La guerra de Ucrania ha llevado a la humanidad a lo que los politólogos denominan critical juncture, un acontecimiento extraordinario que supone un punto de inflexión capaz de cambiar el devenir de la historia.
Esta coyuntura crítica, que impulsa grandes cambios, rápidos y discontinuos, puede verse como una oportunidad para construir un mundo más humano, justo y regenerativo. Sin embargo, también encierra una amenaza constante e inconcreta, durante mucho tiempo aletargada. Su latencia no oculta los síntomas atenazantes de un nuevo orden internacional que eleve a la categoría de principio universal un inédito contrato social sostenido en el planteamiento hobbesiano de todos contra todos.
Nos encontramos, como anunció Fukuyama, ante el fin de la historia y certificamos la defunción del orden westfaliano. Nuevas reglas de gobernanza global sustituyen las que durante siglos han constituido la esencia de las relaciones internacionales.
Las dos guerras mundiales del siglo XX anunciaron el desmoronamiento de un modelo basado en la homogeneidad política de los Estados. El surgimiento de los nacionalismos y las ideologías abocó a una nueva propuesta basada en la seguridad que se articuló en torno a la ONU. El equilibrio de fuerzas lo condicionó la tensión permanente entre los dos poderes hegemónicos: Estados Unidos y la Unión Soviética.
¿El hombre lobo del hombre?
Hoy asistimos al resurgir de una guerra fría cuyo frágil equilibrio perpetúa la inestabilidad y la incertidumbre. Oscurece la sombra de un apocalipsis nuclear. Emerge la era de la no paz (unpeace). Una rivalidad sistémica caracterizada por las tensiones inherentes entre democracias liberales y autoritarismos. El mundo sumergido en una angustiosa zona gris.
Mark Leonard, director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, sustenta que la hiperconectividad no solo polariza las sociedades en burbujas competidoras y crea una epidemia de envidia, sino que también proporciona un nuevo arsenal de armas para la rivalidad entre grandes potencias.
Los países ahora libran conflictos manipulando las cosas que los unen. Utilizando, por ejemplo, sanciones, boicots, controles de exportación o prohibiciones de importación con fines políticos y estratégicos.
Esa deshumanización, potenciada por una tecnología al servicio de intereses espurios y poderes fácticos, resulta insostenible y consagra la idea de que, en efecto, el hombre es el lobo del hombre.
Es preciso desarmar la conectividad para que, en un futuro, en palabras del historiador Tony Judt, no hablemos de un tiempo devorado por las langostas.