Con el deshielo del permafrost podrían reaparecer bacterias, virus y hasta seres humanos. Por supuesto, congelados, pero conservados. El deshielo del permafrost es motivo de preocupación y estudio entre los científicos, pues tiene el potencial de amplificar el cambio climático global.
El récord de temperaturas que se registraron hace más de una semana en Verjoyansk, en una de las localidades más frías del planeta, con 38 ºC, evidencia que la tierra permanentemente congelada bajo el suelo atraviesa un calentamiento. Los meteorólogos llegaron a comparar los niveles térmicos de esa usualmente templada región, con el calor sevillano del verano.
Desenterrando mamuts
El permafrost es la capa de suelo permanentemente congelado en las regiones más frías del planeta, como la tundra siberiana o en las zonas cercanas a los glaciares. El suelo puede estar congelado, pero no permanentemente cubierto de hielo o nieve. El deshielo del permafrost puede desenterrar mamuts perfectamente conservados, lobos del Pleistoceno, momias del siglo XVIII y hasta lo más temido por estos días: patógenos.
Hongos, virus y bacterias podrían reaparecer tras millones de años congelados en el permafrost. Ya se ha comprobado la viabilidad —la capacidad de infectar y enfermar— de estos microorganismos a través de cultivos en laboratorios. La congelación es un método efectivo de conservación y el permafrost puede estar congelado por dos años o hasta cientos de miles de años en las capas más profundas que pueden llegar a los 1.500 metros bajo el suelo.
Se estima que apenas si se ha encontrado menos del 1% de todos los microorganismos que pueden existir en el planeta. Mientras tanto, los científicos del clima calculan que actualmente hay 10% menos de tierra congelada en comparación con 1900. En Rusia, Alaska y el norte de Canadá lo que se está derritiendo es la capa superficial. Se podrían sumar unos centímetros en la Antártida, algunos metros en Siberia y sectores rocosos, pues la roca transmite más fácilmente el calor.
El deshielo del permafrost avanza
Sin embargo, el permafrost se está calentando a escala global. Un estudio de enero de 2019, publicado en Nature Communications, mostró que entre 2007 y 2016 la temperatura del suelo en zonas de permafrost continuo aumentó en 0,39 ± 0,15 °C. Entretanto, en el premafrost discontinuo el suelo se calentó en 0,20 ± 0,10 °C. También el suelo congelado cercano a las regiones de altas montañas se calentó en 0,19 ± 0,05 °C. El estudio concluía que a escala mundial la temperatura del permafrost aumentó en 0,29 ± 0,12 °C.
Estas cifras, que a priori parecen insignificantes para la mayoría de las personas, suponen un cambio muy brusco para algo que debería de estar en congelación permanente. Por ejemplo, un aumento global de la temperatura de cerca del 2 ºC sobre los niveles preindustriales supondría la pérdida de 40% de la superficie ocupada por el permafrost.
El deshielo del permafrost abre los ojos del mundo hacia una gran cantidad de cadáveres, virus y bacterias que hacen temer la reaparición de enfermedades. En 2015 se vinculó un brote de carbunco a la carcasa de un reno muerto en la península de Yamal (Siberia) hacía 75 años.
El brote mató a 2.300 renos y a un niño, además de infectar a una docena de personas. Se sospechó que la ola de calor que vivió la zona liberara Bacillus anthracis, la bacteria que causa el carbunco. Sin embargo, no hay prueba que respalde que el deshielo en Siberia haya liberado esporas que pudieran llegar hasta los seres humanos.
Desde las momias hasta el cambio climático
El deshielo del permafrost ha llegado a descubrir hasta momias del siglo XVIII con viruela, una enfermedad erradicada. Los estudios del momento revelaron restos de ácidos nucleicos, hallazgo que no significa que esos restos sean capaces de enfermar a las personas. Aunque «el riesgo cero en biología no existe», explica María José Valderrama, microbióloga de la Universidad Complutense de Madrid.
Por ejemplo, en 2014, investigadores del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia descubrieron a 30 metros de la superficie el Pithovirus sibericum. A pesar de llevar 30.000 años congelado, fue capaz de infectar amebas en un experimento de laboratorio. La resistencia es una cualidad que también se encontró en otros microorganismos —no necesariamente infecciosos— en Groenlandia y la Antártida que tenían entre 50.000 y 150.000 años.
De acuerdo con la biología, hay poca probabilidad de que la liberación de microorganismos como consecuencia del deshielo del permafrost afecte la salud de los humanos o animales. La preocupación principal con respecto a la pérdida de suelo congelado es que libera el carbono orgánico del suelo. Esto liberaría las emisiones de gases de efecto invernadero y aceleraría el cambio climático.
El permafrost actúa como una enorme y gigantesca jaula de residuos de carbono, normalmente plantas y animales, que durante las glaciaciones y la congelación del terreno se han ido descomponiendo.
Se calcula que la cantidad de carbono retenido en el permafrost es más o menos el doble que el existente en la atmósfera. Ahora que se comienza a perder la capa de permafrost, la materia orgánica descompuesta se libera en forma de dióxido de carbono y metano, los dos principales gases de efecto invernadero.
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