En la puerta del madrileño Pavón Teatro Kamikaze un letrero de ‘no hay entradas’ advierte de la gran acogida de una de las grandes representaciones de la temporada. Se trata de Hermanas, la obra del dramaturgo francés Pascal Rambert (Niza, 1962) que estará en cartel hasta el 10 de febrero.
Sobre el escenario, dos actrices, Bárbara Lennie e Irene Escolar. Ambas predispuestas a obrar un milagro, a asumir uno de los mayores riesgos de sus carreras, a dejarse sus inseguridades entre bambalinas, a exhibirse hasta borrar la línea entre ellas y sus personajes. A encarnar a dos hermanas en pleno duelo, enfrentadas, que vomitan palabras y zarandean sus cuerpos por el rencor y las heridas abiertas del pasado. Proponiendo una batalla dialéctica cuyos discursos, cargados de reproches y condenas, sacan a relucir los celos y envidias.
Poética violencia verbal
Sus agresivas pulsiones las arrastran a ridiculizar con inquina la personalidad e ideas de la contrincante. Hasta el punto en que, en boca de Bárbara, “la palabra hermana rasgue los labios, los corte, baje hasta el esófago, intoxique”. Esa relación podrida en la que, por culpa del orgullo y el ego, no hay cauce para el entendimiento.
Rambert –autor de obras como La clausura del amory Ensayo–, despliega su extraordinaria retórica para armar un texto con el que intentar vencer y convencer al público. Desarmándolo con el poder de la palabra, con metáforas y reflexiones de calado. Y desempeña un juicio moral que pone de relieve conflictos de carácter universal, como el trato humanitario a los refugiados de guerra o los cuidados de una madre senil por parte de sus hijas en sus últimos momentos de vida, invitando a tomar partido: cada discurso pronunciado rebate al anterior y se torna en más convincente.
Un juicio moral
Rambert –autor de obras como La clausura del amory Ensayo–, despliega su extraordinaria retórica para otorgarle lirismo a la violencia verbal. Utiliza el poder del lenguaje para dinamitar la relación de dos seres que comparten escena. Cada frase es una poética sentencia que duele y desarma; para acto seguido recomponerse y seguir combatiendo. Sin embargo, es el amor latente, el de la unión de sangre, el que las obliga a no poder marcharse y replicar las injurias que se lanzan.
Y así, el público de la platea es testigo de un descarnado combate sin vencedor que conduce a elaborar un juicio moral que va más allá de lo íntimo, de la relación entre ellas, poniendo de relieve conflictos de carácter universal como el trato humanitario a los refugiados de guerra o los cuidados de una madre senil por parte de sus hijas en sus últimos momentos de vida.
Dos actrices en búsqueda de la emoción
Bárbara e Irene se refugian en el texto para exteriorizar sus sentimientos más profundos, dando lugar a una conjunción entre técnica y verdad que termina materializándose en una emoción que cala hasta la médula, que reverencia y ejemplifica la verdadera esencia de la labor teatral. Y evidencia el amor al oficio de dos inconformistas actrices que se dejan el alma sobre las tablas.
Ambas, las mejores de su generación, dan en este trabajo un golpe sobre la mesa, una demostración a todos aquellos que ejercen la profesión con el espejo de la fama delante. A los que se ocultan detrás de un personaje de alguna serie televisiva. En Hermanas, el espejo se parte en afilados pedazos con los que cortarse, haciendo sangrar sus carnes. Todo al servicio del arte. Con la valentía y el riesgo por bandera. Ellas, capaces de convertir el espacio escénico del Kamikaze en un altar al que ir a rendir culto al teatro.
El poder de la palabra
Lo que emociona es la verdad, quedando el discurso relegado a un segundo plano. Un grado de exposición que por un lado hace olvidar el arte escénico, despojado de técnica, y a su vez nos hace comprender la grandeza, talento y amor al oficio de dos actrices que se dejan parte del alma sobre las tablas.
Las lágrimas finales de Irene Escolar tras bajarse el telón no hacen otra cosa que confirmar que la emoción es verdadera. Una lección de pureza, despojada de artificios. Un golpe sobre la mesa, con rabia, hacia aquellos que ejercen el oficio con el espejo de la fama delante.
Ellas rompen el espejo y se arrastran hasta lo más profundo del arte, encontrando la verdadera esencia del teatro. Unas voces que vomitan palabras en frases que rebaten las del contrario. El poder de la palabra. Lo que prevalece es la emoción, en cuerpo y alma. Sin filtros, con desgarro.
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