El fútbol es un juego de sociedades. Un equipo necesita de la asociación de sus diferentes integrantes para cumplir con la premisa primordial de toda actividad competitiva: luchar por la victoria. Esto que aquí se describe es una verdad tan vieja como el viento, sin embargo, el concepto de juego gremial ha sido históricamente ignorado o maltratado, con el objeto de sacar más provecho de él.
En las últimas décadas se hizo popular un discurso según el cual, los grandes futbolistas son más importantes que el espíritu colectivista de este deporte, y con ello, se ha pervertido a esta maravillosa manifestación humana, claro ejemplo de lo que es la vida en sociedad.
De la misma manera, se construyó un escenario en el que únicamente se habla de los resultados y no de todo aquello que colaboró en la obtención de esa consecuencia. Este proceso es lo que ha llevado a que se piense que el fútbol no es más que una actividad superficial, sin mayor importancia.
El ejemplo más reciente de esto se observó en la cuarta jornada de La Liga. Un primer repaso al desenlace de los partidos ofrece una verdad indiscutible: el FC Barcelona ganó su cuarto encuentro de manera consecutiva, mientras que el Atlético de Madrid apenas consiguió un agónico empate ante el Eibar. Esto no debería generar mayores debates; el resultado es un hecho cierto e irrebatible, no así la manera cómo se llegó a él, y en el caso mencionado, los dos equipos dejaron imágenes que invitan al cuestionamiento de las formas.
El pleno blaugrana (cuatro victorias en igual cantidad de lances) está acompañado de una realidad que va dejando de ser casual y se está convirtiendo en una costumbre: los tres puntos se obtuvieron gracias a la gran actuación de su portero, el alemán Marc André Ter Stegen, y de una altísima efectividad, virtud esta que no es susceptible a la voluntad del futbolista. El juego, aquello que enalteció al equipo catalán, ha dado paso a una triste supeditación al aporte de Lionel Messi, la eficacia y la seguridad del arquero teutón. Hoy es un fútbol de jugadas y no de juego.
El Atleti, por su parte, construyó oportunas sociedades que le permitieron acosar el área del Eibar, sin embargo, no tuvo la misma eficacia que el Barça. Rodrigo representó a la perfección todo aquello que puede llegar a ser el crecimiento futbolístico de los colchoneros, acompañado, por supuesto, de Saúl, Lemar y los otros sospechosos habituales. Pero como apenas pudo rescatar un punto, el análisis se limitó, casi con exclusividad, a ese hecho matemático, que aunque moleste a algunos, no deja de ser circunstancial.
¿Por qué es tan importante poner la lupa en el volumen de juego? Juan Manuel Lillo, entrenador español y uno de los verdaderos sabios que tiene este deporte, expuso alguna vez su teoría sobre las posibilidades y las probabilidades: “Confundimos `posibilidad’ con `probabilidad’. Si pones un esquema con todos atrás y Dios sólo adelante, la posibilidad dice que puedes ganar, claro que puedes. Pero se supone que uno extrema medidas para aumentar la probabilidad”. La construcción de juego determinará si se incrementan esas probabilidades de conseguir la victoria.
Esto que menciona el entrenador tolosarra es lo que debe consumir la atención de quienes cumplen con el rol de analistas y de todos aquellos que, alejados de lo que sucede en el campo, viven de lo que el fútbol ofrece. Determinar qué hizo cada equipo en la búsqueda de la victoria es mucho más relevante que hablar del resultado o de las estadísticas, esas que son utilizadas para hacerle creer al público que un equipo es mejor por la cantidad de kilómetros recorridos, o que la victoria es consecuencia de una superioridad indiscutible. Muchas veces se gana sin ser superior al oponente.
La tabla de posiciones invita a pensar que el Barça y el Atleti recorren etapas muy diferentes; el primero comanda la tabla con doce puntos mientras que el segundo tiene siete unidades menos. Pero el juego, eso que (idealmente) hizo que tantos, sin ser futbolistas, se acercaran a esta maravillosa actividad, regala otras conclusiones, unas que sugieren que Simeone, en estos momentos, esté mucho más tranquilo que Ernesto Valverde.
El fútbol, entendido como el intento de aumentar las probabilidades que describió Lillo, está hoy más inclinado hacia el bando rojiblanco que hacia el blaugrana.