Tras la guerra de Ucrania, el futuro de Europa debe pasar por fortalecer el multilateralismo y la cooperación para el desarrollo, encarnando los valores tradicionales de defensa de la libertad y la democracia que siempre ha defendido y que, con ocasión de cada crisis que ha vivido, han salido fortalecidos. La comunidad internacional, sobre todo los países que no son hegemónicos, no quieren un nuevo orden internacional dividido en bloques que le obligue a escoger aliados estratégicos.
Rechazan la idea de tener que elegir entre la Unión Europea, Estados Unidos o China. Europa puede ser un actor fundamental en el nuevo sistema internacional en el que todos los Estados tienen libertad de acción política y económica pudiendo tomar decisiones estratégicas independientes sin verse obligados a formar bloques.
Diego Badell Sánchez es candidato a doctor en el programa de Ciencia Política, Políticas Públicas y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Barcelona, bajo la supervisión de la profesora Esther Barbé. Obtuvo un contrato predoctoral del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad (FPI), vinculado al proyecto EU-NormCon (Normative contestation in Europe: Implications for the EU in a changing global order). Es licenciado en Ciencias Políticas y Gestión Pública por la Universidad Autónoma de Barcelona, y obtuvo un máster en Seguridad Internacional por el IBEI.
“La Unión Europea tiene que reformular su política exterior y definir qué es lo que quiere ser como actor. Puede ser un actor fundamental en el nuevo sistema internacional en el que todos los Estados tienen libertad de acción política y económica pudiendo tomar decisiones estratégicas independientes sin verse obligados a formar bloques”
Guillem Ripoll Pascual es Doctor en Gestión y Administración Pública por la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente es Profesor Ayudante Doctor en la Universidad de Navarra (Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales). Las líneas principales de investigación giran alrededor del concepto “motivación por el servicio público”.
En especial, sus estudios se centran en dilucidar la conexión entre este tipo de motivación y ética. Otras líneas de investigación son: liderazgo, negociación pública, gestión de recursos humanos, evaluación de políticas públicas e innovación en gestión pública.
La guerra de Ucrania constituye una coyuntura crítica, un punto de inflexión que altera el curso de la historia. ¿Qué consecuencias puede implicar a corto y medio plazo para una Unión Europea más debilitada que nunca, si es que alguna vez fue fuerte?
A la Unión Europea se le puede calificar de todos los modos que queramos. Si nos acordamos de la crisis de 2008, siempre echábamos la culpa a la Unión Europea: es que la Unión Europea nos obliga a hacer reformas, es que la Unión Europea nos obliga a recortar en ciertas partidas.
En cambio, nos olvidamos de que, al final, si existe la Unión Europea es porque existen sus Estados miembros y, en ciertas áreas, la Unión Europea –las instituciones europeas– pueden tener autonomía de acción y, en otras, aunque se actúe bajo el nombre de Unión Europea, esa actuación ha sido acordada por los Estados miembros, algo que tenemos que tener muy presente.
Es complejo, es complicado, pero hay que ser muy didácticos al explicar qué es y cómo funciona la Unión Europea. Ni la Unión Europea es la panacea ni la Unión Europea es la fuente de nuestros mayores problemas. La Unión Europea es lo que nosotros hacemos de ella.
Volviendo a la pregunta, yo no acabo de ver en qué aspectos la Unión Europea se encuentra debilitada. Por ejemplo, me viene a la cabeza cuando se anunció que se expulsaba o se cortaba el acceso de Rusia al sistema Swift. El primer líder responsable en anunciar dicha decisión fue la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. Incluso el presidente de Estados Unidos llegó a asistir a una reunión del Consejo.
¿Esto qué quiere decir?, que se reconocía la legitimidad del liderazgo de la Unión Europea. Pero, en todo caso, el mayor riesgo de la Unión Europea no es el que viene de fuera sino el que está dentro. La desigualdad es el mayor reto que tienen que afrontar los Estados miembros y la Unión Europea. La existencia de ese riesgo es lo que puede hacerla peligrar.
También existe un problema de autoridad. Nos hemos dotado de un tratado, el de Lisboa, y nos hemos otorgado una carta de derechos fundamentales. En consecuencia, sabemos cuáles son los valores sobre los cuales se construye y se basa la Unión Europea.
