La ética es el arte de analizar las situaciones y saber qué se debe hacer o qué decisión se debe tomar. Para Diego Gracia Guillén, una de las principales referencias internacionales en el ámbito de la bioética, lo verdaderamente importante es la educación ética de la sociedad: “Debería ser la asignatura principal en las escuelas”
La vejez constituye hoy casi un tercio del tiempo de vida de una persona. Y no sabemos muy bien cuál puede ser su función en la sociedad en esa etapa. Diego Gracia Guillén, introductor de la bioética en España en la década de los ochenta, considera un enorme error que la sociedad identifique como clase pasiva la tercera edad, en la que se cultivan los valores no productivos, que son precisamente los más humanos. Su función, en consecuencia, debe ser precisamente transmitir esos valores a las generaciones jóvenes porque la vejez es y debe ser la etapa más importante de la vida.
Gracia Guillén, autor de Fundamentos de Bioética (1989), quizá el libro más importante de lo que puede llamarse la “perspectiva europea” en bioética, es catedrático emérito de Historia de la Medicina en la Universidad Complutense de Madrid y director del Máster en Bioética (creado en 1988) de la misma universidad. Este máster, frecuentado básicamente por profesionales sanitarios, marcó un hito que sirvió como base para todas las organizaciones de bioética que fueron proliferando por distintos lugares de Hispanoamérica como fruto de una intensa demanda de personas formadas en este ámbito. Las distintas promociones de sus cursos se agruparán a partir de 1994 en la Asociación de Bioética Fundamental y Clínica.
Director de Eidon, revista española de bioética, ha ejercido como profesor de Filosofía y Ética en varias universidades y centros españoles y extranjeros. Director Académico de la Fundación Xavier Zubiri. Presidente de la Fundación de Ciencias de la Salud. Académico de Número de la Real Academia Nacional de Medicina y de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Acaba de clausurar el XV Congreso Nacional de Bioética, que se ha celebrado en Vitoria bajo el lema Bioética y cuidados en tiempos de pandemia: vulnerabilidad, crisis y cotidianidad. Este foro ha reflexionado, entre otros asuntos, sobre el concepto del cuidado como dimensión vital y las organizaciones que cuidan, y sobre el final de la vida y la muerte médicamente asistida en el contexto de la nueva ley de eutanasia.
La covid ha disparado los problemas de salud mental en una sociedad que ya estaba enferma. ¿Con qué fortalezas se puede afrontar esta otra pandemia?
La humanidad está tan orgullosa de los avances científicos que se había autoconvencido, ahora vemos que demasiado pronto, de que esto de las epidemias era cosa del pasado. Esta pandemia nos ha hecho tomar conciencia del error en el que estábamos. Es utópico pensar que podemos erradicar de la tierra todos los microorganismos potencialmente patógenos para nuestra especie. Así que lo prudente es aprender a convivir en paz con ellos. La cultura occidental lleva siglos apostando por la primera estrategia, la de exterminio, más que por la segunda. Y eso acaba teniendo consecuencias no solo físicas sino también mentales. Es lo que está sucediendo ahora.
¿Por qué surgen los negacionismos?
Hay negaciones que son claramente psicopatológicas. Pero sería un error pensar que todas son así. La mayor parte tienen carácter oportunista. Es el caso de quienes no quieren vacunarse para no padecer los riesgos de la vacuna, en la espera de que la mayor parte de la población sí se vacune y de ese modo ellos queden protegidos indirectamente a través de la llamada “inmunidad de rebaño”. En la literatura a estos se les denomina “polizones” o “gorrones”. Es un problema de insolidaridad.
¿Plantea la vacunación desafíos éticos?
La insolidaridad es un claro problema ético. De la sociedad todos recibimos muchos beneficios, y es lógico que también tengamos que contribuir asumiendo algunos perjuicios, y en este caso concreto algunos riesgos. Tradicionalmente a estas contribuciones se las denominaba “prestaciones sociales obligatorias”. Una era, por ejemplo, el servicio militar. Otra, la vacunación obligatoria. Pero los políticos tienen cada vez más miedo en exigir prestaciones obligatorias de este tipo. Les hace perder popularidad y votos.
