En la primera semana de febrero se estableció el Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina. No es un asunto del pasado, de pueblos atrasados, de comunidades bárbaras o en estado natural. Contra toda suposición y en medio de una revolución digital y del conocimiento que ha llegado hasta el más apartado rincón del planeta, en 2022, más de 4,2 millones de niñas corren peligro de ser despojadas de una parte importante de su cuerpo y entrar en un recorrido existencial que no es precisamente de “purificación”, la palabra que usualmente utilizan para santificar la práctica.
La mutilación genital se perpetra en algún momento entre la lactancia y la adolescencia. Ocasionalmente en la edad adulta, como una vía de abrir vía al matrimonio. La práctica es más frecuente en las regiones central, occidental, oriental y nororiental de África, en algunos países de Oriente Medio y Asia, también en Europa y América entre migrantes que la consideran una costumbre cultural o una tradición ancestral.
Los motivos por los que se practica difieren de una región a otra y de una época a otra, aunque siempre responden a una mezcla de factores socioculturales y creencias que se transmiten en la familia o las comunidades. La mantienen como una parte básica de la crianza de la niña y una forma de prepararla para la vida adulta y el matrimonio. Donde es una convención social, su práctica es casi universal y muy rara vez cuestionada. La presión de la sociedad, la necesidad de aceptación social y el temor al rechazo de la comunidad, constituyen poderosas motivaciones para perpetuarla.
¿Una prueba de feminidad y de pertenencia?
La mutilación genital viene asociada con modelos culturales de feminidad y recato, portadores de la idea de que las niñas son puras y hermosas una vez que se eliminan de su cuerpo las partes que se consideran impuras. Se ejecuta entre los siete días del nacimiento y antes de la primera menstruación. Implica la eliminación parcial o total de los genitales externos femeninos. No tiene beneficio alguno para la salud ni existen razones de higiene, pero sí consecuencia inmediatas y recurrentes de por vida: infecciones, cicatrices anormales, dolor y hasta la muerte, además de la eliminación del placer sexual.
Las ejecutoras, que tienen la práctica como su medio de vida, asocian la mutilación genital con el rol de la mujer en su comunidad, con la higiene (“es más limpio”), mantener una buena salud, la estética, aumentar las oportunidades matrimoniales, evitar la promiscuidad, potenciar la fertilidad, facilitar el parto, prevenir el nacimiento de niños muertos en las primigrávidas, “cree que si el niño al nacer toca con su cabeza el clítoris puede morir o padecer algún trastorno mental”.
A menudo responde a lo que se considera una conducta sexual aceptable y tiene por objetivo asegurar la virginidad antes del matrimonio y la posterior fidelidad. En muchas comunidades existe la convicción de que inhibe la libido femenina y la ayuda a resistir la tentación de relaciones extraconyugales. Además, en el caso de las mujeres cuya abertura vaginal ha sido sellada o estrechada, se supone que el miedo al dolor que causaría su apertura y a la posibilidad de que se descubra disuaden a la mujer de mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio.
Ni razones ni corazones
En muchas sociedades, se ha convertido en la prueba física que confirma la feminidad de una niña y que ha sido iniciada mediante un rito de paso a la edad adulta y ha recibido las enseñanzas necesarias para ser digna de pertenecer a la comunidad y a la sociedad secreta de las mujeres.
La OMS, basada en estudios sociológicos, ha señalado que las razones más citadas para aceptar la mutilación genital incluyen la presión social, integrarse a lo que hacen los otros, la creencia de que incrementa la posibilidad de casarse (se han encontrado conexiones intrincadas entre la mutilación genital y objetivos socioeconómicos) y la idea errónea de que es una práctica religiosa –una especie de sacramento– y también una tradición cultural.
Kaha Ducureh, embajadora regional de buena voluntad de ONU Mujeres para África, subraya que la mutilación genital no es religión ni educación ni cultura, sino una práctica social que se ha mantenido pese a su nocividad, especialmente en las comunidades más aisladas del medio rural.
