En 1846 el dentista William T.G. Morton hizo inhalar a un paciente vapor de éter antes de una cirugía en la que el doctor John Collins Warren removería un tumor de su cuello. Desde ese momento se difundió rápidamente el uso del éter como anestésico en la medicina. 175 años después un equipo del Servicio de Anestesiología del Hospital del Mar describió por primera vez el momento exacto en el que una persona anestesiada pierde el conocimiento. Un hallazgo que servirá para ajustar mejor las dosis de anestesia a los pacientes.
Hasta ahora, según su peso, talla, género y otras patologías los anestesiólogos pueden determinar la dosis del fármaco necesaria para que paciente no sienta dolor en la intervención. Además de otros parámetros que analizan el estado de consciencia del paciente. Sin embargo, si se quedan cortos el paciente sentiría dolor. Pero si se exceden en la dosis pueden haber consecuencias, incluso acarrearle la muerte.
El equipo del Hospital del Mar ha permanecido en constante búsqueda de una anestesia individualizada y ajustada a cada caso. Tras cinco años de estudios, los investigadores encontraron la manera de afinar la pauta farmacológica y conocer el punto exacto en el que el paciente entra en un estado de inconsciencia. “Si sabemos exactamente cuándo ocurre, la dosificación es más justa y evitamos sobredosificar”, explica Juan Luis Fernández Candil, anestesiólogo y autor del estudio, que ha sido publicado en la revista científica Sleep.
El instante en el que se pierde la consciencia
Para el experimento llevado a cabo entre los años 2017 y 2018, los investigadores reclutaron a 30 voluntarios sanos para inyectarles propofol, un conocido fármaco anestésico muy empleado en los quirófanos. La resonancia magnética y un electroencefalograma les permitió vigilar sus signos vitales y monitorear su actividad cerebral. La prueba permitió registrar con éxito la pérdida de conocimiento de 21 de los participantes.
Los voluntarios tenían que apretar un sensor cada dos segundos para hacer un seguimiento de esa desconexión; si dejaban de hacerlo, significaba que se habían quedado inconscientes. Las imágenes del cerebro obtenidas mostraron como, en el instante en el que los participantes dejaban de apretar con la mano, es decir, cuando perdían la consciencia, se producía una pérdida de conexión entre la corteza cerebral, encargada de las funciones ejecutivas del cerebro, y la parte subcortical y el tronco cerebral.
De la vigilia al sueño
Tras estos resultados, el neurólogo Jesús Pujol, que también ha participado en el estudio, explica que la vigilia y el sueño son dos estados distintos. Lo que rige la actividad mental del primero son los estímulos, lo que vemos y percibimos. En cambio, en el segundo lo que la rige son las inquietudes, el malestar o el hambre. Para pasar de un estado a otro, es necesario que las dos partes del cerebro se desincronicen y se vuelvan a sincronizar con una nueva organización.
Para las pruebas del estudio, el tiempo de paso de la vigilia al sueño fue de una media de 100 segundos. Pero el tiempo varía según la velocidad a la que inyectes el preparado anestésico. Esta transición revela que el tránsito entre vigilia y sueño es largo. “La idea de caer dormido parece que es algo brusco, pero el cerebro se toma su tiempo”, agrega Pujol.
Un hallazgo muy útil
Los resultados del estudio titulado «Disociación a mayor escala de la actividad cerebral en la pérdida de conciencia inducida por propofol» contribuyen a un incremento de la seguridad y del control de la anestesia. «Si tienes un monitor que te permite ajustar las dosis de fármacos para saber si el paciente está consciente o inconsciente, se limita la sobredosificación», agrega Lluís Gallart, jefe de sección del Servicio de Anestesiología del Hospital de Mar y otro de los investigadores del estudio. Lo más importante para los profesionales es que también se podría evitar los efectos secundarios de los fármacos anestésicos.
La investigación no termina aquí. Los autores prevén continuar con el análisis de los datos obtenidos con el fin de validar un método que permita trasladar sus hallazgos a la sala de operaciones. Aunque no podrán poner una resonancia magnética en cada quirófano, podrían disponer de un dispositivo que les permita hacer el seguimiento del electroencefalograma de cada paciente.
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