La soledad es uno de los males de nuestro tiempo. ¿En qué hemos fracasado?
La soledad es inhumana, y por eso resulta irresistible. Los seres humanos nacemos y vivimos en grupo. Todos necesitamos no solo contacto y reciprocidad, sino también cuidado y amor. Esto último puede conseguirse estando en apariencia solo, como sucede en los grandes místicos. Y también sucede que no se den esos vínculos estando muy acompañado, o viviendo en el interior de un barullo. De ahí que el problema no sea tanto la soledad en sí sino la calidad de los vínculos que establecemos. Algo que, pese a las apariencias, no facilitan las nuevas técnicas de comunicación.
¿Es posible que únicamente se sienta solo quien no sabe estar consigo mismo?
En medio de una muchedumbre de personas uno puede encontrarse absolutamente solo, y viceversa, en la total soledad de un claustro monástico puede sentirse profundamente acompañado. Es un problema de recursos, digamos, espirituales. Solo puede vivir de veras en compañía quien sabe estar solo.
La realidad líquida en la que estamos inmersos apunta que la incertidumbre es la única certeza posible. ¿Cómo influye la bioética en el mundo de las incertidumbres morales que lo son también culturales?
Siempre es peligroso abandonarse a los eslóganes, como el de “realidad líquida”. Nadie sabe exactamente qué quiere decir. Otra cosa es la incertidumbre, que sí es más precisa. La certeza es muy infrecuente en la vida humana. Lo normal es la incertidumbre. Decisiones inciertas son aquellas en las que nuestra mente es incapaz de tener en cuenta todos los factores. Esto nos pasa casi siempre; por ejemplo, cuando vamos conduciendo un coche. Lo que la ética exige es que se tengan en cuenta en la decisión todos los factores que sea posible y que se actúe con prudencia. Prudencia es la virtud que enseña a tomar decisiones razonables en condiciones de incertidumbre.
Usted se mueve en la esfera de la ética de la responsabilidad. ¿Cómo se asume en una época en la que nadie, sobre todo en el ámbito político, se hace responsable de sus actos y mucho menos de sus consecuencias?
Una decisión responsable no es una decisión cierta sino prudente. La prudencia es el arte de optimizar las decisiones que se toman con incertidumbre. Eso es lo que se llama “decisión responsable” o “responsabilidad”. Es tomar siempre la respuesta más adecuada, aunque implique incertidumbre y por tanto nos podamos equivocar. Este es nuestro deber, y por tanto en esto consiste la ética. Que por supuesto no tiene nada que ver con lo que vemos cotidianamente hacer a los políticos. Una cosa es la responsabilidad y otra muy distinta el mero cálculo estratégico que busca la propia conveniencia.
¿Nos dejamos llevar por una ética de la convicción en la que, como decía Sartre, el infierno son los otros?
Lo que Max Weber, el padre de la “ética de la convicción”, quería decir al contraponerla a la “ética de la responsabilidad”, es que las decisiones morales no son correctas si uno se atiene a un principio en exclusiva, por bueno que este sea, desatendiendo los demás factores que han de tenerse en cuenta en la toma de decisiones morales. La ética de la responsabilidad intenta gestionar la incertidumbre de la vida humana buscando optimizar los valores en conflicto y hallar la solución óptima a los problemas. La ética de la convicción, por el contrario, aplica un principio o una norma, sin atender a nada más. Su expresión más conocida es el principio clásico “fiat iustitia, pereat mundus”, hágase la justicia, aunque perezca todo el mundo. Así proceden muchas personas.
¿Frente a una sociedad adormecida bajo los efectos de la globalización tiene el existencialismo más vigencia que nunca?
