Por Ramon Vilaró
07/01/2016
El expresidente Ronald Reagan llegó a la Casa Blanca, el 20 de febrero de 1981 tras un encendido discurso ante las escaleras del Capitolio, con su famoso “América volverá a ser grande”. Había ganado la elección a un débil Jimmy Carter, sin ninguna sorpresa ni emoción. Había vencido en todos los estados de la Unión, excepto en Georgia, cuna de Carter. Estados Unidos se encontraba en plena crisis económica y política tras el desgaste de más de un año de cautiverio de los rehenes en la embajada estadounidense en Teherán (Irán).
Pronto llegaron los Reaganomics, con rebajas de impuestos a los más ricos e incremento de gasto público para regenerar la economía. La política exterior –después de la debacle en Vietnam– giró de nuevo al militarismo. El Pentágono vio incrementado su presupuesto, se planeó un modelo destinado a una “guerra de las galaxias” y se presionó, hasta contribuir a derribarlo, al imperio de la URSS. Y hubo “guerra comercial” con Japón.
La victoria de Donald Trump, 35 años después de los Reaganomics, recuerda bastante aquella época. Si algo le diferencia es que, incluso, puede ser más tenso en un contexto mundial diferente. Ahora la situación es más compleja. Es probable que los esquemas simplistas de Trump serán modelados por su equipo y adaptados a la realidad existente. Aunque ya ha mostrado sus garras anunciando la anulación del Tratado Comercial Asia-Pacífico (TTP).
La República Popular de China le pisa los talones en poderío económico y político hacia el resto del mundo, Asia en particular. Y Rusia desafía a EEUU en intervenciones exteriores (Crimea y Siria), sin excluir nuevos escenarios. ¿Podrá mantener Trump el lema que le dio el poder de “Primero América”?… Y ¿el resto?
Desde la óptica de la compleja y debilitada Unión Europea, tras el Brexit y otras crisis que se avecinan –referéndum en Italia, elecciones en Francia–, la llegada de Trump puede tener dos lecturas: la pesimista de que la UE se diluye o la optimista de que hay que reformarse en busca de más cohesión. Aunque cada vez pintamos menos en un mundo tripartito entre Washington, Pekín y Moscú. Sin olvidar que resurgirán las batallas comerciales y, sobre todo, de divisas, junto al incremento de gasto en defensa, vía OTAN, o unilateral, ante la presión de Rusia o la deserción de Turquía.
Para España habrá que esperar y ver. Dudo que para Trump en Europa cuente algo más que Alemania y Francia, teniendo ya de su bando de forma incondicional a Reino Unido. A nivel empresarial habrá que aguantar el tirón de inversiones directas en EEUU donde ya están presentes, en especial, farmacéuticas, banca, componentes del automóvil y energías renovables, estas últimas en el trance de sufrir a un presidente que dará prioridad a los combustibles tradicionales fósiles y, quizás, a la energía nuclear.
Pero, Donald Trump y su equipo, al final deberán ejercer un poder pragmático, más allá de los eslóganes electorales que les llevaron a una Casa Blanca que, posiblemente, el multimillonario Trump compartirá con su lujosa Trump Tower neoyorkina. Y, en cuanto se descuide, no hay que excluir la aparición de escándalos que podrían acortar su mandato de cuatro años. De momento, wait and see (espera y verás)