Por contra, tenemos un problema de autoridad: no sabemos quién es el garante de los valores europeos. Por esa misma ambigüedad, actores como los populismos de extrema derecha, y ciertos partidos que pacten con la extrema derecha y la dejan entrar en el Gobierno pueden deconstruir los valores europeos sin que ningún mecanismo lo evite.
Con la salida de Estados Unidos de Afganistán, la comunidad internacional dio por finiquitado un modelo geopolítico identificado con líderes ‘hacedores de países’, que alcanzó su máxima expresión con George W. Busch. La invasión de Ucrania nos devuelve a la barbarie y perfila un nuevo orden internacional bipolar. ¿Regresamos a la Guerra Fría? ¿Cómo se configura el equilibrio de poderes que se avecina?
El caso de Afganistán es interesante. Más aún si lo comparamos con el caso de Ucrania. Si lo analizamos calma vemos que ambos países tienen un punto de unión. En ambos, tanto Estados Unidos como la OTAN han invertido recursos para formar las fuerzas de seguridad.
Si prestamos atención a la inversión, veremos que en Ucrania se invirtió muchísimos menos recursos que en Afganistán. La pregunta pertinente es: ¿qué factor lo explica? Expertas como Alexandra Chinchilla razonan que se debe a una voluntad dispuesta a aceptar que un cambio es necesario.
Es decir, que en el nivel local haya una disposición a hacer las cosas de otra forma. Y ese cambio en las mentes de los ucranianos y en su aparato militar se dio en la primera invasión rusa de 2014. No obstante, el caso de Ucrania acelera un cambio en el orden internacional. Todavía es pronto para sacar conclusiones. En todo caso, la expulsión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos no conlleva nada bueno. La expulsión puede acabar validando las tesis de Rusia, defendidas al menos desde el año 2009, de que existen unos derechos tradicionales que están por encima de los derechos humanos.
Ahora hemos entendido por qué los países que formaron parte de la Unión Soviética, o que se encontraban bajo su esfera de influencia, decidieron no unirse únicamente a la Unión Europea, sino también a la OTAN.
En otras palabras, aceptar que los derechos humanos no son universales. Y, si este elemento no es una excepción, sino que es la regla, lo que al final acabamos teniendo es una fragmentación del sistema internacional. Esto puede conllevar un intento de recuperar una autoridad transferida a un nivel internacional en el que nos habíamos dotado de reglas compartidas.
Sin estas reglas compartidas, que posibilitan que la rivalidad sistémica puede ser canalizada mediante reglas comunes, volveríamos a la concepción hobbesiana del poder de todos contra todos. Y esto parte también de que si, hasta la fecha, calificamos a Rusia como una potencia revisionista y, por tanto, que desde dentro del propio sistema buscaba cambiar las reglas basándose en sus concepciones de poder, ahora nos podemos encontrar con una Rusia que no es revisionista, sino revanchista.
Algunos analistas debaten sobre el fin de la historia como si no fuese posible otro orden y otras prioridades, valores más perdurables. Roma debió pensar lo mismo cuando destruyó Cartago. ¿En realidad, no hemos avanzado mucho desde entonces?
Esa pregunta la dejaría para los historiadores. En todo caso, yo diría que la gran mayoría de los críticos de Fukuyama por su libro El fin de la historia, seguramente no lo habrán leído. Cuando me refería a los historiadores es porque tenemos que tener en cuenta el contexto en el cual se produce esa idea del fin de la historia. Se registra en un momento en el que en el sistema internacional teníamos una hiperpotencia, un poder hegemónico. Por eso, es posible hablar del fin de la historia: en una época de hegemonía tú puedes moldear al sistema a tu semejanza.
¿No da la impresión de que la UE ha dejado la interlocución en manos de la OTAN y esto ha desencadenado el conflicto?
Tenemos que tener en cuenta que el único interlocutor que no ha reconocido a la Unión Europea ha sido el presidente de Rusia. Y que el conflicto solo tiene un responsable, y se encuentra en Moscú. Pero lo que sigue demostrado el conflicto es por qué era necesaria la OTAN.
Ahora hemos entendido por qué los países que formaron parte de la Unión Soviética, o que se encontraban bajo su esfera de influencia, decidieron no unirse únicamente a la Unión Europea, sino también a la OTAN.
