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Un estudio en la revista científica Science demostraba cómo, en su evolución, el ser humano ha alcanzado la cúspide de la pirámide biológica, convirtiéndose en el único superdepredador del planeta. Aunque la investigación se refería a que los humanos han convertido a los demás depredadores, como los grandes felinos, orcas o tiburones, en sus presas, esa capacidad para dominar y alterar toda la materia viva o inerte de la Tierra hace única esta era a la que ya muchos llaman el Antropoceno, o la era del hombre.
Este nuevo tiempo no tiene una fecha de inicio fijada. Los científicos debaten si comenzó con la aparición de la agricultura en varias zonas del planeta, como Oriente Próximo o la actual China, hace unos 10.000 años. Otros lo retrasan al Holoceno hasta la Revolución Industrial de mediados del siglo XVIII y su máquina de vapor. Mientras, con el aniversario de la bomba atómica, muchos físicos apuestan por el dominio del átomo en los años 30 y 40 como el comienzo.
Sea como fuere, todas esas posibles fechas tienen cosas en común: la base del cambio siempre es tecnológica. La plasmación del ingenio humano, de las ideas en herramientas, ha permitido dominar cada vez más su entorno. En términos relativos, cada uno de esos grandes momentos han sido pruebas del desarrollo del ser humano y, salvo el cambio climático y en menor medida la energía atómica, han permitido a la Humanidad en su conjunto salir de la oscuridad, crecer y prosperar. Pero, también, cada uno de esos grandes momentos que harían orgullecer a un padre han tenido o están teniendo efectos colaterales que están abriendo profundas heridas en la madre Tierra. Algunas son infecciones locales, pero la mayoría son síntomas de una enfermedad mucho mayor.
Las diez heridas
El calentamiento global y el paso del Noroeste
Encontrar una vía marítima entre el Océano Atlántico y el Pacífico diferente al Canal de Panamá o el Cabo de Hornos ha sido el sueño de muchos navegantes, armadores e industriales. Pero hasta hace poco el paso por el norte de Canadá, lo que llaman el paso del Noroeste, ha estado vedado. Sin embargo, en 2007 se abrió por primera vez. Afectado por el calentamiento global, el Ártico se deshiela con mayor intensidad y, cada verano, se retira más hacia el polo. El año pasado, un primer carguero hizo la travesía y, en los próximos años, la harán muchos más. La apertura del paso no sería una mala noticia si no fuera porque las naciones limítrofes, Rusia, Canadá, Noruega, EEUU o Dinamarca, ya pelean por aprovechar sus recursos, lo que alteraría una de las pocas zonas vírgenes que quedan.
El basurero tecnológico de los países ricos
La revolución tecnológica de las últimas décadas ha hecho que en cada hogar del primer mundo haya una pléyade de aparatos electrónicos, ordenadores, tabletas, televisores, móviles… que a los pocos años se convierten en cacharros. A pesar del endurecimiento de las políticas de retirada y reciclaje en la UE, grandes consumidores como EEUU no han ratificado la Convención de Basilea sobre la basura electrónica y la exportan al Tercer Mundo como ayuda tecnológica. Con datos de 2005, un estudio publicado en 2014 estimó que los países de la OCDE generaban unos 35 millones de toneladas de residuos electrónicos. La cuarta parte va a una decena de vertederos en China, India, Ghana o Nigeria. El de Guiyu, en China, es considerado uno de los mayores del mundo con más de 50.000 personas empleadas.
El año que viene se cumplirá el 30 aniversario del desastre de Chernóbil, cuando la fusión del reactor de la vetusta central nuclear soviética mató a decenas de personas y obligó a evacuar a unas 100.000. No parecen unas cifras muy elevadas, pero aún hoy muere gente por el efecto de la radiación y, en varios kilómetros a la redonda, sigue vigente una zona de exclusión. El accidente es la metáfora real de los riesgos de la energía atómica. No fue el primero ni el último, como demostró el caso de Fukushima en 2011. Pero en una de sus paradojas, los humanos necesitan esta energía. Hace unas semanas el gobierno japonés levantó la moratoria que había impuesto a todas las centrales niponas.
