Por Juan E. Ballesteros
22/3/2017
Con la detención de siete individuos, la Guardia Civil ha conseguido desmantelar la organización criminal más activa en España en el robo de cajas fuertes de entidades bancarias, responsable de la sustracción de 70o.ooo euros, que hacían gala de una instrucción cuasi militar y utilizaban en la comisión de sus delitos materiales de alta precisión, como sopletes de oxicorte e inhibidores de frecuencia.
La operación contra este grupo de atracadores muy especializados fue bautizada con el sobrenombre de Abrelatas, en relación a la facilidad con la que conseguían reventar las cajas fuertes que sustraían. La banda estaba muy jerarquizada y utilizaba una metodología paramilitar, tanto en el planeamiento de los golpes como en las medidas de seguridad y evasión que adoptaban para eludir la acción policial. Exhibían asimismo una gran movilidad geográfica que les llevaba a desplazarse y tener cobertura en Madrid, Aragón, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Navarra, Extremadura y Cantabria.
Además de los robos en entidades bancarias, de donde solían sustraer la caja fuerte para abrirla posteriormente en un lugar seguro, se les imputan otros delitos que perpetraban de manera auxiliar para el golpe principal, como el robo de automóviles y la falsificación de matrículas para camuflar las acciones.
Se han llevado a cabo nueve registros, ocho en domicilios ubicados en Madrid y capital y uno más en Humanes, donde se ha procedido a la incautación de tres armas de fuego, más de 20.000 euros en efectivo, útiles específicos para realizar los robos, tales como inhibidores de frecuencia, detectores de frecuencia, extractores de bombines y otras herramientas para la apertura de las cajas fuertes, radiales, sopletes de oxicorte, etc.
La operación Abrelatas se puso en marcha el pasado mes de octubre, cuando se detectó un alarmante incremento en asaltos a entidades bancarias que evidenciaban en todos los casos el mismo modus operandi. La investigación llevó a identificar a los sospechosos, sobre los que se intensificó la vigilancia, sobre todo cuando se tuvo conocimiento de que se trataba de delincuentes peligrosos con amplio historial delictivo.
La banda estaba dividida en dos grupos coordinados por un jefe operativo que distribuía las tares y coordinaba las acciones. Siempre procedían de la misma manera. En primer lugar sustraían un vehículo de alta gama que dejaban aparcado cierto tiempo cerca del lugar donde había sido robado. Con ello pretendían identificar posibles dispositivos de seguimiento y localización. Si el automóvil no era recuperado, se preparaba para el golpe, instalándole matrículas dobladas (correspondientes a vehículos de la misma marca, modelo y características).
Una vez señalado el objetivo, se dirigían al lugar del robo en dos vehículos, el sustraído y otro legal, a nombre de alguien cercano a los miembros de la banda. Ya en la localidad, el conductor del coche legal distribuía a tres o cuatro miembros del clan en lugares estratégicos para que realizaran labores de vigilancia, mientras que el jefe operativo junto al resto de la banda se dirigía al banco, donde forzaba el salto de la alarma y aprovechaba para cambiar el bombín de la cerradura de la puerta de entrada. Cuando la policía o la empresa de seguridad revisaba el sistema, atribuía la alarma a causas accicentales y dejaba expedito el establecimiento.
A continuación, entraban con la propia llave del bombín sustituido y, ya con las alarmas anuladas, se dirigían a la caja fuerte, que era forzada con soplete de oxicorte, radiales o martillo percutor, apoderándose del dinero. En la huída rociaban la oficina con los extintores de la propia entidad para intentar borrar sus huellas y se apoderaban de los discos duros del sistema de grabación. Cometido el robo, regresaban a sus domicilios, guardando en un garaje alquilado el vehículo sustraído utilizado, para poderlo usar en otras ocasiones, aunque, si durante el robo habían tenido alguna incidencia, lo quemaban para no dejar huellas.