Pablo Gamba
Un programa de cortos y conversatorio sobre el trabajo del Laboratorio de Cine FAC de Montevideo, y una film performance de su coordinador, el cineasta experimental uruguayo Guillermo Zabaleta, con música de Destructura I (Luis Conde y Fernando Perales), se presentaron el 5 y 6 de agosto en el Kino Palais, espacio de cine de la Casa Nacional del Bicentenario, en Buenos Aires.
La actividad es parte de la serie de intercambios y encuentros con los que se dan apoyo mutuo y difunden su trabajo más de 60 colectivos formados en torno a los laboratorios experimentales de cine en soportes fotoquímicos que funcionan en el mundo. En ellos continúa la resistencia a la obsolescencia programada mercantilista que desplazó el cine fílmico de la exhibición comercial y amenaza a diversos soportes electrónicos.
El centro del programa de dos días fue la film performance de Zabaleta con material de archivo, found footage y filmaciones suyas, que estuvo precedido por otras dos piezas de su autoría. Utilizó un par de proyectores analógicos y otro digital, junto con métodos ópticos para intervenir, multiplicar y agregar movimiento a las imágenes proyectadas.
La música de Destructura I recurre a procedimientos similares de creación en vivo y recuperación de materiales registrados en soportes considerados “obsoletos”, como los discos de vinilo y bandas sonoras de películas.
Trance (2013) fue una de las piezas de tres canales que proyectó Zabaleta y forma parte de la muestra antológica Ismo, ismo, ismo de cine experimental latinoamericano. Su realizador usa material de una película amateur filmada en una montaña rusa. Expande lo que pudo ser un intento de registrar un recuerdo personal o familiar para darle otra dimensión, colectiva, y pone en relación la tecnología mecánica de los parques de atracciones con la imagen en movimiento, ambas resistentes a ser desechadas al pasado por el avance de lo digital.
En esto no solo entra en juego lo visual sino también la conjunción del sonido grabado en la montaña rusa con el de los proyectores y el público en la sala de cine. La ciencia, las tecnologías y la artesanía también fueron doblemente visibles en la performance de Zabaleta. Utilizó imágenes de documentales científicos, de trabajos del campo con métodos tradicionales y de procedimientos artesanales de producción.
A partir de este núcleo se fue expandiendo en múltiples direcciones la actividad del proyeccionista y los músicos, también visibles. Los performers no están en una cabina sino en la sala. La experiencia es un reencuentro con los goces del trabajo y la interacción con las máquinas que producen las imágenes y los sonidos, tanto para los performers como para el público.
Un placer que se descubre muy pronto en la vida con los juguetes de la infancia, pero que rápidamente pasa a engrosar el inventario de “obsoleto” y se enseña a olvidarlo. En este trabajo, el cine reducido a mercancía incluye la producción de un “sentido” que el espectador ha de captar y desprender de la obra empleando las habilidades adquiridas a lo largo de años de desempeño de una labor repetitiva, cuasifabril.
El cine expandido se confronta con esto, pero no con la exigencia de habilidades más finas para poder acceder a productos “de arte”. Propone, en cambio, la experiencia demoledora de otro pensamiento y disfrute sensorial que resiste junto con las tecnologías “obsoletas”.
El Laboratorio de Cine FAC fue creado en 2007 por la Fundación de Arte Contemporáneo. Siendo un lugar de investigación, experimentación y creación independiente, se han hecho trabajos como los que se exhibieron en digital en la primera sesión de realizadores como Teresa Puppo, Natalia de León y el investigador y cineasta Jesse Lerner, entre otros.
También participó en el rescate de la obra de la realizadora uruguaya Lidia García Millán, entre cuyas películas se destaca Color (1954-1955), y colabora en la restauración de películas familiares. El trabajo del laboratorio ha sido posible por la recuperación y adquisición de equipos, en lo que han tenido la ayuda de importantes figuras del cine experimental.
Detrás de cada máquina que han puesto a funcionar hay una historia. Por ejemplo, una impresora óptica que fue llevada a Montevideo desde Nueva York de manera “artesanal”: dividida en partes que transportaron como equipaje varios viajeros.
Otro es el hacking de una copiadora de contacto Bell & Howell en blanco y negro que encontraron bajo el agua que inundaba el sótano de una productora. Los integrantes de Nano Lab –Richard Tuohy y Dianna Barrie– le incorporaron una iluminación LED que les permite trabajar en color. Es hacking porque una intervención de este tipo es una violación de la propiedad intelectual que sigue protegiendo el aparato, aunque la industria lo abandonó y murió por “ahogamiento”.