La pena de muerte tiene gran arraigo en Japón. El país asiático y Estados Unidos son los únicos países industrializados -parte del G7- que ejecutan a los prisioneros. En el país nipón, un tribunal condenó a muerte a un hombre de 30 años que en 2016 mató a 19 discapacitados. El hombre no solo no está arrepentido de lo que hizo, sino que en una entrevista concedida a los medios locales manifestó su odio hacia los discapacitados.
Sabemos que juntos podemos acabar con la pena de muerte en cualquier parte del 🌏
Amnistía Internacional se opone a la pena de muerte en todos los casos sin excepción
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— amnistia . org 🕯 (@amnistia) October 10, 2019
Satoshi Uematsu fue de habitación en habitación
Una noche de julio de 2016, Satoshi Uematsu fue de habitación en habitación del Centro de Sagamihara y apuñaló uno por uno a pacientes con discapacidad. El saldo fue de 19 muertes y 26 heridos. Luego confesó su crimen llevando los cuchillos ensangrentados a una comisaría. Uematsu señaló en una entrevista a la agencia Jiji que lo había hecho lo mejor posible y por el bien de la sociedad. Sus abogados defensores alegaron que sufría “trastornos mentales”, por lo tanto, no era culpable. Decidieron apelar el veredicto.
Cuenta Marcelino García en El Rincón de los Derechos Humanos que los condenados en Japón tienen de cinco a siete años más de vida, mientras apelan a la decisión del tribunal. En ese período los condenados japoneses pueden desarrollar enfermedades mentales debido al estrés y la ansiedad. Un anciano esperó por su muerte 32 años. Hirasawa Sadamichi murió por causas naturales a los 95 años. Al parecer es una gran excepción.
El sistema de justicia japonés condena a muerte a aquellos individuos que asesinan; roban y asesinan, por ejemplo. El derecho internacional prohíbe la ejecución de personas con enfermedades mentales. Pero en Japón existe una postura de la sociedad que defiende la pena de muerte ante crímenes graves. De no ejecutarse se envía un mensaje a la sociedad de que cualquier individuo puede matar y repetir en el futuro.
Defensores de los derechos humanos
En la acera de enfrente están los defensores de los derechos humanos que observan que estas penas capitales se basan en gran medida en confesiones forzadas.
Satoshi Uematsu manifestó abiertamente que quería matar a estas personas discapacitadas. Se lo dijo en una carta a la cámara baja del Parlamento japonés. La residencia Sagamihara y otro centro especializado eran parte de sus objetivos. Tras este hecho Uematsu fue internado en un hospital, pero un médico consideró que no estaba enfermo y lo dejó salir y mató a los 19 discapacitados del centro donde trabajó antes.
En el país hay una tradición judicial que termina con la vida de alguien que haya robado o matado. En agosto pasado dos reclusos en Japón fueron ejecutados. Yasunori Suzuki, de 50 años, por robo y triple asesinato y Koichi Shoji, de 64 años, condenado por robo y doble asesinato.
En ese momento, el ministro de Justicia, Takashi Yamashita, señaló que ambos condenados cometieron crímenes extremadamente crueles y que antes de aplicar la sentencia se habían estudiado los casos con mucha cautela. Además, que preveía que este tipo de sentencias se seguirán aplicando siempre y cuando no hayan factores que lo impidan.
La pena de muerte en Japón incluso traspasa fronteras. Cuatro meses después de la ejecución de estos dos personajes, un extranjero, un chino condenado por matar a una pareja en Fukuoka, murió en la horca. Las organizaciones como Amnistía Internacional denuncian que la pena de muerte viola el derecho a la vida; como un castigo, cruel, inhumano, degradante, irreversible que conlleva tortura psicológica; claman por su abolición.
Un informe anual de Amnistía Internacional señaló que en 2018 las muertes por pena máxima se incrementaron en Singapur, Bielorrusia, EE UU, Japón y Sudán. El director sobre Legislación y Políticas de Amnistía Internacional señaló también en diciembre que muchas de estas penas tenían un trasfondo socioeconómico y racial que contribuía con las discriminación y abuso a los derechos de aquellos que no tienen voz. Tawanda Mutasah lo dijo en una conferencia de prensa en la sede de la ONU.
La pena de muerte de Uematsu
Durante el juicio de Satoshi Uematsu en Japón, la madre de una de las víctimas le dijo: “Te odio tanto. Me gustaría hacerte pedazos. Incluso la pena más alta es demasiado ligera para ti. Nunca te perdonaré”.
En opinión de los defensores de derechos humanos la pena capital no solo es uno de los castigos más denigrantes y crueles que se infringe a los seres humanos. Lo más lamentable es que se hace sobre la base de criterios discriminatorios por motivos raciales y socioeconómicos.
La pena de muerte en Japón se ejecuta con el método del ahorcamiento, permitido desde 1879. También se aplican al robo con violación que cause la muerte, al incendio provocado en edificios residenciales o que contengan gente y la incitación a la guerra exterior o la asistencia al enemigo.
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