Hay una plaga tan corrosiva como la pandemia que en política ha convertido la ideología en sentimentalismo, el valor en gesto y la fotografía en Instagram en todo un tratado sobre el bien y el mal en política. El narcisismo hortera de la imagen ha desplazado compulsivamente a la acción política, como una fórmula de escape para evitar el conflicto de las ideas. Es la banalidad de la estética.
El talante, un sumidero de voluntarismo y de relativismo, se ha impuesto al talento, cada vez más damnificado en la pira del efectismo en la piel de gallina de los supervivientes que juegan al desafío de sobrevivir cada día en el océano de la política. Reconozco que empiezo a considerar que el esfuerzo y la experiencia profesional son principios en franca regresión, heridos de muerte por las artimañas del tacticismo flotante y de la infatuación juvenil con dientes blanqueados.
Justo es reconocer que este pensamiento puede ser producto del desarme emocional producido por la crisis sanitaria, porque parece ser que es espejismo que apenas vemos algunos transeúntes en este desierto. España es un país rehén de los modos y de las modas, pero sepulturero de buena parte de sus raíces y de sus valores. Aceptamos con impunidad que la nueva política ha de ser un corifeo de monólogos de monosabios y aprendices de quinta copa.
Mientras, los valores se han privatizado, como lastres del viejo pensamiento fuerte. Hay que afirmar que, en cualquier caso, para algunos políticos no supone ninguna carga de conciencia la posible renuncia a sus valores y principios porque nunca los han tenido. Entre «a la política por la demoscopia» y «a la política por doscientos me gusta», me temo que se podría obtener la mayoría suficiente en el Congreso para formar Gobierno. Ese mismo Congreso de los Diputados en el que, como ya describí una vez, se acomodan binariamente Tentetiesos y Dontancredos.
Los Tentetiesos, también llamados monos porfiados, muñecos porfiados, tentempiés o siempretiesos, son muñecos con base semiesférica que actúa de contrapeso, de tal guisa que cuando se les golpea, siempre vuelven a su posición inicial no sin antes abatirse de un lado a otro en inestable balanceo. Los Tentetiesos son, de natural, resistentes, inasequibles al aliento y al desaliento. Inalterables, aun cuando reciben toda suerte de morrones, topetazos y mamporros.
Aguantan sobre su eje de gravedad permanente, que no varía, más si cabe si ese eje está regado de una prodiga remuneración pública. Es lo que los hace tenaces e invencibles. Encajan los golpes con la naturalidad con la que sale el sol por las mañanas y viven para sobrevivir. No en balde son muñecos apropiados para los juegos furtivos y salvajes de los bebés. Nunca se rompen, por muchos estacazos y cantazos que reciban. Antes se rompe España que ellos.
Por otro lado, España es país de Dontancredos, y, al punto he de decir que nuestro país nunca ha sido agradecido con ellos. Probablemente porque se ha envilecido su figura y, por consiguiente, su suerte. Frente a los adelantados que han identificado a Dontancredo con el inmovilismo y hasta con el pasotismo, nada más lejos de la realidad. Dontancredo es un héroe nacional, ajeno al mundanal ruido. Como decía la copla, Dontancredo es un barbián que en su vida tuvo miedo. Y como escribía Octavio Paz: «Dontancredo se yergue en el centro, relámpago de yeso».
Por mucho que los corifeos de la modernidad pensante hayan demonizado la figura de este artista y lo hayan equiparado a los políticos faltos de compromiso y coraje, lo cierto es que, en realidad, fue todo lo contrario ya que, en la época, era considerado como una de las personas con más valor y audacia, incluso temeridad. No en vano el ministro La Cierva llegó a prohibir su representación, mucho antes que Celaá jugara con el español. Dontancredos esperan impasibles en su escaño la espantada del primer toro de la sesión.
Ya no sé qué pensar. Decadencia moral en manos de mercaderes de redes sociales, aderezado por el cortoplacismo de algunos desaprensivos que juegan a sumar escaños o a convocar elecciones como si estuviesen jugando una partida de rol. Un juego donde nada es lo que se dice que es y donde todo es lo que no se dice. Un juego donde el poder político asalta el pasado, niega el presente y renuncia al futuro. Tiempo de decir basta. Tiempo de reaccionar.
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