando el día después en las redes sociales el “mea culpa” por no haber estado a la altura. Pero queda mucha capitalidad cultural por delante y hoy Donostia se levanta hermanada con la ciudad polaca de Wroclaw, la otra capital de la cultura europea, dispuesta a dar comienzo a un año para el recuerdo.
El del puente fue el acto central de la inauguración pero no el único. Por la mañana tamborradas de niños y mayores desfilaban por las calles del centro de la ciudad para juntarse en una gran foto en la playa de La Concha. Y se inauguraban algunas de las primeras exposiciones. Ya se puede visitar la muestra 1966/Gaur Konstelazioak/2016 con obras de los ocho componentes del grupo artístico conformado por Jorge Oteiza, Eduardo Chullida, Nestor Basterretxea, Remigio Mendiburu, Rafael Ruiz Balerdi, Amable Arias, José Antonio Sistiaga y José Luis Zumeta. Un reconocimiento al grupo de creadores que definieron el arte moderno vasco.
El acto institucional, con la presencia de autoridades, se desarrollaba en el Teatro Victoria Eugenia una hora antes del evento en el Puente Maria Cristina. La directora general de Educación y Cultura Europea, Martine Reicheres, entregaba al alcalde de San Sebastián, Eneko Goia, la placa y el diploma que acreditaban la capitalidad cultural. Todos los que tomaban la palabra, alcalde, lehendakari, ministro de Cultura y director de la capitalidad destacaban la necesidad de la cultura para la convivencia en una tierra que sabe mucho de sufrimiento y de enfrentamiento entre diferentes.
Un proceso tortuoso hasta llegar al esperado día
El propio lema de la capitalidad, tender puentes entre diferentes y la necesaria cultura para la convivencia, se han tenido que poner a prueba durante los años de preparativos para la gran cita europea. Fue el equipo capitaneado por el entonces alcalde, Odón Elorza, el que logró el 28 de junio de 2011 que la ciudad ganase a las otras cinco candidatas Burgos, Córdoba, Segovia, Las Palmas y Zaragoza que habían llegado a la fase final para representar a España ante el resto de sus socios comunitarios. Y paradojas de la vida política, el encargado de recibir el reconocimiento en el salón de actos del Ministerio de Cultura fue el nuevo alcalde de la capital guipuzcoana, Juan Karlos Izagirre, representante de la plataforma EH Bildu que agrupaba a las formaciones de la llamada izquierda abertzale. La designación de San Sebastián tras el cambio en la alcaldía sorprendió tanto a algunos que algunas de las ciudades que se quedaron sin el premio llegaron incluso a los tribunales, como es el caso de Córdoba, para intentar que San Sebastián perdiera el privilegio de ser la capital cultural europea de 2016.
Y si fuera de casa la candidatura era cuestionada, los primeros pasos de Bildu en la gestión de la capitalidad sólo pueden ser calificados como desastrosos. El equipo que logró arrancar del jurado europeo su entusiasmo por las “olas de energía ciudadana” se marchó de forma escalada aduciendo “problemas personales” mientras que el nuevo alcalde no ocultaba la intención de la izquierda abertzale de darle una vuelta al programa para que fuera más digerible por los suyos.
La candidatura, en manos de EH Bildu, fue dando tumbos, sin lograr conectar con la ciudadanía, con cambios constantes de caras en el equipo directivo de la capitalidad e intentos de controlarla con personas afines que no terminaron de cuajar y que sólo ahondaron en la crisis del proyecto. A unos meses de comenzar no tenía ni presupuesto claro ni a un sólo patrocinador privado. Los informes previos de los responsables culturales comunitarios advirtieron al patronato de la fundación que el proyecto –aunque con palabras más finas– se encaminaba al desastre. Las instituciones presentes en el órgano de dirección, Ministerio de Cultura, Gobierno Vasco, Diputación Foral de Gipuzkoa y Ayuntamiento de San Sebastián, decidieron por fin sumar esfuerzos y nombrar por consenso al navarro Pablo Berástegui para ser el director de Donostia 2016. El hecho de que no supiera euskera costó más de un disgusto al alcalde de Bildu, Juan Karlos Eizaguirre, con críticas airadas dentro de sus filas. Quizá para compensar Eizaguirre logró que se adjudicara a Kontseilua – reconocida organización afin a la izquierda abertzale que trabaja por el reconocimiento y la difusión de la lengua vasca – la organización de un gran evento a favor de las lenguas minoritarias en Europa. El Ministerio de Cultura entendió que el encargo directo a la entidad suponía una adjudicación irregular y acudió a los tribunales. En octubre de 2015 y tras un acuerdo con Kontseilua, que se comprometía a dejar participar a otros agentes activos en el campo de la diversidad lingüística, el Ministerio retiraba la demanda y la paz volvía al Patronato de la Fundación 2016.
Mientras Pablo Berastegui conformaba su equipo y comenzaba un exitoso trabajo de planificación, presentando con píldoras partes del programa de la capitalidad a la espera del resultado de las elecciones municipales y forales en Euskadi que volvería a cambiar el mapa político. El PNV recuperaba la alcaldía de San Sebastián y la Diputación Foral de Gipuzkoa y también el control del Patronato de la Fundación 2016 y además lo hacía con los socialistas como socios de los respectivos gobiernos.
Algunas de las caras que acompañaron a Odón Elorza en la idea original de la capitalidad volvían a sus anteriores cargos y el proyecto recuperaba su esencia, la que encandiló a los miembros comunitarios del jurado. Ver como una ciudad azotada por la violencia logra superar su pasado gracias a la cultura de la convivencia.
Y hasta aquí hemos llegado. Los próximos doce meses los escribirá la ciudadanía donostiarra y todos los que quieran participar con ella subiéndose a las “olas de energía ciudadana”.