En España, nuestro país, la extrema derecha y cierta izquierda tienen un problema de disonancia cognitiva. La izquierda, parte de ella en el Gobierno, ha ido vociferando ideas sin entender las lecciones de la Primavera de Praga de 1968. Pero como forman parte del Gobierno, han acabado validando las acciones del Gobierno. Esto implica el envío de armas defensivas y ofensivas a Ucrania.
Sin embargo, yo pondría el foco en combatir a la extrema derecha. En todo este proceso, desde que se inició la guerra, no he visto ninguna reflexión sobre cuán grave son los planteamientos de los partidos que se encuentran en ese espectro político.
Si Macron hubiese perdido las elecciones, la UE podría haber estallado en pedazos. Alemania se resiste a perder su hegemonía. ¿Por qué es tan difícil construir la Europa de la defensa en términos westfalianos?
Lo que a mí me sorprendería es que Alemania no se resistiera a perder su hegemonía. Al final, el poder, en todas sus naturalezas, es fundamental. Pero, en cambio, Alemania ha decidido cambiar su manera de hacer. Tardará un tiempo, pero los cambios conllevan su tiempo.
El mundo no es Twitter, donde parece que todo tenga fácil solución. El mundo es complejo, la política es compleja y las decisiones son complejas. Y esto nos lleva a mencionar el campo de la defensa, donde la Unión Europea lleva años dando pequeños pasos, pero necesarios y robustos.
Un ejemplo es el fondo europeo para la defensa. Es cierto que tiene un presupuesto muy pequeño porque se fue reduciendo conforme avanzaban las negociaciones del presupuesto comunitario, pero identifica, junto con otros mecanismos de la Europa de la defensa, las necesidades principales. En mi opinión, no es gastar más porque al final, si juntamos todos los presupuestos de defensa de los 27 Estados miembros, Europa es una potencia. Para mí, el mayor reto de la Europa de la defensa es la interoperabilidad de los sistemas.
¿Están dispuestos los países miembros de la UE a ceder su soberanía en favor de los organismos e instituciones comunitarias?
La respuesta es sí. Esa es la idea de partida del proyecto europeo. Como ejemplo paradigmático, tenemos el Tratado de París de 1951, donde lo que se hace es mancomunar el carbón y el acero en seis países: República Federal Alemana, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos.
Se identifica a la Unión Europea como depositaria de los valores que sostienen la democracia, la libertad y los derechos humanos, pero crisis como la de los refugiados, con los movimientos migratorios como arma arrojadiza para la confrontación política, la pandemia o la constante disidencia de los países del Este más atlantistas niegan este liderazgo ético. ¿Qué defensa de los valores europeos se puede hacer hacia fuera cuando internamente tenemos amenazas no resueltas?
Esto nos lleva a hablar de que, justamente, en las próximas décadas, aunque este movimiento se había identificado antes de la guerra de Ucrania, se producirá una contienda sobre el futuro del orden internacional y el papel geoestratégico de China.
Ya tenemos una idea de cómo puede ser el orden emergente. Cuando hablamos de rivalidad sistémica, aparece China. Seguramente tendremos un orden estratificado y diferenciado con regímenes distintos y con diferentes participantes para varias regiones y dominios, aunque algunas instituciones heredadas van a perdurar junto con nuevos organismos.
La UE está nerviosa y los debates sobre soberanía europea o autonomía estratégica reflejan la idea de que el resto del mundo no sigue al pie de la letra las normas europeas. Por ejemplo, hasta los neerlandeses están pensando en un enfoque más confrontacional, incluso proteccionista, en el ámbito de los asuntos económicos. Por tanto, es fundamental hacerles entender a los responsables políticos y a los encargados de la toma de decisiones, que la mayoría de la población no vive en la Unión Europea, en China o en Estados Unidos.
Esos actores lo que intentan es encontrar su propio camino en el sistema y no quieren verse obligados a elegir un mando. De modo que la Unión Europea tiene que reformular su política exterior y definir qué es lo que quiere ser como actor. A veces es vista como un poder imperial, con una herencia colonial de la que todavía no ha hecho ninguna reflexión.
Pero a la vez puede ser un actor fundamental en el nuevo sistema internacional en el que todos los Estados tienen libertad de acción política y económica pudiendo tomar decisiones estratégicas independientes sin verse obligados a formar bloques o campos cerrados. Por lo tanto, debería de ser capaz de salir de la dicotomía en la que los Estados Unidos quieren hacerla entrar, esto es el mundo de confrontación entre democracias y sistemas autoritarios.
