Son escasos los episodios en la vida del ser humano tan bellos y evocados de manera más intensa que el enamoramiento. Sublime acto que lleva implícito una extraña, misteriosa e inexplicable metáfora que, según Francesco Alberoni, uno de los más asertivos estudiosos de los sentimientos humanos, traduce: el estado naciente de un movimiento colectivo de dos.
Nadie sabe de qué fuente vienen sus sales ni de que elementos esta hecho su armadura, pero seduce, adormece, provoca un encantamiento divino, del cual, como narciso al descubrir su rostro en el agua, heredamos una huella perenne. He visto, leído y oído mil episodios de enamoramiento en el infinito mar del amor a lo largo de mi vida y me he sentido enamorado hasta siete veces en una noche, entre cadenas de las encantadoras señoritas con las que bailé en las fiestas de mi adolescencia.
He disfrutado decenas de veces, sin nunca aburrirme, a Shakespeare in Love, mi película favorita. Pero la escena que colmó mi capacidad de asombro estético, hasta hoy, es aquella en la que Andy García, Modigliani –en la película del mismo nombre–, descubre a la que será su amante: Jeanne, que fuma de manera elegantemente sugestiva. Y él, en un gesto hechizado, envuelve con su mano una bocanada del humo que sale de su boca y de manera diestra, en un movimiento envolvente, la lleva para siempre a su corazón.
La lectura de mi alma de ese episodio es esta. Nos miramos tan intensa, suave y serenamente que lo dos nos sentimos armados con el radiante plumaje que inflama sobre su cuerpo al pavo real para, con su bello ropaje gris-verdinegro-azulado, ofrecernos mutuamente en el ritual sagrado del amor, en el que desnudos nos prohibimos por siempre utilizarnos el uno al otro.
El enamoramiento siempre ha consistido en construir algo nuevo a partir de dos estructuras separadas. Según Alberoni, entre los grandes movimientos colectivos de la historia, la Revolución francesa y la Reforma protestante, también en las sectas, las herejías y los movimientos estudiantiles y sindicales también hay parentescos bastante estrechos con el enamoramiento. El tipo de fuerzas que se liberan y actúan son de la misma clase. Muchas de las experiencias de solidaridad, alegría de vivir y renovación espiritual e intelectual son análogas.
Separar lo que estaba unido y unir lo que estaba dividido suele ser una constante. La diferencia fundamental reside en el hecho que los grandes movimientos colectivos están constituidos por miles de personas y son abiertos. El enamoramiento, en cambio, aun siendo un movimiento colectivo, no incluye más de dos personas y, por lo menos, mientras dura no está permitido que entre otra.
Todos hemos rendido culto a ese proceso y no hay ser humanos que no lo destaque como uno de los más celebrados sucesos de su vida. Son los momentos únicos en que la humanidad nuestra –y la de otro ser contagiado del afortunado mal– se relaja y se hace más intensa y participativa. Sentimos olores que nunca había percibido nuestro olfato, vemos colores y luces que desconocíamos y también se amplían nuestras facultades intelectuales.
Cuando aparece el enamoramiento, los seres humanos de condición mas simple –el campesino, el fontanero, el talabartero; el analfabeta al igual que el maestro, el físico o el escritor– sin distinción inventan su propio lenguaje o los gestos más sublimes para comunicar que el amor ha llegado. Y el poema se deja sentir en el deslizar suave de una mano, en el trémulo de unos labios, en la sonrisa que solo en ese instante dibuja Dios, y hasta en las feas cicatrices ayer dolorosas, ahora recubiertas por el manto sagrado del amor.
En el caso de la relación sexual –dice Alberoni– esta se transforma en un deseo incontrolable por estar en el cuerpo del otro, un vivirse y ser vivido por él, en una fusión corpórea que se prolonga como ternura por la debilidad del amado, sus ingenuidades, sus defectos, sus imperfecciones. Entonces logramos amar hasta las heridas transfiguradas por la dulzura.
Hoy este proceso eróticamente químico no emociona a nadie. Todo el misterio que guarda el amor de pareja, sus paulatinas apariciones, sus preámbulos y sus espontaneidades, fascinante y verdaderos tesoros emotivos del alma, han sido castrados por las redes. Hoy se develan, sin pudor y sin escrúpulos, frente a un despliegue de cámaras y luces que todo lo deforma, lo mediatiza y por lo tanto lo marchita.
