La carrera para tratar de lograr la reelección no resultó fácil para Donald Trump. Luego de estar en una cómoda posición hasta hace menos de un año, tuvo que entrar en una carrera contra todo y contra todos. Su esfuerzo le llevó más lejos de lo que se pudo haber pensado. Y aunque está en una desventaja casi definitiva frente a Joe Biden, hasta el miércoles por la noche conservaba posibilidades de continuar en la Casa Blanca.
En los últimos meses el republicano tuvo que hacerle frente a la crisis generada por el coronavirus. Un asunto ajeno a sus decisiones, pero con fuertes consecuencias sociales y económicas. A Estados Unidos le ha afectado más o menos de la misma forma que a otros países industrializados. Pero en un año electoral, le ha pasado factura.
Pero los problemas no terminan allí. Mientras los medios de comunicación resaltaron los efectos adversos de la pandemia para Estados Unidos, las gigantes de las redes sociales bloquearon en más de una oportunidad a Trump, a algunos de sus funcionarios y los medios que publicaban denuncias contra Joe Biden. Como si eso no bastara, figuras públicas de las artes, las ciencias, la literatura y la educación buscaron en la filosofía, la letras y la historia recursos para atacar al magnate.
Del nazismo al «trumpismo»
Entre las obras que algunos intelectuales desempolvaron para atacar a Donald Trump está un ensayo extraordinario titulado «Culpa organizada y responsabilidad universal», escrito en 1945 por la teórica política judía alemana Hannah Arendt.
El texto advierte que, en medio de la crisis política y social que supuso el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania, se había hecho muy difícil distinguir el bien del mal. Si bien estaba claro que el nazismo era una aberración que atentaba contra los más fundamentales valores humanos, separar a los criminales de los héroes, a los culpables de los inocentes, no era una tarea sencilla.
Sobrevivir en la Alemania nazi no era posible si se enfrentaba directamente al régimen. En estas circunstancias, por acción u omisión, todos los ciudadanos estuvieron implicados en el enorme horror que significó ese estado policial.
Del cielo a la tierra
Afortunadamente, nada remotamente similar a lo que sucedió en Alemania entre 1933 y 1945 ha tenido lugar en Estados Unidos. Pero después de la elección de Donald Trump, Arendt se convirtió en una fuente filosófica muy utilizada para «interpretar» su mandato.
Aparecieron artículos de reflexión serios sobre las «lecciones» que enseñó Arendt para comprender el predominio de Trump. Y su obra Los orígenes del totalitarismo, un resumen de 1951 que culmina con un estudio escrito rápidamente sobre el dominio nazi, se convirtió en un éxito de ventas durante años.
A los ojos de una parte de la intelectualidad estadounidense, Arendt se convirtió en una cita privilegiada para quienes buscaban crear repulsión hacia Trump acusándole de ser una ejemplo de fascismo.
Dado que Arendt fue una de las analistas más renombradas de los nazis y soviéticos que Estados Unidos venció en el siglo XX, sus palabras -o más bien las interpretaciones que se hicieron de ellas- sirvieron para atacar a Donald Trump, con el respaldo de una «autoridad reconocida» en la materia.
Sin embargo, todos estos ataques se basaron, por un lado, en interpretaciones superficiales de la obra de Arendt. La autora analizaba a profundidad las raíces del totalitarismo y las relaciones de causa-efecto entre este tipo de sistema y la sociedad en la que florece a la que sojuzga. Lo analistas anti-Trump simplificaban estos análisis, buscando similitudes en el estilo del mandatario estadounidense. Pero solo eso, similitudes, a veces demasiado rebuscadas.
Por el otro lado, los críticos se basaban más en las apariencias que en los hechos. Si bien Donald Trump tiene un estilo autoritario, se ajustó a las reglas del juego del sistema democrático de Estados Unidos. No hubo ataques físicos contra el Poder Legislativo, ni persecución de las minorías ni mucho menos campos de concentración. He allí una gran diferencia.
Populismo y extremismo
Las comparaciones no terminaron allí. Escritos sobre la esencia del «trumpismo» aparecieron por todos lados. David Edward Tabachnick, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Nipissing, habló del presidente en un análisis en The Hill, titulado «Las cuatro características del trumpismo».
Resaltaba como la más perdurable y relevante característica del mandatario es el populismo. En este sentido, atacaba a lo que llamó «un movimiento resurgente que ha visto una ola de líderes llegar al poder a través de elecciones democráticas en Brasil, la India, Filipinas e Indonesia, así como el éxito electoral de los partidos políticos en Italia, España, Francia y gran parte de Europa del Este».
Aseguró que este movimiento está impulsado por el miedo al «otro», ya sean refugiados o inmigrantes, y a menudo también es antiglobalización y antilibre comercio al mismo tiempo, políticas que habían sido tradicionalmente asociadas con la izquierda.
Y también en este punto surgieron las superficialidades en el análisis. A Donald Trump se le comparó con Vladimir Putin, Xi Jinping y Hugo Chávez. Pese a su férrea oposición a la izquierda y al socialismo, una vez más, las apariencias fueron fuente de críticas, por encima de los hechos.
A pesar de todo
Pese a todos estos ataques y a las difíciles circunstancias derivadas de la crisis sanitaria, las expectativas de una barrida demócrata, impulsada por lecturas demasiado optimistas de las encuestas y los modelos de pronóstico, no se han cumplido.
Además, los republicanos ahora pueden afirmar de manera creíble que si no fuera por una pandemia que ocurre una vez en un siglo, su candidato habría ganado cómodamente. Tampoco parece que se produzca la “trifecta” de la Casa Blanca, el Senado y la Cámara en manos demócratas.
Puede que Biden sea investido presidente en enero. Las proyecciones apuntan en esa dirección. Pero el tamaño modesto de su inminente victoria es importante. Es probable que apenas saque dos votos electorales de ventaja sobre Donald Trump.
La probable derrota de Donald Trump no demandará un análisis profundo en el Partido Republicano. En realidad, son los demócratas quienes deberían hacerse un auto examen. Que después de una pandemia de proporciones bíblicas, apenas haya ganado por los pelos, debe ser motivo de reflexión.
Incluso si Trump no logra perpetuar una teoría de fraude electoral entre una amplia franja de sus seguidores, logró mantener unida la coalición dispar que lo llevó al poder en 2016. Y pudo ampliarla en lugares inesperados, incluso entre algunos grupos minoritarios, a pesar de la crisis. Un número significativo de candidatos republicanos al Congreso también ganó a su sombra.
Su salida de la Casa Blanca, suponiendo que haya perdido, no provocará una purga de sus leales ni un ajuste de cuentas. Sus métodos seguirán siendo populares en Estados Unidos y en el extranjero. Al menos el 47% de los votantes estadounidenses todavía lo apoyaban.
Nada mal para un hombre que, sin experiencia política, logró llegar a la Presidencia en la mayor democracia del mundo. Y además, fue capaz de mantener un respaldo popular importante, pese a jugar con todas las cartas en contra.
A Donald Trump se le ha comparado con dictadores. Sin embargo, aún en el peor de los casos, no se puede decir que haya sido un dictador. A lo sumo, se pudiera pensar que es un charlatán. Pero logró lo impensable. Incluso fuera de la Casa Blanca, se hablará de él por mucho tiempo.
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