Por Andrés Tovar
15/06/2018
Francia ha logrado su segunda Copa del Mundo 20 años después de que ganó el trofeo en su tierra natal en 1998. Les Bleus, como se les llama, están de vuelta en los buenos libros del país galo. El acto de premiación en Rusia quedó inmortalizado en las caras eufóricas de los jugadores de su selección. Así como la del presidente francés Emmanuel Macron, sonriente por un logro que seguro sabrá capitalizar.
Sin embargo, fuera del centro de atención y el resplandor del éxito de una Francia campeona sigue habiendo una pregunta sobre el fútbol francés: el papel de la raza y la clase en la selección de sus jugadores nacionales. Más de las tres cuartas partes de los jugadores del equipo francés (en específico, un 78.3% de su plantilla) son hijos de inmigrantes. Y la mayoría tienen sus raíces en África.
El dato es especialmente relevante. En Francia, los inmigrantes constituyen menos del 7% de la población total. Y la discusión sobre la migración en Europa y sus aportaciones emergió con mayor fiereza en este 2018.
Lo mismo sucede en selecciones como Suiza (65.2% de su fichaje), Bélgica (47.8% de su fichaje), Inglaterra (47,8%) o Alemania (39.1%). Por ende, si la participación de los inmigrantes en un equipo nacional es aceptable, la integración es una historia de éxito en Francia.
El ADN de la Francia campeona
En la superficie, esto puede parecer extraño. Primeramente por la armonía multicultural de la Francia campeona del mundo. Una amalgama que no es nueva, sino que puede decirse que forma parte del ADN de la selección.
Zinedine Zidane, quien fue capitán del equipo francés, recordó a la Francia campeona de 1998. «No se trataba de religión. Tampoco del color de tu piel. No nos importaba eso. Solo estábamos juntos y disfrutamos el momento«.
Esto hizo eco del sentimiento de aquel tiempo. Un equipo multicultural de jugadores «black-blanc-beur» (negros, blancos, beurios (árabes)» se había unido bajo la causa del equipo nacional francés para levantar la copa por primera vez. Demostrando que la integración había tenido éxito en Francia. Pero además enviando un mensaje poderoso.: Cualquiera podía llegar a la cima de la sociedad francesa.
El propio Zidane, la estrella de la Francia campeona del 98, nació de padres argelinos y creció en una finca en Marsella. Dos décadas más tarde, Kylian Mbappé -un joven de 19 años de ascendencia camerunés y argelina- que creció en los suburbios de París, es la estrella del equipo francés.
Algunos comentaristas han discutido esa integración presente en la actual Francia campeona del mundo. Lo han celebrado como un regreso a las alegrías de la celebración nacional multicultural del 98, la aceptación y la celebración de la diversidad étnica. Sin embargo, otros han criticado la forma en que la política, la integración y el fútbol se han mezclado nuevamente.
El lamentable escrutinio
Zidane y Mbappé llevan un par de décadas donde la composición étnica del equipo nacional ha estado bajo un feroz escrutinio. A menudo adoptando formas preocupantemente racistas.
Las preguntas sobre las credenciales étnicas del equipo francés estuvieron presentes incluso antes de su victoria de 1998 contra Brasil. El líder de extrema derecha del Frente Nacional (FN), Jean-Marie Le Pen, argumentó que algunos miembros del equipo eran «extranjeros» que no sabían cantar el himno nacional.
Y más recientemente, en 2010, el equipo francés cayó de la Copa del Mundo en Sudáfrica en la fase de grupos. Sin ganar ningún partido. Detrás de escena, el manager Raymond Domenech tuvo relaciones terribles con los jugadores. Se gritaron obscenidades. Y el capitán Patrice Evra tuvo una pelea en el campo con el entrenador físico, Robert Duverne. En lugar de cuestionar la incompetencia de estos dos entrenadores blancos en la gestión del equipo nacional, la culpa recayó rápidamente sobre los jugadores de descendencia migrante, cuyo compromiso con el equipo francés fue cuestionado.
La crítica fue más allá de los rumores habituales sobre jugadores malcriados y mal pagados. Incluso llegó a un tono siniestro y racial. El filósofo Alain Finkielkraut llamó al equipo una «banda de ladrones con moral mafiosa». Si bien luego defendió que se refería a los futbolistas con antecedentes «desordenados» de las mansiones residenciales suburbanas de Francia. Algo que también apunta a un tinte racial. Ya que estas propiedades también son sinónimo de jóvenes negros y árabes.
Marine Le Pen, la ex candidata presidencial de ultraderecha, también se lanzó a la refriega. Principalmente argumentando que el «problema» con el equipo nacional se debía a que tenían «otra nacionalidad en sus corazones».
Tarjeta roja a la discriminación
Pero además existen acusaciones de que Francia administró una «cuota» para limitar el número de jugadores negros y árabes en el equipo nacional. En parte, esto se justificó como un medio para limitar el número de jugadores binacionales entrenados por el equipo juvenil francés. Permitiendo, aseguran, que puedan por jugar en un país que no sea Francia. Sin embargo, las transcripciones que formaban parte de una investigación encontraron que también se extendía a «estereotipos raciales». La investigación, citada por Time, apuntó los jugadores blancos eran más «cerebrales» y «orientados al equipo». Frente a sus contrapartes africanos y árabes, que eran «rápidos y fuertes».
Finalmente, a 20 años desde que Zidane levantó la Copa del Mundo, poco ha cambiado en la finca fuera de Marsella donde creció. Al igual que otras zonas en Francia que albergan un número significativo de personas de origen étnico extranjero, que continúan siendo atrapadas por la violencia y un comercio de drogas demasiado lucrativo, que las redadas periódicas hacen poco para interrumpir. Algo no menos importante, tomando en cuenta que de allí pueden salir -y salen- los futuros campeones.
Los logros de 1998 y 2018 demuestran que jugadores como Zidane y Mbappé, descendientes de migrantes, pueden ascender a la cima de la sociedad francesa. Sin embargo, mientras el equipo actual celebrará la vuelta de la Francia campeona y el país la ola de la resurrección del éxito «black-blanc-beur«, el fútbol francés, al igual que la sociedad francesa, sigue siendo afectado por complejas formas de discriminación.