Nuria Toledano, Universidad de Huelva
La pobreza es una realidad fácil de reconocer. Son obvias muchas de sus caras: personas sin hogar, sin alimentos, sin oportunidades… No obstante, no todo sobre la pobreza resulta fácil de explicar. Las formas de luchar contra ella a veces sobrepasan los razonamientos lógicos y científicos para adentrarse en el campo de la moral y la justicia.
El 17 de octubre se conmemora el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Esta fecha invita a pensar en algunas contribuciones personales que han servido para aminorar este mal del que todos somos testigos y quizás también algo responsables.
En este contexto, nos acercamos a la figura de Dorothy Day (1897-1980), una mujer que dedicó su vida a luchar contra la pobreza. Su contribución ha sido afirmada por el Vaticano; en 1996 fue declarada Sierva de Dios por Juan Pablo II y recientemente se han dado los primeros pasos formales para reconocer su santidad.
Por su forma de afrontar las necesidades y sufrimientos que acompañan a la pobreza, también podríamos referirnos a ella como un ejemplo singular de emprendedora social.
La pobreza en el mundo y el agravante de la covid-19
Hablar de la pobreza obliga a apuntar algunos datos que ponen de manifiesto la magnitud del problema. Según el Banco Mundial, 1,90 dólares al día marcan la línea internacional de la pobreza extrema. Ese es el nivel por debajo del cual una persona no podría satisfacer sus necesidades mínimas en términos de nutrición y es considerada pobre. En un reciente estudio el BM ha estimado que, para finales de 2021, la ratio de pobreza extrema podría llegar a aumentar en 150 millones de personas, situándose por encima de los 700 millones.
Indudablemente, la covid-19, además de generar enfermedad y muerte, ha sido portadora de pobreza. Se estima que entre 720 y 811 millones de personas habrían pasado hambre durante 2020. A consecuencia de la pandemia, la prevalencia de la desnutrición pasó, en solo un año, del 8,4% al 9,9%, lo que nos aleja de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, en la que poner fin a la pobreza en todas sus formas aparece el primero de ellos. En términos relativos, África continúa siendo el continente más afectado por el problema del hambre, alcanzando a un 21% de la población.
Más allá de las cifras: el compromiso y la acción
Pero además de saber cuántas personas sufren a consecuencia de la pobreza, es importante entender cómo se sienten, cuál es su historia y qué anhelan para ayudar a paliar su situación del modo más apropiado.
A este respecto, el Papa Francisco recordó hace poco unas palabras de Primo Mazzolari, un sacerdote que situó a los pobres en el centro de su trabajo pastoral:
«Quisiera pedirles que no me pregunten si hay pobres, quiénes son y cuántos son, porque temo que tales preguntas representen una distracción o el pretexto para apartarse de una indicación precisa de la conciencia y del corazón»
(“Adesso” n. 7 /15 abril 1949)
En efecto, las estadísticas, aunque necesarias para conocer el problema y adquirir una perspectiva de su complejidad, pueden distraer del conocimiento de las personas que se encuentran en situación de pobreza.
Amartya Sen, premio Nobel de Economía 1998 y recientemente galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2021, advierte que no se puede trazar una línea de pobreza y aplicarla a todos por igual sin tener en cuenta las características y circunstancias personales, y, en definitiva, las historias en las que se hayan inmersas las personas y los lugares.
Dorothy Day mantuvo este anhelo por conocer a las personas más desfavorecidas en su propio contexto y circunstancia. Como emprendedora social singular, abordó el problema de la pobreza inspirándose en los valores del cuidado mutuo y la amistad.
Una lucha radical y existencial contra la pobreza
Nacida en Brooklyn, Nueva York, Dorothy Day fue periodista y activista social antes de convertirse en una de las representantes contemporáneas más notables del compromiso y la acción contra la pobreza de la Iglesia Católica.
Fue cofundadora y principal impulsora del Movimiento del Trabajador Católico, el cual promovía la ayuda a los más necesitados. En el origen de dicho Movimiento encontramos el periódico The Catholic Worker, fundado el 1 de mayo de 1933.
The Catholic Worker servía de plataforma de denuncia contra las estructuras sociales y económicas que fomentaban o permitían las injusticias sociales. Con todo, el trabajo intelectual de Day pronto acabó convertido en un movimiento más extenso de ayuda, del que cabe destacar la creación de las casas de hospitalidad.
Las casas de hospitalidad (inspiradas en los antiguos hospicios) se establecían en las zonas más pobres para ofrecer ayuda a sus habitantes. La primera de ellas fue el propio apartamento de Dorothy Day, convertido en un sitio donde compartir comida, ropa y, cuando era posible, un espacio para dormir. Actualmente, hay alrededor de doscientas de estas casas desperdigadas por el mundo.
Una filosofía de vida
La filosofía del Movimiento del Trabajador Católico hunde sus raíces en el personalismo comunitario, una corriente filosófica surgida en Francia en los años treinta del siglo XX de la mano de Emmanuel Mounier y Jacques Maritain que promueve los derechos humanos y la doctrina del bien común de Santo Tomás de Aquino.
Para el personalismo comunitario es fundamental forjar un entorno de amor, confianza y cuidado que posibilite la creación de relaciones profundas de amistad. Precisamente, el aspecto distintivo de las casas de hospitalidad es que en ellas comparten la vida benefactores y beneficiarios, de modo que las posibles barreras entre unos y otros desaparecen.
Según explicaba Day en su autobiografía, La Larga Soledad, un aspecto crucial de las casas de hospitalidad era el tiempo dedicado al otro mediante la escucha activa. Ello ayudaba a superar los razonamientos individuales al buscar soluciones a la pobreza, implicando a la persona necesitada, de algún modo, en la búsqueda de su mejor alternativa.
Qué hacer y cómo en la lucha contra la pobreza
Pese a los avances científicos y tecnológicos de las últimas décadas, la erradicación de la pobreza sigue siendo un problema complejo. Sin embargo, ello no exime al conjunto de la sociedad de la responsabilidad de buscar caminos que contribuyan a su fin.
En el marco de dicha búsqueda, hace años que se habla de las acciones de los emprendedores sociales para hacer frente al problema de la pobreza. No obstante, llevar a la práctica este emprendimiento requiere mucho más que la creación de una empresa o una organización con fines sociales. Demanda esfuerzo y sacrificio continuos en un doble sentido: primero, con la renuncia a necesidades propias, y segundo, con la apertura para compartir las necesidades ajenas.
Dorothy Day compartió la lucha y el sufrimiento de los pobres, generando así una fraternidad que sentaba las bases para la creación de una sociedad más justa y solidaria. Otro de sus propósitos fue hacer surgir el sentido de responsabilidad individual entre los más cualificados, para que fueran capaces de percibir y atender las necesidades sociales de los más desvalidos.
Por tanto, en cierta manera, además de emprendedora social, Dorothy Day fue una promotora de este tipo de acciones; ella animaba a todos a aprender a vivir desde una posición en la que la aflicción ajena y las capacidades propias se compartían.
En este sentido, el papel que puede jugar la formación emprendedora es fundamental, no solo a través de programas de aprendizaje y apoyo a estudiantes, sino también a través de colaboraciones con el profesorado o con aquellos que puedan ejercer como tal en los entornos castigados por la pobreza.
De esta forma, las personas más necesitadas podrían cooperar y compartir con los que están en situaciones más ventajosas el trabajo de discernir e implementar soluciones que permitan avanzar en el largo camino de la erradicación de la pobreza.
Nuria Toledano, profesora titular del área de organización de empresas, Universidad de Huelva
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.