Humberto Prado fue a la cárcel por un delito de propiedad que reconoció y se puso a derecho. A los 22 años de edad, enfrentó la dureza de vivir en varios centros penitenciarios de Venezuela. “En la cárcel, conoces el miedo que no tuviste. Sobrevives cada día. Irte a dormir puede ser no despertar. Y duermes despierto…”.
Prado es un hombre llano y sencillo, pero fuerte. Reservado, de mirada fija, conducente, que registra un mundo interno que solo él ha sabido reposar e interpretar después de siete años de prisión. Por eso su misión es el prójimo. No le interesa lo material. Su corazón y su cabeza están dedicados a los olvidados, tanto víctimas como victimarios, en búsqueda de una vida en paz.
Fue el primer venezolano en ganar el galardón del Gobierno de Canadá como defensor de los derechos humanos [2009].
“Con ese frío [de Canadá] fui a recibir mi reconocimiento porque el premio no era para mí sino para todos los héroes anónimos que en Venezuela –con muy poco– luchan por los derechos humanos”, contó.
Prado lideró desde la prisión su programa de deporte penitenciario. Fue entrenador de beisbol, basquetbol, natación, fútbol, boxeo, atletismo y otras disciplinas.
Modificó la rutina de los guardias y de los presos. Logró el desarme de muchas prisiones, canjeando chuzos y pistolas por guantes, bates, pelotas y zapatos de deporte. Un proceso en el que un convicto absorto de violencia y soledad pasó a ser un notorio y destacado atleta.
Prado recuerda el día que le hicieron unos exámenes psicológicos y lo aplazaron. «Lo rasparon». Al preguntarle a qué se dedicaría al salir de la cárcel, respondió con sinceridad: “Quiero ser director de prisiones”. La psicóloga lo consideró un iluso. El tiempo demostró que “esa ilusión” fue luz eterna.
De preso a boxeador olímpico
Prado desde la cárcel organizó siete campeonatos nacionales de deportes penitenciarios en catorce disciplinas.
Una de sus anécdotas más recordadas es la del negro Guevara. Un prisionero con una pegada más pesada que la de “Mano ‘e piedra”. Ganaba todas las peleas por nocaut.
Humberto le pidió permiso a la juez para llevar a Guevara a los nacionales de boxeo. Se lo concedieron. Guevara los envió a todos a la lona. Entonces, Prado gestionó con el Comité Olímpico Venezolano ir con Guevara a las preliminares olímpicas en Argentina.
Después de mucho lidiar con trámites judiciales, el fornido Guevara viaja a los preolímpicos en Buenos Aires. Su oponente fue un corpulento argentino que le llevaba una cabeza. Los locutores porteños presumían: “No impresiona, no luce el venezolano, no tiene estructura ni tamaño, ni alcance ni llegada”. Se pavoneaban que Ocampo [el rival argentino] no tendría problemas para su pase a los juegos olímpicos de Atlanta.
De pronto la voz del locutor: “Pegó el venezolano: ¡lo tumbó, lo noqueó, no se va a levantar Ocampo. ¡Llamen a los médicos!”. Aquel preso que se vio inmerso en la desesperanza y la oscuridad se convirtió en el representante olímpico superpesado de Venezuela. Atlanta 1996. Guevara no ganó medalla olímpica, pero sí la mejor distinción que puede ganar un ser humano: su reconocimiento e institucionalización ciudadana.
Sigue siendo entrenador de boxeo haciendo patria con su buen ejemplo. Esa es la magia de una mirada que dice “creo en ti”. Prado afirma sin vacilar:
“Todo ser humano puede cambiar y tiene derecho a volver a comenzar. Desde que cometí mi error he dedicado mi vida a la justicia. Yo sé lo que significa el arrepentimiento y la necesidad de ser nuevamente aceptado por la sociedad”.
De La Pastora a La Haya
Recientemente tuve el honor de entrevistar al comisionado de derechos humanos de la Presidencia de República de Venezuela, abogado Humberto Prado. Un venezolano íntegro, nacido, criado y vecino de La Pastora, que pasó de prisionero a coordinador de deportes penitenciarios, profesional del Derecho y primer recluso en convertirse director de un penal: Yare I y II. Lo había soñado siendo recluso.
Si alguien ha demostrado que en la vida se puede salir adelante y superar las dificultades, es este caraqueño a quien muchos prisioneros le confiaron no solo su libertad, sino también lograr una vida absuelta, readaptada y digna.
El comisionado Humberto Prado tiene el récord de ser el único prisionero en la historia que llegó a director de prisiones. Pero también la virtud de albergar resentimientos. Además, exhibe un extenso número de reportes realizados con su equipo por violación de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad, más defensas penales, programas de readaptación criminal, posinstitucional e investigaciones de un peso metodológico impecable.
Sus informes reposan en cortes y salas de justicia nacionales e internacionales de derechos humanos, tanto en el sistema interamericano como en la ONU, CPI, altos comisionados de derechos humanos, de refugiados, parlamentos y comisiones especiales de tutela de derechos civiles, políticos, tratos crueles y denigrantes, torturas, violencia de niños, de género y trata de personas.
Como expresó alguna vez el padre Olaso sj, profesor y común mentor:
«Hay que luchar por la verdad y la dignidad del hombre. Quizás muchos de sus actos no serán justificados, pero si comprendidos. La justicia hará lo propio, nosotros obraremos con piedad».
Gracias por su amistad y humildad comisionado Prado. Orgulloso de trabajar de su mano y su “pegada” por los derechos humanos, por hacer justicia y obrar con piedad. Por Venezuela.
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