En muchas comunidades, el matrimonio precoz y forzado y la mutilación genital van juntos. Los padres, aconsejados por los abuelos, suponen que una niña mutilada tiene más posibilidades de contraer matrimonio. La despojan a de su infancia, su educación, su salud y sus aspiraciones. Generalmente las hace más vulnerables a sufrir VIH, traumas psicológicos, complicaciones en el parto, anemia y otros padecimientos.
No hay escritos religiosos que prescriban la práctica, pero sus ejecutores con frecuencia alardean un respaldo religioso. Los líderes religiosos, por su parte, adoptan variadas posiciones. Algunos fomentan la mutilación, otros la consideran irrelevante y otros contribuyen a su eliminación. En general, no le dan la importancia al individuo que la sufre. Prevalece la intención de contar con la aquiescencia del grupo social y se adscriben a la opinión mayoritaria.
En algunos casos las estructuras locales de poder y autoridad, como los líderes comunitarios y religiosos, los circuncisores e incluso parte del personal sanitario, contribuyen al mantenimiento de la práctica. Es parte de su sistema de subsistencia. Sin embargo, se ha demostrado que esas personas bien informadas y con otras actividades laborales pueden defender con éxito el abandono de la mutilación genital femenina.
Comenzar por el origen
En la mayoría de las sociedades se le considera una tradición cultural y con ese argumento se pretende mantenerla. Puede ser una tradición, pero no cultural y sí muy nociva. Un arraigo ritual contraproducente. Una costumbre de sometimiento que derivó en norma y que agravó la degradación y humillación de la mujer.
Mutilar significa «privar de un miembro u órgano a un ser vivo» y refleja la gravedad del acto. Aunque se trate de una tradición ancestral, un rito que siguen pensando en que actúan por el bien de sus hijas, en su purificación, se trata de una ablación o mutilación. Tan salvaje como sacarle el corazón a un guerrero para ofrendárselo a los dioses.
Hoy viven en 31 países más de 200 millones de mujeres y niñas que sufrieron mutilación genital. No obstante, estudios en pequeña escala, informes de activistas de derechos humanos y estudios de campo sugieren que la mutilación puede practicarse en más de 90 países. El año pasado, en plena pandemia de COVID-19, unos 4,16 millones de niñas y mujeres de todo el mundo corrieron el riesgo de ser mutiladas genitalmente.
En comparación con hace 3 décadas, las niñas tienen ahora un tercio menos de probabilidades de ser mutiladas, pero si no se toman medidas en el año 2030 podría haber otros 2 millones de mutiladas. Pero hay otros aspectos que se deben considerar.
Una ex mutiladora de Senegal
Si la crisis climática y económica, agravada por la pandemia de la COVID-19, empuja como calcula a 96 millones de personas a la pobreza extrema, la mutilación y el matrimonio infantil resurgirán como mecanismos de supervivencia. El riesgo mayor lo corren las niñas de los grupos marginados. Como consecuencia, cerca 11 millones de niñas no volverían a la escuela, lo que abre más oportunidades a la mutilación genital femenina en el hogar. Además, las mujeres sin educación tienden a apoyar la práctica, a perpetuarla.
Otro factor que juega a favor de la práctica son las dificultades de integración de los migrantes en sociedades más avanzadas, en lo que el racismo, la xenofobia y discriminación potencian sus vínculos y raigambre con las costumbres de sus comunidades de origen. La poca integración a la comunidad europea, por ejemplo, reafirman su sentido de pertenencia y “sus tradiciones”, entre ellas erróneamente la mutilación.
No es justo que una mujer no conozca la alegría del sexo
Amnistía Internacional ha divulgado el caso de Mariame Sakho, que desde niña desarrolló destrezas como mutiladora enseñada por su abuela. Hasta 1999 había ejecutado la ablación a miles de niñas senegalesas recién nacidas y adolescentes. Ese año Senegal prohibió la mutilación genital femenina y tanto ella como otras mutiladoras fueron advertidas de las sanciones legales que les podían aplicar si continuaban la práctica.
Hasta entonces, nunca se había cuestionado la ablación genital femenina. “Jamás pensamos que era algo nocivo, lo asumimos como una tradición de siglos que debíamos respetar”, dijo.
