En una de sus tantas conferencias sobre el desarrollo científico, el reconocido astrofísico estadounidense Neil DeGrasse Tyson explicaba la importancia que tiene para los países y las organizaciones alcanzar su independencia tecnológica. En la medida en que pueden avanzar en este campo, se hacen menos dependientes de otros Estados o empresas y menos vulnerables a los vaivenes del mercado o a los caprichos de lo proveedores. La digitalización de la economía supone, por lo tanto, un reto.
«El ojo del amo engorda el ganado», dice el refranero popular. Y ciertamente, no es lo mismo poner en manos de un tercero una actividad no medular de nuestro negocio —para dedicar mayor esfuerzo a las operaciones críticas — que confiar en otros parte de nuestros objetivos estratégicos porque no somos capaces de manejarlo.
En España, muchas empresas están aprendiendo la lección. Y de la peor manera. La digitalización llegó, es cierto. Una compañía «como Dios manda» tiene una web y una app. Pero al final «tenerla» no significa «desarrollarla». Como es más fácil pagar que aprender, delegan la tarea de su digitalización a consultoras. Pero el facilismo se paga caro.
El coste de renunciar al aprendizaje
Delegar algunas funciones de una empresa a otra, que se especializa en la tarea que se requiere dominar, tiene su atractivo. Entre sus mayores beneficios están la reducción de costes y el acceso a nuevas tecnologías. Sin embargo, al transferir esas tareas no solo se coloca en manos de un tercero la carga, sino también un activo importante. Y no se trata de dinero o equipos, sino de la reputación de la empresa.
Para quienes están al otro lado de la línea —sean clientes, proveedores, socios, autoridades o comunidades —, lo que publique una web representa a la empresa cuyo nombre parece allí, no a la que desarrolló la aplicación. Por tanto, si el desarrollador no tiene la capacidad, la responsabilidad o el conocimiento necesario para realizar esa función como si fuese parte de la compañía que le contrata, puede dañarle la imagen.
Hay un problema adicional, en la medida en que se delega la labores a un tercero no solo se transfiere el trabajo de realizarlas, sino también al aprendizaje que implica su manejo. Y el gran problema es que el aprendizaje no puede ser transferido. Cuando se le entrega a otro, se renuncia a él. Ni más ni menos.
Problemas latentes
En términos generales, la principal ventaja de la subcontratación se reduce a los costes. Y no necesariamente a los costes directos, sino especialmente a los indirectos, que terminan pesando más. Los pasivos que se generan al tener obligaciones con trabajadores en la nómina, la compra y mantenimiento de equipos, los espacios de trabajo, la adquisición y actualización de programas. Todo estos «lastres» financieros se eliminan, cuando se subcontrata a una consultora, que lo asume para proveer el servicio. Pero el manejo que haga de estos aspectos no solo van a repercutir en el servicio que brinde la consultora, sino en el negocio de quien le contrata.
Los problemas organizativos del proveedor se pueden convertir en los problemas del contratante. Si la consultora no es financieramente estable, ni capaz de mantener a los miembros del equipo necesarios, su desempeño se verá afectado en algún punto y afectará el éxito del proyecto.
Las diferencias culturales entre las dos partes, la incapacidad para entenderse correctamente, las habilidades de comunicación deficientes o las barreras del idioma también pueden resultar en una cooperación fallida.
Mucho que perder
Pero el mayor problema que supone delegar en una consultora el desarrollo de herramientas digitales es que se renuncia a todo el capital de un área de negocio que, si bien en este momento puede no ser medular, adquiere cada vez mayor importancia.
Ahora resulta fundamental para un negocio contar con un local atractivo y cómodo para que los clientes hagan sus compras, o calidad en las líneas de producción. Pero cada vez será más importante el buen uso de las herramientas digitales. En consecuencia, lo que en estos momentos es una actividad marginal, en un futuro no muy lejano será fundamental para las empresas.
Entonces, desaprovechar la oportunidad de crecer digitalmente ahora, podrá significar una desventaja importante después. La reducción de costes de hoy podría ser la condena de mañana. El riesgo es muy alto. Demasiado.
Digitalización y teletrabajo
Un elemento adicional en el desarrollo de la digitalización es el teletrabajo. Este sistema se basa en el conocimiento tácito y los intensos niveles de cooperación entre muchas personas.
Ante esta realidad, frente al teletrabajo ha habido dos actitudes dominantes en los empleadores. Por un lado, valoran las ubicaciones que fomentan la comunicación, la colaboración, las relaciones interpersonales y la confianza. Esto quiere decir que los trabajos del sector de la información se están agrupando más densamente en las zonas urbanas. En las ciudades se cuenta con mayores facilidades de interconexión, suministros de equipos, o servicio técnico, entre otros.
Por otro lado, en los últimos años algunos empresarios han rechazado el teletrabajo. Sin embargo, como la propagación del coronavirus hace que algunos de estos empleadores cambien temporalmente el rumbo, han comenzado a comprender mejor el potencial real del teletrabajo en la economía del futuro. Ha quedado en evidencia el papel de la digitalización en el futuro (y el presente) de las empresas. Para el teletrabajo las empresas deben contar con una plataforma cibernética robusta y confiable.
Atender su desarrollo sin la suficiente preparación significa condenar las operaciones al fracaso. Colocar ese desarrollo en manos de terceros supondría confiar un alto porcentaje de la estabilidad de la empresa a consultoras externas. En uno u otro caso, el peligro de no hacer lo correcto es muy grande. Hay que ser cuidadosos.
Cuestión de supervivencia
Ante este panorama, las empresas españolas pueden volver a tropezar dos veces con la misma piedra. Los papelones que hemos visto en páginas y aplicaciones de compañías sólidas, muchas de las cuales se han visto obligadas a hacer «borrón y cuenta nueva virtual», deberían ser una lección aprendida.
La digitalización de la economía dejó de ser una moda, una novedad o una opción. Es ya parte importante del negocio. Su buen uso es la diferencia entre el éxito y el fracaso. La pregunta es ¿cuánto de su éxito están las empresas dispuesta a dejar en manos de terceros? O peor aún, ¿cuánto estarían dispuestas a dejar en manos incompetentes? La pregunta puede ser aún más simple: ¿cuántas de ellas sobrevivirán a la revolución industrial 4.0?
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