Por Gorka Landaburu
30/03/2018
La controversia sobre el modelo de inmersión lingüística en la escuela catalana, con la sombra del artículo 155, ha vuelto a encender todas las alarmas en el mundo educativo. En primer lugar nadie tiene que olvidar que en España existen cuatro modelos plurilingües que cuentan con la aprobación de la mayor parte de la sociedad.
Esta cooficialidad ha permitido, por ejemplo, que en Euskadi se haya recuperado una lengua que corría peligro de escindirse. Hace 30 años, solo el 36% de los vascos hablaban o comprendían su lengua. Con el autogobierno y la inmersión lingüística, hoy en día el 66% de la población vasca es vascoparlante. Tampoco debemos olvidar que estas lenguas –el catalán, el euskera y el gallego– fueron perseguidas durante la dictadura franquista.
Llevar al terreno partidista el bilingüismo o echar más leña al fuego, a lo que es la esencia de nuestra cultura plural, es un craso error que de nuevo puede llevarnos al enfrentamiento. El plurilingüismo es riqueza y es cultura. Es una forma de sentir y de autoidentificación de uno mismo. Y el bilingüismo o el trilinguismo deben servir para comunicar mejor, para entendernos y respetarnos cada uno como somos. Sin embargo, existen demasiados talibanes de la lengua que se ubican en ambos bandos, y que solo pretenden agitar y acomodarse en un clima de tensión permanente. Los hay como el exministro de educación del Gobierno de Mariano Rajoy, José Ignacio Wert, que pretendía “españolizar a los catalanes”. Y otros que solo quieren reconocer su propia lengua.
Es hora de enterrar todas estas hachas de guerra que solo provocan enfrentamientos y distorsión en la convivencia. No se puede aceptar que, como ocurrió hace unas semanas, un árbitro prohíba hablar el euskera a dos equipos del futbol regional vasco, porque no iba a entender eventuales insultos. Necesitamos todos un poco de racionalidad y de sentido común. Las guerras sobre las lenguas, como la guerra de las banderas, solo aportan debates falsos y contraproducentes, que favorecen a los intransigentes y a los extremistas. No se puede abrir el melón de los supuestos agravios e intentar replantear todo un modelo educativo que, como en el caso catalán, ha demostrado su eficacia y su validez. En todo caso, bienvenidas sean algunas autocorrecciones que permitan mejorar el sistema vigente. Pero todo cambio debe plasmarse con consenso y acuerdos nítidos.
Vivimos en un país plural con diversas lenguas, por fin reconocidas, y que suponen una riqueza y un patrimonio cuyo valor es inconmensurable. Negar esta realidad es ir a contracorriente con el único intento de poner palos en la rueda. Sobre todo cuando el español no corre ningún peligro porque lo hablan mas de 500 millones de personas. Actualmente, hay 6.912 lenguas vivas en el mundo. El español se encuentra entre el segundo y tercer puesto de los más habladas, tras el chino y el inglés.
La necesidad de aprender
En el mundo globalizado en el que vivimos, es indispensable contar con el manejo de una segunda o tercera lengua como el inglés, que es el idioma más oficial y de más países de nuestro planeta. El aprendizaje de una lengua que no sea la propia o la autóctona es cada vez mas necesaria, bien sea para el ámbito laboral o en lo personal. Sin embargo, el ritmo de destrucción lingüístico es demoledor y preocupante. Según un informe de la UNESCO, al mes desparecen dos idiomas y 2.500 están a punto de extinguirse. La mayor parte de estas lenguas ancestrales son indígenas y se han ido perdiendo con el paso del tiempo. Pero no deja de ser una triste y grave pérdida de nuestro patrimonio cultural humano.
El debate lingüístico debería salir del ámbito político. Un idioma no puede ser utilizado ni manipulado por intereses partidistas. Y este es el error que se comete a menudo y que provoca las tensiones por todos conocidas. La lengua o el idioma debe servir para relacionarse y comunicar. Nunca para el enfrentamiento.
El neurobiólogo y catedrático de la Universidad de Salamanca, José Ramón Alonso, lo tiene muy claro cuando afirma que “somos un país que a su riqueza natural, a su biodiversidad y a la riqueza cultural, –después de Italia es el país con mas bienes culturales patrimonio de la humanidad del mundo– suma su riqueza lingüística, con distintas lenguas que se mantienen vivas, con una literatura maravillosa detrás y donde muchos niños y adultos hablan de forma fluida al menos dos lenguas. Otra cosa es que hundamos las piernas en el suelo y utilicemos las lenguas como bastones, para intentar aporrear al vecino…”
El plurilingüismo, habitual en la mayoría de los países –también en Europa–, es una riqueza que las autoridades y los poderes públicos deberían proteger desde la tolerancia y el respeto. Desde su pluralidad y su patrimonio cultural y lingüístico, España tiene que ser un modelo de convivencia y de concordia. Las lenguas de nuestro país son de todos y para todos. No vendría mal que fuera de las comunidades históricas se enseñaran o se inculcaran por lo menos algunas nociones de euskera, catalán y gallego. ¿Por qué no?