Casi de inmediato, asumió como un deber luchar contra la mutilación. Como una de las personas más respetadas de la comunidad, se dedicó con ahínco a hacer entender a los padres y madres de niñas con riesgo de mutilación de que “cumplir la tradición” no era necesaria para el honor de sus hijas y que lo único que lograrían serían hemorragias, infecciones, dolor intenso y hasta la negación del placer sexual. “No es justo que una mujer nunca conozca esta alegría y que viva el sexo con su marido solo para procrear”, repite una y otra vez.
La agencia de la ONU que lucha por la igualdad de género apoya a las mujeres que tienen como medio de vida la mutilación a niñas y desean dejarlo, pero ya son personas mayores y no encuentran otra forma de ganarse la vida. Una experiencia positiva ha sido la Iniciativa Spotlight de la Unión Europea y la ONU, que ha capacitado a 300 mujeres para obtener ingresos de la agricultura sostenible, la fabricación de jabón, la confección de ropa o el pequeño comercio vecinal. Ya no tienen que mutilar niñas para no acostarse sin cenar.
Durante 35 años, en Tienni, una comunidad del condado de Grand Cape Mount, Liberia, Yatta Fahnbulleh manejó una «escuela del bosque» en la que las niñas eran sometidas a una serie de rituales, incluida la mutilación genital, para “iniciarlas” en la edad adulta.
Yatta quería dejar de mutilar niñas, pero no encontraban una alternativa para ganarse el sustento. Ahora es proveedora de comidas en su comunidad.
Una sobreviviente que protege a su hija
Amal Ahmed, madre de una niña de 11 años y de tres varones de 15, 18 y 19 años de edad, vive en El Cairo, Egipto. Ella y su hermana fueron engañadas por su familia para que se sometieran a la mutilación genital. Su vida nunca volvió a ser la misma.
“Tenía 10 años, pero todavía recuerdo el dolor. Me obligaron a pasar por una experiencia traumática. Sin anestesia. Fue insoportable dolor y el miedo que sentí. Gritaba muy fuerte, pero nadie parecía oírme. Mi vida quedó trastornada. No he podido volver a tener una vida normal. No solo me dejó cicatrices físicas, también psicológicas que son aún más profundas. Tengo una hija y tres hijos. Eduqué a mis hijos para que respeten a las mujeres como un deber, y eviten aceptar hábitos culturales perjudiciales. Mis hijos entienden las repercusiones de la mutilación genital y la rechazan. Cuando mi marido y mi madre me dijeron que debía someter a mi hija a la mutilación, me negué. Era destruir la vida de mi hija. Debemos que ponerle fin a la mutilación genital y a sus terribles daños físicos y psicológicas”, contó.
El matrimonio infantil –antes de los 18 años– es una violación de los derechos humanos. Una práctica nociva para el individuo que la sufre y también para la sociedad, pero muy generalizada a pesar de las leyes que la sancionan. El matrimonio infantil puede llevar a una vida de sufrimiento. Las niñas que se casan antes de cumplir los 18 años tienen menos probabilidades de permanecer en la escuela y más probabilidades de ser víctima de violencia doméstica.
Las madres adolescentes corren mayor riesgo de morir por complicaciones en el embarazo y el parto que las mujeres de 20 años. Asimismo, sus hijos tienen más probabilidades de nacer muertos o morir en el primer mes.
Mutilada a los 13 años y mutiladora después
Priscilla Nanagiro es una de las 60 activistas comunitarias que trabajan ONU Mujeres y la Iniciativa Spotlight de la UE y Naciones Unidas para eliminar la práctica de la mutilación genital femenina en Amudat, Uganda. Tenía 13 años cuando fue mutilada. Accedió de buena gana, creía que era su iniciación a la edad adulta.
“Sangré todo el día y mis padres estaban preocupados. Las otras niñas que esperaban también estaban preocupadas. Yo sangraba en exceso y se atemorizaban más. No querían someterse a la mutilación, pero sus padres las obligaron”, recuerda.