Vivimos en sociedades en las que los medios de comunicación son tan poderosos que determinan en muy buena medida el modo de pensar y de actuar de las personas. Desde Kant, a este tipo de vida se le llama “heterónomo”. Lo contrario es la “autonomía”. Promoverla en las personas tendría que ser la gran tarea de la educación. A mi modo de ver, es el gran fracaso de nuestra sociedad. Me he dedicado toda la vida a la educación, y pienso que las leyes de educación son cada vez peores. Es una auténtica tragedia.
¿Cómo entender la libertad?
Con el término “libertad” pasa algo similar a lo que sucede con el de “autonomía”. Se piensa que alguien es autónomo cuando puede hacer lo que quiera, y que por tanto la autonomía consiste en la ausencia de coacción. Es un error. Solo es autónomo el que sabe lo que debe hacer y hace aquello que debe. Lo mismo cabe decir de la libertad. Libertad no es ausencia de necesidad. Algo puede hacerse de modo necesario y a la vez de forma libre. Hay una copla de Manuel Machado que dice: “Cariño le toma el preso a las rejas de la cárcel”.
¿Existe una ética de la ignorancia?
Sí, y es muy vieja. Los tratados clásicos de ética distinguían entre dos tipos de ignorancia, la vencible y la invencible. Ni que decir tiene que solo es atribuible al ser humano la primera. Y lo que la ética ha dicho siempre a este respecto es que la ignorancia vencible es culposa, y por tanto moralmente impresentable.
Si somos dueños de nuestra vida, ¿por qué no lo somos de nuestra muerte?
En términos precisos, es incorrecto decir que somos dueños de nuestra vida. De hecho, no nos la hemos dado nosotros. Nos la han dado gratuitamente. Esto es lo que se llama un “don” o un regalo. Nuestra única capacidad es la de gestión, que habrá de ser lo más razonable o prudente posible. En eso consiste la ética.
Cuando no hay dignidad en la muerte, ¿la eutanasia se convierte en un derecho?
Uno de los mayores errores de nuestra cultura es la confusión sistemática de la ética con el derecho. Cuando alguien quiere saber lo que debe hacer, lo primero que hace es mirar qué dice la ley. Es un grave error. Es, de nuevo, caer en la heteronomía, que para Kant era tanto como la negación de la ética. La ética es el arte de analizar las situaciones y saber qué se debe hacer o qué decisión se debe tomar. Debería ser la asignatura principal en las escuelas. El derecho, por el contrario, se hace en los parlamentos, por las personas elegidas por los ciudadanos. De ahí que las leyes sean un mero epifenómeno de la ética de los ciudadanos.
“VIVIMOS EN SOCIEDADES EN LAS QUE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SON TAN PODEROSOS QUE DETERMINAN –EN MUY BUENA MEDIDA– EL MODO DE PENSAR Y DE ACTUAR DE LAS PERSONAS”
Nos empeñamos en arreglar el mundo a través de leyes y más leyes, y abandonamos la educación primaria. Esto vale para todo, también para la eutanasia. Siempre digo que las leyes de eutanasia son lo menos importante. Lo verdaderamente importante es la educación ética de la sociedad. Y en eso nadie repara. Parece que a nadie le interesa. Ejemplo paradigmático, la llamada “ley Celaá”, en la que prácticamente ha desaparecido.
¿Puede la inteligencia artificial discernir en dilemas éticos?
Personalmente tengo alergia a la palabra “dilema”. Vengo enseñando a mis alumnos desde hace muchos años que los dilemas no existen o son rarísimos en la vida real (no así en los libros y en los modelos artificiales, como sucede en los algoritmos de la inteligencia artificial). Lo que realmente existen son “problemas”, es decir conflictos que no tienen solo dos posibles salidas o cursos de acción sino muchos. Reducirlos a dos es suicida. Y eso es lo que nos gusta hacer a las personas, aunque solo sea por comodidad, y lo que por ahora hacen los algoritmos de inteligencia artificial.
¿Es posible insuflar un alma a las máquinas?