La Unión nació como consecuencia de la convergencia económica, pero políticamente siempre fue una quimera. ¿Cómo avanzar en el multilateralismo, la cooperación y el desarrollo?
La Unión Europea tiene una historia fundacional que es clave para hacerla atractiva y que se basa en esa idea de paz, seguridad y prosperidad centrada en valores como democracia, división de poderes, liberalismo político y económico.
No comparto esa idea de que la Unión Europea tiene un déficit democrático y un problema de legitimidad. Quién elige, por ejemplo, al presidente o presidenta de la Comisión Europea sino el Parlamento Europeo, elegido por todos los ciudadanos de la Unión. Quién propone la candidatura del presidente o presidente de la comisión sino el Consejo Europeo formado por primeros ministros o presidentes elegidos directamente por la ciudadanía o por el Parlamento nacional depositario de la soberanía nacional.
Lo mismo ocurre con la elección de los comisarios y el examen al cual se les somete en el Parlamento Europeo. Ojalá lo tuviésemos en nuestro país. La Unión Europea tiene muchos mecanismos para hacer avanzar el multilateralismo, la cooperación y el desarrollo. Por ejemplo, en sus tratados comerciales con terceros actores o países es capaz de poner condicionalidad en elementos como los derechos humanos.
Lo que sí debería mejorarse es cómo nos aproximamos a las necesidades de terceros países. Es preciso escuchar, hay que bajar al terreno. Pongamos un ejemplo que siempre es paradigmático: tú no puedes negociar con Kenia y decirles que a partir de ahora tendrán que importar vacas y empezar a consumir leche de esa misma vaca. No forma parte de su concepción vital porque en Kenia consumen leche de cabra.
Entonces hay que encontrar el punto de acuerdo donde ambas partes puedan construir una relación robusta, de entendimiento. Y aquí el cambio en la Comisión hacia un modelo de partenariados internacionales apunta en la buena dirección. Lo que hay que preguntarse es si el cambio solo es en el nombre o también en cómo se actúa.
¿Qué mecanismos pueden garantizar los valores que sustentan la idea de Europa y cómo deben aplicarse? ¿Se hace necesaria una fuerza militar europea?
Una gran pregunta que lleva tiempo discutiéndose. Una de las conclusiones es que Europa tiene más mecanismos condicionantes hacia los países que quieren unirse a la Unión que con aquellos países que están dentro de la Unión.
En consecuencia, mientras que una cierta ambigüedad en los valores siempre es necesaria para que los demás actores se adhieran al contenido de esos valores, también es necesario la existencia de una autoridad. Esa autoridad hoy es muy ambigua y es uno de los mayores retos.
Ahora veremos cómo funciona el mecanismo de protección del Estado de derecho que fue declarado acorde al derecho europeo comunitario por la Corte de Justicia europea y que, por lo tanto, la Comisión tiene la potestad de poner en marcha para imponer sanciones, medidas coercitivas y correctivas.
En las crisis, la UE tiende a la refundación y el fortalecimiento. Aunque en el pasado haya faltado cohesión y voluntad, ¿ha actuado en esta crisis con unidad de acción? ¿Cómo preservar esta actitud firme en el futuro?
Rotundamente, sí. Deberíamos estar orgullosos de ser europeos. Por fin nos hemos despertado de un letargo marcado por la pasividad y la inacción. Pensábamos que el capitalismo era suficiente para atemperar el autoritarismo. pero ahora sabemos que comerciar con dictadores no hace que tu país sea más seguro, que mantener el dinero de los líderes corruptos en bancos europeos no los civiliza, al contrario, los corrompe.
Y un último paso: el abrazo de Europa a los hidrocarburos rusos ha hecho al continente europeo más inseguro y vulnerable. Como en todo momento crítico, al final la unidad se acabará corrompiendo o desapareciendo, pero es necesario aprovechar esta coyuntura en la que Europa del Este ha demostrado una voluntad de proteger el modelo europeo –que hasta la fecha no entendíamos o no habíamos sabido ver– y hay que aprovechar ese momento para profundizar mucho más en la defensa de cuáles son los valores europeos.