La disrupción, una palabra de moda usada por las grandes industrias. Un término que se aplica, no para describir la experiencia del cliente, sino uno que busca enmarcar cómo se experimenta en primer lugar. La destrucción creativa o disrupción la han practicado las empresas, la prensa o simplemente las personas que piensan en la continuidad y discontinuidad de las cosas. Qué dura, qué no, qué es lo nuevo y qué es solo la próxima versión de algo más antiguo.
¿Estos cambios de la industria de la tecnología pretenden lograr transformaciones sobre cómo funciona el capitalismo? ¿Es la disrupción una nueva excusa para modificar lo que ya se conoce? Las posibles respuestas determinarán si es necesaria una regulación o cuál es el papel que deben desempeñar gobiernos y sindicatos sobre la nueva industria tecnológica.
Hablar sobre disrupción
Cuando se habla de disrucpción usualmente se piensa en el peligro de la continuidad. Es una sensación de que la continuidad funciona bien hasta que deja de funcionar y que se corre un riesgo cuando no se avanza y se queda atrás. Esto es una visión característica de la modernidad, no del período en el tiempo, sino sobre la condición de ser moderno.
Ya lo comentó Charles Baudelaire en el siglo XIX, época en la que el mundo avanzaba con furia hacia la modernidad vertiginosa. «La forma de una ciudad cambia más rápido, ay, que el corazón de un mortal». Pareciera que seguir viviendo de la manera en que se vive sería quedarse viviendo en el pasado.
Pero en el mundo actual, sin embargo, el concepto de disrupción se relaciona más con la experiencia del capitalismo. Sobre todo cuando se piensa en aquellos productos o empresas que parecían indispensables en la vida y que simplemente desaparecieron con el tiempo. Es esa noción de que las cosas parecen durar para siempre, pero que llegan a ser efímeras. De esto se aprovechan las grandes industrias tecnológicas, de la sensación de aburrimiento generalizada sobre lo que se considera pasado o simplemente rutina. Se apropian del discurso disruptivo para sacudir “lo viejo” y seguir haciéndole espacio a lo nuevo.
La historia detrás de la disrupción
Probablemente los antepasados más antiguos de la idea de disrupción sean Karl Marx y Friedrich Engels. Ellos escribieron en el Manifiesto Comunista que el mundo capitalista moderno se caracteriza por una “revolución constante de la producción, una perturbación ininterrumpida de todas las condiciones sociales”.
Mientras que el mundo premoderno estaba definido por algunas certezas estables, en la modernidad las relaciones fijas se vuelven anticuadas y hay que sustituirlas. Una idea que se trasladó del Manifiesto Comunista al ámbito empresarial gracias al economista Joseph Schumpeter, quien aunque no era marxista derivó su término y pretendía que fuera más descriptivo que afirmativo. De hecho, también se empapó con los términos de los economistas liberales del momento.
De esta manera Schumpeter se convirtió en uno de los más grandes analistas del ciclo económico, pero también de sus implicaciones sociales. En 1932 asumió el cargo de profesor en la Universidad de Harvard y pensó que el capitalismo conduciría casi de forma gradual a un tipo de socialismo de Estado. Una idea que, aunque no le gustó, calificó de inevitable.
La disruptivo, el socialismo y el capitalismo
La inevitabilidad del socialismo y la inestabilidad del capitalismo son dos ideas que probablemente muy poco se relacionen con la disrupción actual. Sin embargo, esta disrupción parece inclinar más la balanza hacia el lado del capitalismo, pues se muestra más acorde con la fuerza desenfrenada del mercado.
Eso sí, en todo caso es importante que se trata de una teoría que se forjó primero en Marx. El filósofo que estaba tratando de probar que el modelo de producción capitalista hacía inevitable una revolución. El determinismo de Marx que niega a Marx.
El economista Schumpeter estuvo de acuerdo con Marx en dos puntos. Que la eficiencia cada vez mayor de la explotación capitalista disminuye las tasas de ganancia y que esa disminución conduce a monopolios.
Marx planteaba que la caída de la tasa de ganancia condenaba al capitalismo a explotar al trabajador cada vez más duramente, lo que preparaba el escenario para la rebelión y la revolución. Schumpeter contestó con la idea de destrucción creativa: si los mercados se mantuviesen uniformes la idea de Marx habría sido cierta, pero no es el caso.
El impulso que mantiene en movimiento el motor del capitalismo proviene de los nuevos bienes de consumo, nuevos métodos de producción, nuevos mercados, nuevas formas de organización industrial que crea la propia empresa capitalista. Schmpeter señala que la tendencia a sacudir y redefinir los mercados le permite al capitalismo mantener su continuidad y vitalidad. La disrupción le permite mantener el curso.
Sin embargo, en el libro Capitalismo, socialismo y democracia, Schumpeter sorpresivamente argumenta todo lo contrario. No cree que el capitalismo sobreviva. Concluye que la destrucción constante terminará provocando intentos de regular el capitalismo. Al final, Schumpeter creía que la destrucción creativa era lo que hacía el capitalismo insostenible. De forma gradual y pacífica terminaría cediendo ante alguna forma de socialismo, por mínima que sea, y el fin de la libertad individual.
Disrupción y destrucción creativa
La mayor parte del discurso sobre la disrupción se basa en la idea de destrucción creativa, pero la cambia en aspectos esenciales. No parece indicar que una destrucción creativa cada vez más intensa terminará en una nueva estabilidad, algo más allá del capitalismo; en cambio, la disrupción parece sugerir que la inestabilidad que viene con el capitalismo es todo lo que hay.
Finalmente, pareciera que la disrupción no es más que la novedad para quienes temen a la verdadera novedad. Una revolución para gente que no pretende obtener nada con la propia revolución. Es una relación hasta contradictoria, porque la disrupción se sugiere como una falta de respeto hacia lo que ya existe, pero es simplemente reorganizarlo.
La disrupción no parece querer acabar con lo que ya hay, solo busca hacerlo más eficiente, más emocionante, más otra cosa. Un ejemplo de ello es Uber, que aseguró que cambió la experiencia de llamar a un taxi, aunque esa vivencia se ha mantenido en gran forma de la misma manera.
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El resultado de la disrupción
La retórica de la disrupción usualmente crea estabilidad, solidez y cierta uniformidad a pesar de que no hay nada. El disruptor retrata cualquier cosa, incluso la industria más simplista del mercado, como una gran enemiga contra la que sus enemigos deben luchar.
El uso del concepto de disrupción en el mundo actual parece desdeñar cualquier fuerza acumulativa y gradual del progreso. Ser disruptivo es voltear el tablero de una sola mano y de una sola vez, no hacerlo poco a poco. Todo esto aunque las historias de progreso gradual sean las que terminen describiendo el mundo en el que vivimos ahora.
Al final, el resultado del impulso del disruptor es la expectativa de que, en lugar de que su idea se adapte al mundo de alguna manera, el mundo debería adaptarse a la genialidad de esa idea. Y así continúa el ciclo interminable, uno que mantiene rodando la idea de aceptar lo disruptivo como lo único, lo nuevo y, finalmente, lo que seguirá arrastrando a todos hacia lo moderno.
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