Priscilla sobrevivió el proceso doloroso y de adulta se dedicó a practicarles la mutilación genital femenina a las niñas en su aldea. Significaba un ingreso suplementario para mantener a su familia. Cerca del 95% de las niñas y mujeres de su comunidad pokot se han sometido a la mutilación genital.
Aunque en Uganda está penada por la ley, la práctica no cesa. Se ha vuelto clandestina y más peligrosa. La comunidad lo preserva como un paso ritual necesario para las niñas y se realiza a menudo en condiciones inseguras, apresuradas e insalubres, que aumentan los riesgos para la salud. Las niñas viajan en pequeños grupos a un área remota donde las mutilan. Cuando la ablación se complica, a veces buscan alguna atención médica en los centros de salud, pero no todos los casos difíciles son resueltos.
Cambiar la mentalidad, las tradiciones no deben ser lesivas
ONU Mujeres y sus socios han estado tratando de cambiar la mentalidad de los miembros de la comunidad sobre la mutilación genital, especialmente entre los ancianos, que son los guardianes de las tradiciones y las normas sociales. Fue en este programa que Priscilla Nanagiro comprendió que las implicaciones y consecuencias de la mutilación podían evitarse. Que nada obliga a cumplir esa “tradición”. Buscó otro sustento. Se dedicó a vender ropa y accesorios.
“Hoy soy un agente de cambio. Defiendo el fin de una norma de vida que solo puedo describir como una experiencia peligrosa, dolorosa y deshumanizante. Los ancianos, los líderes religiosos y los ancianos de la comunidad, en general, deben comprender que la educación es mucho mejor para encontrar un buen marido que la mutilación”, indicó.
Natalie Robi Tingo, de 28 años de edad, es fundadora y directora ejecutiva de Msikhana Empowerment Kuria, una organización comunitaria dirigida por mujeres en la zona rural de Kenya, que desde 2015 trabaja para poner fin a la mutilación genital femenina enfrentando sus causas fundamentales
“Cuando nos mutilan nos dicen que nos confieren un honor. No es cierto. Nos casan y nos arrebatan la vida. Es muy doloroso y algunas niñas mueren como consecuencia de la mutilación», dijo.
Natalie nació en la comunidad de Kuria, en Kenya y enfrentó los mismos desafíos que otras niñas de su comunidad. «La mutilación genital es una norma social tan común como tocar la puerta antes de entrar. Como era la primogénita, en el vecindario se esperaba que me mutilarían. Pero mis padres era personas educadas, mi hermana y yo nos salvamos», relata.
Desde muy niñas se les inculca que la mutilación genital es una responsabilidad que tienen con sus padres y su comunidad. Y no es verdad. En cuanto las niñas entiendan que no deben prestarse a continuar esa nociva e incorrecta costumbre podrán luchar por su salud y rescatar a las demás.
Un cambio notable en Uganda
Christine Awori, jefa de Asistencia Legal de la Sociedad Jurídica de Uganda, dirige clínicas móviles de asistencia jurídica para mujeres y niñas que corren peligro de ser mutiladas genitalmente en el distrito de Amudat, Uganda.
Awori explica que las clínicas tratan de mejorar el acceso a servicios de asistencia jurídica esenciales para las mujeres y las niñas que sufren violencia y respaldar sus derechos a la salud sexual reproductiva.
«Alentamos a mujeres y niñas a rechazar la mutilación y a informar a las autoridades de quienes la llevan a cabo. Desde 2010, en Uganda está prohibido por ley la mutilación genital femenina. Sin embargo, la aplicación sigue siendo débil. Falta conciencia pública y es muy limitada la asignación de recursos económicos y técnicos por el gobierno para hacerla cumplir», lamenta.
Un jefe en Tanzania que desea cambiar las normas culturales
“El proyecto Tokomeza Ukeketaji me hizo comprender que, como líder y custodio de la cultura tradicional, puedo influir en favor del cambio de normas y prácticas que hacen daño a otras personas, especialmente a mujeres y niñas. También tengo tres hijas y me gustaría asegurarles un futuro más brillante. Muchas mujeres en Mara son pobres porque se les privó de la oportunidad de ir a la escuela. La mutilación genital ha retrasado el desarrollo de nuestra comunidad y de Tanzania», dijo.