No quiero tanto despliegue de cámaras en la vida, ni grabadores, ni repetidores de cuentos y chismes pusilánimes, quiero que vuelva Bergman con el suspenso de sus entornos y el silencio de sus personajes, que no dicen nada y lo dicen todo. Quiero enamorarme solo del cuello desnudo, erguido y terso de los cabellos color de oro que nacen en la nuca de una mujer que presumo hermosa, así no llegue a conocer nunca los contornos de su rostro. Quiero unos medios para crear y crecer y no para disminuir y castrar.
Lo que ayer era misterioso proceso que nadie podía predecir, hoy se ha vuelto un espectáculo cursi y desazonado de dobleces del espíritu, estimulados por la concupiscencia de logros o la acumulación de placer, que tiene miles de reflectores encima para describir, como en un estadio o en una carrera de equinos, las vicisitudes de las buenas o malas jugadas y los tiempos buenos y malos valorados en el cronometro. Útiles para continuar el negocio, pero atroces para describir la grandezas que tiene escondido el amor en su interior.
Solo un juego ordinario es hoy el enamoramiento, que se reproduce en un gran estadio o en una carrera de caballos bajo los aplausos del tumulto. No hay arte, no hay nada oculto, no hay eros, solo ganadores y perdedores, fatigados de repetirse en categorías básicas a las que le están negados por su naturaleza grotesca lo sublime y tierno del amor entre un hombre y una mujer y todas sus variantes.
Cada día nos alejamos más de la verdad y de la belleza, de la calidad, del sentimiento del amor y la ternura. No porque, como dicen los apologistas de las nuevas tecnologías y del mundo digital, antes pasaba, pero no nos dábamos cuenta. No es verdad. Algo está aconteciendo, difícil de explicar, pero explicable.
El hombre está perdiendo la fe en las religiones y no encuentra doctrina política ni movimiento social en el que afiliarse o con el que alinearse. Tampoco plataforma sobre la cual expresarse, hasta la eficacia de la democracia está en tela de juicio. La gente ha empezado a dudar ante el ataque de sus enemigos y la omisión de sus defensores.
La ciencia, las nuevas tecnologías, la violencia, la anarquía, las tendencias autocráticas, la fealdad y el mal gusto dan la impresión que viajan en avión y la bondad, la justicia, la buena voluntad, el amor, la libertad y la belleza del ciudadano, esencia y razón de ser del mundo y sus defensores, solitarios y pobres pie como nuestro humilde san Francisco de Asís.
Estamos en un cruce de tiempos, en una transición. Tengo la certeza que para salvarnos individualmente debemos rescatar lo mejor de las costumbres y los rituales; los buenos hábitos, los valores y las maneras que nos ayudaron a vivir y a ser mejores. Vienen nuevos movimientos colectivos que habrán de cambiar el mundo. El ser humano cada ciclo temporal se cansa, se fatiga, se consume espiritualmente e intelectualmente para volver a empezar con más bríos e inventos.
Si de movimientos colectivos tan trascendentes como la Revolución francesa, la Reforma protestante y la Rebelión de los sesenta surgieron nuevas verdades y cambios que alentaron las convicciones de justicia y renovaron la fe cristiana, de igual forma el enamoramiento deberá seguir siendo la gran fuerza que ayude a mover el mundo y a perfeccionar las relaciones entre los seres humanos; en la manera de vincularse, de mezclarse, y fraternizar amorosa y solidariamente.
Siento que el enamoramiento individual, como un fenómeno espectacular de tanta fuerza y complejidad psíquica y espiritual, acontece una sola vez en la vida, algunos luego que lo experimentan suelen confundirlo con atracción temporal o erótica, necesidad de compañía, complemento de vacío existencial, miedo a la soledad o asistencia doméstica. El que lo experimenta mas de una vez es un afortunado. Distinto en el campo social, donde los cambios deben ser permanentes y los enamoramientos constantes, para ganar distinción, bienestar y progreso.
Es un gran reto volver a enamorarnos de lo mejor de la grandeza que palpita y vive en el alma nacional, retomemos el amor por la ciudadanía, despleguemos las banderas de la libertad, y con la ayuda de nuestros aliados abramos cauce a un vasto movimiento unitario y democrático que nos devuelva nuestros espacios, la posibilidad de ejercer deberes y derechos, la capacidad para volver a tener ilusiones y esperanzas, y el vigor y la fortaleza para entregarnos en cuerpo y alma a la reconstrucción de Venezuela, nuestro amado país, de la mano de Dios todopoderoso.