En estos tiempos marcados por la crisis climática, están ocurriendo con mayor frecuencia los desastres naturales catastróficos. Las investigaciones, cada vez más especializadas, entablan mediciones, comparaciones y aciertos. Pero, muchísimos años atrás, la ausencia de precisiones alimentaba las fábulas y los cuentos de camino. Doggerland, por ejemplo, ha sido un punto geográfico enigmático y difuso tras su desaparición, que la ciencia climática trata de aclarar.
Doggerland es el nombre que arqueólogos y geólogos dieron a una antigua masa de tierra en el sur del mar del Norte. Conectaba la isla de Gran Bretaña con el continente europeo durante y después de la última Edad de Hielo. La historia refiere que se mantuvo emergida hasta 6500 o 6200 a.C., y fue tragada por el aumento del nivel del mar.
Para dar con su formación, ubicación y desaparición pasaron muchos años. El geólogo y paleobotánico británico, Clement Reid (1853-1916) analizó una serie de posibles explicaciones, las compiló y elaboró una publicación en 1913. Allí propuso la existencia de un puente terrestre perdido, que una vez unió el continente y las islas. Sería la primera vez en casi 8.000 años que alguien captara la verdad sobre el Mar del Norte y el mundo que yacía olvidado debajo de él.
El estudio de la prehistoria estaba todavía en su infancia cuando Reid presentó su tesis, y había muchas incertidumbres que no podía responder con firmeza, escribió Tristán Sobye Rapp en Noéma. “No conocía la extensión total de este antiguo puente terrestre, ni la naturaleza de su geografía o ecología. Ni siquiera exactamente cuándo había sucumbido finalmente a las olas. De hecho, todavía pasarían muchas décadas antes de que los avances en la metodología, combinados con la acumulación de evidencia, pudieran permitirnos captar una imagen más completa”.
Ciencia climática descorre los misterios de Doggerland
Con sus medios limitados y su incipiente investigación, Reid sospechaba que ese “país” o “tierra” había sido un paisaje inhóspito. Por el que pasaban viajeros fugaces que migraban entre tierras altas más importantes. Su confianza en artefactos arqueológicos cercanos para fechar era demasiado simplista. Esto lo llevó por mal camino, ya que sospechaba que las inundaciones comenzaron con los primeros agricultores y terminaron en la Edad del Bronce. Hace unos 3.000 años.
Aunque el trabajo de Reid sigue siendo fundamental, desde entonces se han logrado grandes avances. Ahora se sabe que los niveles de los océanos no comenzaron a subir hace unos 5.000 años, como pensaba el geólogo, ni terminaron en el año 1.000 a.C. El comienzo fue mucho antes, ligado al final de la Edad del Hielo, alrededor del año 10.000 a.C. Y había terminado hace entre 7 y 8.000 años. Ahora también se sabe que este país inundado no era simplemente un páramo traicionero. Era una tierra rica, una tierra fértil, un mundo en sí mismo, escribe el cofundador de The Extinctions. Un sitio que profundiza en la desaparición masiva de especies durante los últimos 50.000 años.
Dice además que en las últimas décadas, “por fin hemos comenzado el largo y apasionante proceso de cartografiar los contornos mismos del planeta”. Gracias al trabajo sensorial realizado por los peritos petroleros, los buscadores de molinos de viento y las empresas constructoras de tuberías submarinas. Y desde los años noventa y con una ciencia climática en camino, este “país” tiene un nombre: Doggerland. Por fin ha comenzado a surgir una imagen, su advenimiento y su pérdida, y con ella una historia. También una advertencia para las generaciones futuras sobre las mareas cambiantes del planeta y los peligros que podemos enfrentar hoy.
Calentamiento, deshielo, desastres
Los orígenes de Doggerland se remontan a mucho, mucho tiempo atrás. Antes de que se fundiera el primer bronce o de que el arado se uniera a un caballo o a una vaca, antes de que existiera el hielo. Antes, incluso, de que cierto primate desgarbado y erguido hiciera sus primeras pruebas tambaleantes más allá de su antiguo, hogar de sabana. Hay un mar sobre Europa; no hay Gran Bretaña ni continente. Hace calor y el mundo es extraño, viejo y lleno de vida, a veces familiar, pero extraño.
No hay Francia en esta era, ni Inglaterra, pero nos estamos acercando a su época, dice el experto en Noéma. Los cielos cálidos se están enfriando. Y las nieves se están volviendo más largas y profundas en los polos del planeta. Por primera vez en muchos millones de años, desde antes de la era de los dinosaurios, el mundo está entrando en una Edad de Hielo.
Los ciclos de la órbita de la Tierra han decretado un período de largo enfriamiento. No un solo evento, como muchos piensan, sino una danza vacilante de períodos de frío e indultos, de deshielos, congelaciones y deshielos nuevos. Cada uno de los cuales dura muchos miles de años. Cada nueva helada acumula glaciares y cada nuevo deshielo los derrite y dispersa. La congelación está terminando. Es el momento de derretirse.
Ahora la ciencia climática descubre fenómenos desconocidos y precisa que la inundación que ahogó Doggerland fue el resultado de un aumento de más de 100 metros del nivel del mar desde el máximo glacial, hace unos 20.000 años. Semejante escenario es más extremo que cualquier cosa que enfrentemos a finales de este siglo en alrededor de dos órdenes de magnitud. Pero incluso una fracción de este aumento podría provocar una catástrofe hoy.
Alertas con los niveles del mar
Las naciones insulares como las Maldivas, distribuidas a lo largo de una serie de atolones bajos, rara vez se encuentran a más de unos pocos metros por encima del oleaje. Y en la mayor parte de la escasa superficie terrestre de las Maldivas, a menos de un metro. La inundación permanente, en tales condiciones, no es simplemente una preocupación hipotética, sino una preocupación inminente. Incluso con estimaciones más conservadoras del futuro aumento del nivel del mar.
En países continentales como Bangladesh, la mayor parte de su masa terrestre se encuentra a menos de 10 metros sobre el nivel del mar. Mientras que la mayoría de la población habita en el rico y fértil delta del Ganges, que está aún más cerca de las olas, en algunos lugares a solo un metro de distancia. Los bosques de manglares, cuando están intactos, pueden soportar parte de las crecidas de las aguas y las marejadas ciclónicas, pero sólo hasta cierto punto.
Las grandes inundaciones ya están aumentando en frecuencia y gravedad y se prevé que empeoren en las próximas décadas.
La ciencia climática anticipa que el ahogamiento de Doggerland no es una analogía de los peligros que enfrentamos hoy. Y no está claro qué lecciones precisas, si es que hay alguna, se pueden extraer. Su pérdida fue, en última instancia, un producto natural e inevitable de los ciclos celestes de la Tierra y obra de muchos milenios. Sin embargo, en el cuadro pintado y en la tragedia que se observa en la distancia, parece vislumbrar siniestramente una advertencia y una premonición. Para la historia de Doggerland –su drama y su atractivo– eso, al final, puede ser suficiente.