Ancestral y nociva
Aunque los orígenes de la mutilación genital no están claros, se cree que la han practicado pueblos y sociedades desde hace poco menos de 4.000 años. Fue apenas en 1993 cuando fue reconocida como una forma de violencia contra la mujer y una violación de los derechos humanos. En 1995, en Pekín, la comunidad internacional se comprometió a poner fin a la mutilación genital femenina y a apoyar a los gobiernos para legislar contra la práctica y a ayudar las organizaciones no gubernamentales, comunitarias y religiosas a eliminarla. Pero salvo como una excusa para engrosar la burocracia transnacional poco se hizo, y poco se sigue haciendo. Tuvieron que pasar casi dos décadas para que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptara por unanimidad la primera resolución contra la mutilación genital femenina.
La campaña contra la “práctica ancestral” ha sido fortalecida con una investigación rigurosa sobre sus factores sociológicos subyacentes y sus consecuencias de largo alcance. Sin duda, en la última década ha habido cambios generacionales positivos. Hoy las mujeres entre 15 y 19 años tienen menos posibilidades de haber sido sometidas a la ablación genital que las mujeres de mayor edad.
Unos 60 países, incluidos 26 de los 29 africanos, han aprobado leyes contra la mutilación, pero todavía es débil su aplicación y más raros todavía los enjuiciamientos. Con la nueva corriente identitaria que se pretende imponer para contrarrestar la libertad individual, que estigmatizan como un artificio neoliberal, se pretende aceptar no ya los gulags como centros de disciplina revolucionarias y los psiquiátricos como centros de reeducación, sino las tradiciones más aberrantes y primitivas como una distinción identitaria.
Identidad de grupo vs libertad individual
Como antes ocurrió con la lucha de clases o la dictadura del proletariado que justificaban los peores medios para alcanzar los más altos fines, en la actualidad una propuesta ideológica inscrita en el relativismo posmoderno antepone la identidad común –los ritos, marcas o mitos de las culturas patriarcales– a la dignidad humana, los derechos fundamentales, la libertad cultural y la integridad y libertad de las mujeres. No son progresistas quienes indefectiblemente refuerzan la jerarquía sexual y los privilegios patriarcales.
El respeto a otras culturas y creencias no pueden implicar un relativismo cultural acrítico ni sacralizar la jerarquía sexual que refuerzan el mandato punitivo-moralizador sobre las mujeres. Mucho menos que se pretenda interpretar el respeto a los derechos humanos como una imposición cultural de Occidente. No es la cultura de las comunidades lo que está mal, sino la lesividad de la mutilación lo que obliga a desterrarla. Ninguna tradición, religión, estética, moda o uso generalizado puede saltarse el respeto a la integridad de cuerpo humano, a la dignidad humana
A la OMS le preocupa el aumento de la medicalización de la mutilación digital femenina. La presentan como modera y aséptica. La tortura, aunque la perpetre un médico, no deja de ser tortura, y la mutilación genital es una grave violación de los derechos humanos, aunque la ejecute el más refinado cirujano plástico. Se calcula que más de 68 millones de niñas corren peligro de ser mutiladas en la actual década.
Un pésimo ejemplo de promesas no atendidas
La OMS ha exhortado vivamente a los profesionales de la salud a abstenerse de efectuar tales intervenciones. Son una violación de los derechos humanos de las mujeres y niñas. Además, constituye una forma extrema de discriminación de la mujer y viola los derechos a la salud, la seguridad y la integridad física; y el derecho a no ser sometido a torturas y tratos crueles, inhumanos o degradantes, y el derecho a la vida, en los casos en que el procedimiento acaba en la muerte de la niña mutilada.
En 1997, el gobierno de la República de Malí, el octavo país más grande de África se comprometió a criminalizar la mutilación genital femenina. Dos años más tarde, el el Ministerio de Salud emitió una directiva prohibiéndola en los establecimientos de salud pública. Lo que dejó la práctica en manos de las ancianas mutiladoras. Todavía no se ha aprobado ninguna legislación que tipifique como delito la mutilación genital femenina . Tiene 19 millones de habitantes y 67% de la población tiene menos de 25 años de edad.
