Ignacio López-Goñi, Universidad de Navarra
Se estima que en 2021 hubo casi 250 millones de casos de malaria o paludismo en 84 países endémicos, lo que acarreó más de 600 000 muertes, principalmente en niños menores de cinco años. La enfermedad está causada por parásitos del género Plasmodium que se propagan a las personas a través de la picadura de mosquitos hembra del género Anopheles.
Hay cinco especies de parásitos que pueden provocar malaria en el ser humano, pero dos, el Plasmodium falciparum y el Plasmodium vivax, constituyen la mayor amenaza. El factor clave de paludismo es su vector de transmisión: existen más de cuatrocientas especies diferentes de mosquitos Anopheles, y alrededor de cuarenta de ellas pueden transmitir la enfermedad. De ahí que casi la mitad de la población mundial viva en riesgo de contraerla.
Wolbachia, la bacteria aliada
Controlar la malaria sigue siendo un gran reto: los mosquitos desarrollan resistencia a los insecticidas, que están así disminuyendo gradualmente su efectividad; el parásito también va creando resistencia a los principales medicamentos antipalúdicos, como la terapia basada en artemisinina; y las vacunas que existen son poco efectivas y proporcionan una protección limitada.
Desde hace años se venían empleando microorganismos para el control biológico de enfermedades transmitidas por mosquitos. Por ejemplo, la bacteria Wolbachia, que vive de forma natural en el 70 % de los insectos, infecta las gónadas, y se transmite de generación en generación a través de los huevos del insecto.
Se ha comprobado que esta bacteria, que no infecta ni animales ni al ser humano, puede ser útil para controlar las enfermedades transmitidas por mosquitos: las hembras no pueden reproducirse con machos infectados por ella.
Además, los mosquitos infectados con ciertas cepas de Wolbachia viven menos. Este microorganismo impide que el mosquito Aedes aegypti pueda transmitir virus como el dengue, el zika y el chikungunya. Existen numerosos proyectos para introducir en la naturaleza poblaciones de Aedes aegypti portadores de Wolbachia.
El objetivo es que estos se apareen entre sí y la bacteria se transmita de generación en generación, hasta que toda la población de mosquitos porte la bacteria y sea incapaz de transmitir esas enfermedades. Muchos de esos ensayos dependen de bacterias modificadas genéticamente y eso es un obstáculo importante para la aprobación regulatoria y la aceptación pública.
Delftia, una nueva esperanza
Ahora, unos investigadores de la empresa GSK (GlaxoSmithKline) en su laboratorio de Tres Cantos, en España, han encontrado de manera fortuita una nueva estrategia contra la malaria: una bacteria que se desarrolla de forma natural en el intestino del mosquito y bloquea el desarrollo del Plasmodium en el insecto.
Los investigadores se dieron cuenta de que una colonia de mosquitos Anopheles stephensi de su laboratorio había perdido la capacidad de ser infectados por el parásito Plasmodium falciparum. En definitiva, los mosquitos que estaban usando para sus estudios sobre la malaria estaban volviéndose cada vez más difíciles de infectar con el Plasmodium.
Al estudiar el fenómeno y analizar la microbiota intestinal de estos mosquitos encontraron una bacteria; concretamente, la cepa Delftia tsuruhatensis TC1. Comprobaron que este microorganismo interrumpe el crecimiento del Plasmodium en el intestino del mosquito, donde el parásito se desarrolla antes de pasar a las glándulas salivales del insecto.
Ratoncitos confirmaron el efecto protector
En comparación con los mosquitos que carecían de la bacteria, los insectos con Delftia tsuruhatensis tenían aproximadamente un 75 % menos de Plasmodium en el intestino. El efecto lo confirmaron con otras especies de mosquitos (Anopheles gambiae) y con Plasmodium berghei.
Experimentos con ratoncitos también confirmaron el efecto protector de Delftia: solo un tercio de los ejemplares que habían sido picados por mosquitos portadores de la bacteria se infectaron de malaria, en comparación con el 100 % de los ratones picados por mosquitos sin el microorganismo.
Los investigadores han encontrado además que Delftia tsuruhatensis segrega una molécula que parece ser la responsable de la acción de la bacteria contra el Plasmodium: el alcaloide tóxico harmano (1-metil-beta-carboline), compuesto natural que se encuentra también en plantas utilizadas en la medicina tradicional de algunas culturas.
Sin necesidad de manipulación genética
Delftia tsuruhatensis es una bacteria gram negativa aislada por primera vez de una planta de tratamiento de aguas residuales en 2003 en Japón, en la región de Tsuruhata. Estos microorganismos se encuentran distribuidos en el ambiente, en suelos, en la rizosfera, en plantas y en aguas, y algunos pueden ser causa de infecciones oportunistas poco frecuentes adquiridas en hospitales. Los investigadores demostraron que no se transmite a humanos a través de la picadura de mosquitos.
Las ventajas de esta nueva herramienta de control biológico contra la malaria es que la bacteria es un simbionte natural, sin ninguna manipulación genética por parte de los investigadores. Los mosquitos solo necesitan consumir una pequeña cantidad del microbio para ser colonizados. Una vez dentro del insecto, la bacteria permanece allí, bloqueando continuamente el desarrollo del parásito.
Delftia tsuruhatensis no parece afectar a la supervivencia del mosquito, ni a su fertilidad o fecundidad –ni a la de su descendencia–, por lo que que es poco probable que los insectos desarrollen resistencia a la bacteria. Además, el microorganismo no se transmite entre mosquitos, por lo que este sistema permite que dichos mosquitos sigan viviendo y cumpliendo su papel biológico concreto dentro del ecosistema.
Falta conocer si las abejas están en riesgo
Lo que todavía no se sabe es si Delftia tsuruhatensis puede afectar o perjudicar a otros insectos como las abejas.
Además, los investigadores han realizado una simulación, un primer ensayo piloto “de campo” en Burkina Faso con éxito. Dejaron bolas de algodón empapadas con azúcar y la bacteria que consiguieron colonizar alrededor del 75 % de la población de mosquitos durante una noche. Cuando esos insectos se alimentaron de sangre de personas con malaria, la bacteria bloqueó el desarrollo del parásito, como lo había hecho en el laboratorio.
Se conocen cientos de enfermedades infecciosas humanas que transmiten insectos y que ponen en riesgo la salud de millones de personas cada año. Destacan los mosquitos, los flebótomos y las garrapatas, que transmiten dolencias como el dengue, la fiebre amarilla, el chikungunya, el zika, la malaria, el Nilo Occidental, la leishmaniosis, la enfermedad de Lyme y otras muchas. Este trabajo pone de manifiesto la importancia de estudiar los cientos de bacterias diferentes que albergan estos insectos y cuyo potencial para controlar enfermedades infecciosas todavía se desconoce.
La primera versión de este artículo se publicó en el blog del autor, microBIO.
Ignacio López-Goñi, miembro de la SEM (Sociedad Española de Microbiología) y Catedrático de Microbiología, Universidad de Navarra
Publicado en The Conversation. Lea el original.