Ana Mercedes Vernia-Carrasco, Universitat Jaume I
Además de producir placer, escuchar música mejora nuestro estado de ánimo, pero no deja de ser una actividad pasiva: interpretarla comporta aún más beneficios. Si además combinamos esta práctica con la expresión corporal, el baile, nuestras conexiones neuronales aumentarán considerablemente. Ambas actividades constituyen una excelente herramienta para potenciar la memoria, gestionar mejor las emociones, afinar la psicomotricidad y la concentración y combatir el estrés o la depresión.
Durante la pandemia de covid-19, la calidad de vida de la población se vio seriamente afectada, especialmente entre las personas mayores. Diferentes estudios, informes o declaraciones de médicos y expertos advirtieron del deterioro en el bienestar psicológico. Y aunque todavía no se conocen exactamente las repercusiones cognitivas producidas por el aislamiento, la falta de contacto social se ha manifestado en forma de fatiga, apatía y desmotivación.
Ritmos terapéuticos
Un buen antídoto contra el abatimiento es la musicoterapia, que se ha revelado eficaz en personas con algún tipo de demencia, ansiedad, esquizofrenia y depresión. Y como actividad complementaria, diversos estudios demuestran que el baile es otro recurso para mejorar de la calidad de vida de las personas mayores. Entre ellos se encuentra mi propio trabajo de investigación, centrado en la prevención del alzhéimer.
Por otra parte, la interrupción de las sesiones de música y expresión corporal durante el confinamiento fue una oportunidad para valorar su impacto en los individuos que las recibían. La comparación de los valores cognitivos y bienestar mental antes y después del encierro no solo avalan la necesidad de que la gente mayor mantenga sus rutinas. También confirman la utilidad de ese tipo de actividades para conservar y mejorar su calidad de vida.
Un buen ejemplo de iniciativa que aúna el movimiento rítmico del cuerpo y la música es el proyecto Sanabanda, que combina los pasos de baile cubano con ejercicios de educación física. Una investigación realizada en Venezuela en 2019 demostró que la salud de los participantes mejoraba significativamente.
El cerebro engorda
En una línea similar, un estudio de 2018 intentó averiguar hasta qué punto la danza potencia la neuroplasticidad, es decir, modifica la estructura del cerebro. Los científicos observaron, efectivamente, un aumento del volumen en distintas áreas: el hipocampo, el giro precentral y la circunvolución parahipocampal izquierda y, en general, la materia blanca.
Estos cambios conllevan una mejora significativa en la memoria, la atención y el equilibrio corporal, entre otras capacidades. Dos años después, una revisión de artículos llegó a conclusiones similares.
En suma, la práctica musical activa incide positivamente en el estado de personas con demencias, como alzhéimer, párkinson, etcétera. Considero un derecho que todas las personas puedan acceder a ellas de manera gratuita. Sería un avance realmente importante si la sanidad pública las prescribiera.
Y si nos atenemos a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en el marco de la Agenda 2030 y siguiendo los parámetros de la UNESCO, podría decirse que la práctica musical activa no solo se adecúa a dichos ODS, sino que además supone un impacto económico considerable.
Porque promover la salud significa reducir el consumo de fármacos, así como mejorar la calidad de vida de cuidadores y familiares. Atendiendo a la inclusión social, es necesario que la práctica musical activa esté a disposición de todas las personas, como un derecho, pues se constata que más allá de la mera diversión, es una necesidad.
Ana Mercedes Vernia-Carrasco, Didáctica de la Expresión Musical, Universitat Jaume I
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.