Aunque ninguna religión prescribe la ablación femenina, el 70 % de las mujeres malienses de entre 15 y 49 años cree que es un requisito religioso y el 75,8 % considera que debería continuar. Casi el 90% de las mujeres y niñas malienses de entre 15 y 49 años tienen al menos un tipo de mutilación genital. Las regiones con las tasas más altas son Kayes, Koulikoro, Sikasso y Ségou y Bamako, la capital. Todos tienen tasas superiores al 90%.
La muerte de niñas a causa de la mutilación no es noticia de grandes titulares. Pero ocurren constantemente y están envueltas en secreto. En Somalia, a Suheyra Qorane Farah y a su hermana Zamzam la mutilaron en el mismo rito. Ambas sangraron profusamente y cayeron en coma. Zamzam mejoró, pero Suheyra empeoró. Le diagnosticaron tétanos y murió. Días antes habían fallecido desangradas las hermanas, Aasiyo y Khadijo Farah Abdi Warsame y Deeqa Dahir Nuur , de 10 años de edad. Somalia tiene la tasa de prevalencia de la mutilación genital femenina más alta del mundo: 98%..
Tipos de mutaciones
La mutilación genital femenina comprende todos los procedimientos consistentes en la amputación parcial o total de los genitales externos femeninos, así como otras lesiones de los órganos sexuales femeninos por motivos no médicos.
- 1: extirpación parcial o total del glande del clítoris, que es la parte externa, visible del clítoris y sensible de los genitales femeninos) y el prepucio del clítoris (pliegue de piel que rodea el glande del clítoris).
- 2: resección parcial o total del glande del clítoris y los labios menores (pliegues internos de la vulva), con o sin escisión de los labios mayores (pliegues cutáneos externos de la vulva).
- 3: denominado también infibulación; estrechamiento de la abertura vaginal, que se sella procediendo a cortar y recolocar los labios menores o mayores, a veces cosiéndolos, con o sin resección del prepucio del clítoris y el glande del clítoris (tipo 1).
- 4: todos los demás procedimientos lesivos de los genitales femeninos con fines no médicos, tales como la punción, perforación, incisión, raspado o cauterización de la zona genital.
Ningún beneficio, solo daños
La mutilación genital no comprende ningún beneficio para la salud. Al contrario, perjudica a mujeres y niñas de muchas formas. Implica la escisión y lesión de tejido genital femenino sano y normal, ademar de interferir en las funciones naturales del cuerpo de las niñas y las mujeres.
Consecuencia inmediatas
- dolor intenso;
- hemorragia;
- inflamación de los tejidos genitales;
- fiebre;
- infecciones como el tétanos;
- problemas urinarios;
- lesiones de los tejidos genitales vecinos;
- estado de choque;
- muerte.
A largo plazo
- infecciones urinarias (micción dolorosa, infecciones del tracto urinario);
- problemas vaginales (leucorrea, prurito, vaginosis bacteriana y otras infecciones);
- problemas menstruales (menstruaciones dolorosas, tránsito difícil de la sangre menstrual, etc.);
- tejido y queloide cicatriciales;
- problemas sexuales (coito doloroso, menor satisfacción, etc.);
- mayor riesgo de complicaciones al dar a luz (parto difícil, hemorragia, cesárea, necesidad de reanimación del bebé, etc.) y de mortalidad neonatal;
- necesidad de intervenciones quirúrgicas, por ejemplo cuando después de haber sellado o estrechado la abertura vaginal (tipo 3) hay que practicar un corte para ensanchar la abertura y hacer posible el coito y el parto (desinfibulación). En ocasiones la zona genital es cosida repetidas veces, incluso después de parir la mujer, con lo que esta se ve sometida a aperturas y cierres sucesivos, cosa que acrecienta los riesgos tanto inmediatos como a largo plazo;
- trastornos psicológicos (depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático, escasa autoestima, depresiones).