Este lunes empiezo a vivir en la fase 3. He pasado tres meses en confinamiento. Por mi edad, mis achaques y mi propio bien he cumplido dos pasos más allá de lo exigido las pautas higiénicas y de distanciamiento social, que cada día nos repiten en todos los horarios y con cualquier excusa.
Lo mejor que me va es la mascarilla. No solo esconde mi escasez de barbilla, sino que también me evita estar respondiendo cómo perdí una esquinilla de los dientes superiores delanteros. No, no me di con una piedra. Creo que salvo en dos ocasiones había utilizado las mascarillas quirúrgicas, que no son las aconsejables para salir a la calle y compartir en los cafés, pero es lo que se consigue, lo que nos manda China. Antes había usado las 3M que fabrican en Maplewood, Minesota, en tareas de pintor de brocha gorda o de calafeteador. Hasta ahí.
El lunes empieza la fase 3 de la desescalada y me preparo para visitar un café y dos bares. Nada de discotecas ni de fiesta taurina, autorizadas desde la fase 2. Tampoco de fútbol, todavía no dejan entrar a la fanaticada, seguirán siendo a puerta cerrada, como si no fuese lo mismo ver un partido desde la tribuna que ir en autobús en trayectos de ida y vuelta de 45 minutos, pero sin tarjeta roja ni penaltis a la puerta principal. La excepción, hasta ahora es canaria. La UD Las Palmas asegura contar con el apoyo de las autoridades canarias y de la propia Liga para que sus fanáticos, sus abonados, tengan acceso y vean el partido contra el Girona en las gradas.
Toros desaforados a la mitad
Los toros —una actividad de ocio con “abolengo”, para unos, y “criminal”, para otros— se reanudan con redoble y pandereta. No tan deprisa, solo con 800 espectadores como máximo, todos con mascarillas y respetando el distanciamiento social y el lavado de manos. Especialmente después de hacer uso de los servicios y urinarios.
Nunca me han gustado las corridas. Tuve amigos toreros, de esos que los sacan en hombros al ruedo mostrando el rabo y las dos orejas con los brazos en alto, pero nunca me aficioné. Me gustaban más las peleas de gallo. No entender el sistema de apuestas me sirvió para que me desplumaran y me alejara del sitio apegado al apartado “deudas por pagar”.
Parroquiano al uso y en fase 3
En los cafés las personas mayores no hacen amigos. Generalmente son desconfiados y a los jóvenes no les interesa entablar una conversación con alguien que no escribe con los dos pulgares los mensajes de WhatSapp. El café con terraza es lo más parecido a una pecera. El efecto es muy singular. Son tan peces los que miran como los que son mirados. El que camina y el que está sentado, delante de un café frío, detestable casi siempre, y una cerveza al tiempo: caliente y desangelada.
La paz es no encontrarse un mesero que no esté preguntando cada 13 segundos si nos trae la cuenta o si nos apetece tomar unos callos a la madrileña, un cocido gallego o una sopa de ajo al estilo castellano. Pero mejor que una terraza a la sombra es una barra bien atendida y el que tira la cerveza sea buen conversador y buen diente, que una cosa va con la otra.
En la barra el vino sabe distinto, también la cerveza. Una propiedad de la que carece el whisky y también el vodka, a pesar de sus diferencias de clase, origen y de vanidades ideológicas. En la barra, y lo recordaremos el lunes cuando entremos en la fase 3, el mundo es distinto. Es el mejor refugio. Usted puede estar al lado de un pelmazo, de un monosabio o del propio Dios y no sentirse obligado a dirigirle la palabra. Igualmente, si fuese su querencia podría tratarlo e intercambias confidencias como si se hubiesen conocido en la guardería.
Con la fase 3 también abren las discotecas y los bares nocturnos, que no necesariamente son de ligue y mampuesto. Y está bien, pero cuánto vale una discoteca sin pista de baile con la música a todo lo alto. Ir a beber a media luz donde antes se bailaba parece más un acto de misantropía, una obra de caridad, que una juerga con todas las de la ley.
Autobuses con todos los asientos ocupados
Los virólogos y epidemiólogos no han parado de hacer pruebas. Pese a las cifras oficiales de recuperados, contagiados y fallecidos y a los números discrepantes de las comunidades autonómicas o de los registros funerarios, España no se ha inmunizado. Apenas 5% de la población presenta algún tipo de anticuerpo que le haya visto la cara al terrible SARS-CoV-2. La protección ha sido referencial y exógena: confinamiento, distanciamiento social, mascarillas, gel desinfectante, lavado de manos y, ahora, la directriz inglesa de no acostarse con alguien que no viva bajo el mismo techo.
Se desconoce la razón por la que los españoles, tan particulares, no generan inmunidad de rebaño. Sin embargo, todos sonríen al pensar que el lunes habrá alguien en el asiento de al lado, que murmulla en el móvil, que habla para que todos escuchen o que recurren al calor, al frío o a la lluvia para entablar una conversación y sentir que no vamos solos hasta la próxima parada.
En palabras de la burocracia: “Han flexibilizado determinadas restricciones ante la evolución epidemiológica positiva”. ¿Evolución epidemiológica positiva a favor del virus o del humano? Y los que van parados en los buses atenderán la máxima separación entre los pasajeros “cuando el nivel de ocupación lo permita”
El virus llega “envejecido” a la fase 3
El lunes, si hay buen tiempo, se podrá ir a la playa. Confíe, como yo, en los rayos ultravioletas, el calor, el distanciamiento y, además, una buena nueva, que el SARS-CoV-2 ha envejecido, ha perdido carga viral y la pandemia actual está destinada a apagarse. No obstante, no hay que alegrarse mucho, en cualquier momento puede aparecer otro virus todavía más poderoso. Ojalá hayamos aprendido algo y no lo perdamos en otro rato de banalidad.
El lunes con la fase 3 será más fácil ir al supermercado y tratar de encontrar las zapatillas para el verano. Abrirán con el 40% del aforo lo centros comerciales y se podrán hacer reuniones familiares hasta de veinte personas, pero se insiste en el distanciamiento de dos metros, la mascarilla y el frecuente lavado de mano. Las familias numerosas tendrán que reunirse en las plazas, en poquísimos pisos pueden cinco personas mantener esa distancia.
Ahora con menos tiempo en casa, bajará la compra en el súper. Con el encierro, las series y las películas hasta tarde, con la cerveza, el vino, los montaditos y el picoteo se incrementó en peso un 32,5%, hasta un total de 3.091 toneladas que toca a unos cuantos kilos por español.
Paseos perdidos e irrecuperables
La burocracia no ha anunciado cómo será la fase 3 en cuanto a la atención del público. Si la Dirección General de Tránsito comienza a atender las solicitudes y si la inteligencia del Estado, no el CNI, sino la que se dedica a diseñar los procedimientos entendió que todavía muchos pasos de los trámites son irrealizables a través de Internet. No, por incapacidad del soporte, sino por la ineficiencia del programador, por el exceso de códigos de seguridad y hasta por mal uso del castellano. Bienvenida fase 3.
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