Es una de las consecuencias más dramáticas del cambio climático que ya muy pocos niegan: el calentamiento global provocado por las emisiones derrite los hielos polares a un ritmo tal que el nivel del mar no deja de subir. Lo hace centímetro a centímetro cada año. El último informe del panel de la ONU para el cambio climático planteaba un escenario en el que el nivel del mar podría elevarse hasta casi un metro para 2100. En muy poco tiempo, muchas islas del Pacífico y el Índico serán engullidas por las olas. El Gobierno de Kiribati ya está comprando tierras en otras islas más altas para llevar a su gente. Y no es el único archipiélago condenado a morir, en la lista también están Vanuatu, Tuvalu, Maldivas…
China está llamada a ser la superpotencia del siglo XXI. Ya en 2013 superó a EEUU como primera potencia científica y pelea de tú a tú en materia económica. Los chinos lo hacen todo a lo grande, la presa hidroeléctrica más grande del mundo, la Gran Muralla China… Ahora, impelidos por el avance del mar, están levantando un grandioso muro de diques y barreras en sus playas. Hasta el 60% de los 14.500 kilómetros que tiene de costa serán elevados. Aún tardarán un par de décadas en completarla, pero será la nueva Gran Muralla china, esta vez, para ponerle puertas al mar. Es tan grande que los científicos aún no han estimado el impacto ecológico regional que pueda llegar a tener.
No, Pekín no tiene el peor aire del mundo. No es que respirar allí sea sano, de hecho, un reciente estudio vinculó la polución atmosférica de las grandes ciudades chinas con la muerte de casi 160.000 personas en el último lustro. En realidad, tal y como mostró un informe de la OMS el año pasado, el peor aire está sobre las urbes indias, con seis de ellas entre las 10 primeras. La capital Nueva Delhi es también la primera en aire envenenado, con 153 microgramos de partículas por metro cúbico. Para hacerse una idea, Madrid, con toda su mala fama de aire podrido, tiene una media de 11 microgramos.
La deforestación de los bosques tropicales, también los boreales, es una de las mayores amenazas para el planeta. La del Amazonas es la más conocida y su ralentización tras una política agresiva por parte del ejecutivo brasileño promete llegar a una tasa cero en la próxima década. Pero el problema se ha trasladado a otras zonas, como las selvas del Golfo de Guinea, en África, o el sudeste asiático. Aquí, las islas de Borneo y Sumatra se llevan la palma. Es precisamente el cultivo de palma para extraer su aceite lo que amenaza con convertir esas islas en desiertos. El último informe de la organización WWF estimó que Borneo perderá hasta 22 millones de hectáreas de arbolado para el año 2030.
Hace años que los científicos cuestionan la relación coste/beneficio de las grandes presas hidráulicas. Pero algunos países como China o Brasil están empeñados en reducir sus emisiones de combustibles fósiles apostando por los saltos artificiales de agua. El país americano tiene una larga tradición de grandes presas para obtener electricidad. Sin contar las chinas, coloca a tres grandes presas entre las 10 primeras, como las de Itaipu o Tucuruí. Pero lo peor está por venir, Brasilia planea levantar otras 150 en las próximas dos décadas en los ríos amazónicos. Ya se están produciendo protestas entre las comunidades indígenas y los científicos, que temen el impacto.
La tecnología moderna depende en gran medida de unos metales tan escasos que son llamados ‘tierras raras’. Dentro de cada móvil, panel solar o reactor nuclear hay minerales como escandio, lantano o neodimio. China es el mayor productor de estos minerales y lo es no sólo por poseer los mayores yacimientos sino porque su extracción y su procesado son tan costosos en clave medioambiental que sólo donde las normas se relajan, su producción es rentable. ¿Resultado? Vertidos tan tóxicos como el del lago de Baotou, en la Mongolia interior (China), donde se encuentran el 70% de las reservas de ‘tierras raras’, es el desgraciado precio que paga el planeta por nuestro bienestar.
Nacimiento y muerte en el delta del Ganges
Algunas de las mayores civilizaciones, como las mesopotámicas, e imperios, como el de Roma, nacieron en la desembocadura de los ríos. No hay tierras más fértiles. Hoy, unos 340 millones de personas viven en el delta de los mayores ríos del mundo y 10 veces más en todo su cauce. Sin embargo, el cambio climático amenaza con desestabilizarlos. Un reciente estudio publicado en Science colocaba al delta del Ganges, en India, como el más amenazado por la elevación del mar y eventos climáticos extremos, como inundaciones. Pero, de cumplirse sus pronósticos, deltas del primer mundo, como el del Misisipi o el Rin, hoy casi inmunes, se verán azotados por el mar.
*Cambio16 -como cabecera comprometida con la preservación del medio ambiente y los derechos humanos, reimpulsa su campaña #C16Alerta, que ha venido denunciando los efectos y graves proyecciones del daño climático, consolidando un movimiento por la justicia climática. Visita nuestro especial #C16Alerta: Las señales del futuro que no queremos ver