No sé muy bien qué se quiere decir con esto. Se supone que las máquinas podrán hacer con el tiempo todo aquello que la naturaleza ha sido capaz de hacer. Y parece claro que la evolución ha acabado dando de sí seres inteligentes, con capacidad ética, etc. Probablemente todo esto podrán acabarlo haciendo las máquinas. Pero por ahora se trata de una pura especulación. Lo conseguido hasta ahora es extremadamente pobre.
¿Cómo armonizar la innovación tecnológica para garantizar la deliberación moral en el campo de la ética clínica?
Es evidente que no todo lo técnicamente posible es éticamente correcto. De hecho, para eso acuñó Van Rensselaer Potter en 1970 el término “bioética”. Los avances de la ciencia y la biología estaban siendo tan enormes, que ponían en riesgo la propia supervivencia humana. De ahí la necesidad de una reflexión ética pareja a los avances científicos. Y si esto se veía ya así en 1970, cuánto más hoy, cincuenta años después. En estos mismos días está reunida la Conferencia del clima en Glasgow, con el objetivo de controlar la emisión de gases nocivos para el futuro de la vida y del medio ambiente a la atmósfera.
¿Cómo abordaría Zubiri, su maestro, los vertiginosos avances en genética y neurociencia?
Zubiri fue uno de los filósofos del siglo XX con mejor formación científica y que más integró los datos de la ciencia en la reflexión filosófica. La filosofía es la reflexión sobre la realidad, y la ciencia es de una ayuda inestimable en el conocimiento de la realidad. De hecho, fue muy amigo de Severo Ochoa, que dio un ciclo de conferencias en la Sociedad de Estudios y Publicaciones que dirigía Zubiri. La filosofía no tiene por qué tener miedo a los datos de la ciencia. Pero tampoco puede reducirse a ellos. En términos de Zubiri hay que decir que la ciencia se ocupa de estudiar las “talidades” de las cosas, en tanto que la filosofía es sobre todo un saber “trascendental”.
¿Por qué nos repele la simple idea de clonar a un ser humano?
Hay varios tipos de clonación, y no todos tienen la misma calificación moral. La llamada “clonación terapéutica” tiene por objeto evitar enfermedades genéticas en la descendencia. Con las debidas precauciones, nadie se opone a ella. Lo que sí resulta menos razonable es la llamada “clonación reproductiva”, cuyo objetivo es crear seres genéticamente idénticos a los progenitores. La clonación reproductiva es frecuente en plantas y animales, y ya en esos campos plantea serios problemas éticos. En el caso de la especie humana, salvo casos muy excepcionales, no se considera correcta, sino que más bien parece fruto de un inmenso narcisismo del progenitor.
¿La industria biotecnológica está inmersa en encontrar un atajo genético a la inmortalidad?
Esto, hoy por hoy, es pura ciencia ficción, no llega a más.
Bajo esa perspectiva, ¿qué dimensión puede adquirir la bioética del envejecimiento?
En el último siglo se ha conseguido duplicar la esperanza media de vida de las personas. Es un salto fabuloso, pero que muy probablemente no se volverá a repetir en el futuro. Como esta duplicación de la esperanza de vida ha coincidido con la generalización del control de la natalidad, el resultado es que en la actualidad hay más viejos que nunca antes, y que en el próximo futuro habrá aún más. Esto plantea todo tipo de problemas. Personalmente, hay uno que me preocupa de modo especial.
La vejez constituye hoy casi un tercio del tiempo de vida de una persona. Y no sabemos muy bien cuál puede ser su función en la sociedad. En principio, parece que no tiene ninguna, y de ahí que se les denomine “clase pasiva”. Me parece un enorme error. La primera parte de la vida se consume en los años de formación, y la segunda es la propia de la vida productiva, en la cual los seres humanos carecen de tiempo para el cultivo de los valores no productivos, que son, precisamente, los más humanos.
Pienso que la función de la tercera edad ha de consistir en cultivar y hacer presentes en la sociedad esos valores que los demás no pueden cultivar y transmitirlos a las generaciones jóvenes. Desde este punto de vista, la vejez es y debe ser la etapa más importante de la vida. Hay que hacer todo lo posible para que esto acabe siendo pronto así.