Por MARÍA JESÚS HERNÁNDEZ / Fotografía: BEGOÑA RIVAS
Se escuchan aplausos de victoria en Maputo. No en un campo de fútbol, ni en uno de sus conciertos a deshoras; tampoco tras una presentación en el mítico Núcleo De Arte. Suenan en el quirófano del hospital del Instituto del Corazón (ICOR). Una pequeña de 11 años acaba de decir adiós a las constantes taquicardias que sobresaltaban su vida, sufría la enfermedad de Ebstein. De frente, un mulungu (hombre blanco) vestido de verde. Anónimo para ella; no tanto para la ciencia. Josep Brugada (Banyoles, 1958), descubridor junto a su hermano Pedro del síndrome Brugada —una causa de muerte súbita—, sonríe y mira a Mariona, su enfermera de toda la vida. Acaban de finalizar con éxito la primera ablación cardiaca en Mozambique.
Fue el pasado julio cuando el prestigioso cirujano abandonaba la dirección general del Hospital Clínic de Barcelona después de siete años en el cargo. Antes fue Holanda, Francia… Décadas de trabajo y de éxito. Inevitable echar la mirada atrás para entender qué lleva a alguien que aparece en los libros de medicina, encabeza un hospital y atiende a los deportistas del F.C Barcelona a viajar al corazón de este país africano. Esboza una sonrisa y se remonta a su infancia.
Ni rastro de una gran saga de médicos, ni de antepasados marcados por la medicina —algo llamativo teniendo en cuenta que tres de los cuatro hermanos son cardiólogos—. “Éramos una familia humilde, pero mi madre se encargó de realizar una gran inversión en I+D”, encabeza su relato.
Un matadero de conejos fue la base de su sustento. “Era un trabajo realmente agotador, mi padre dormía tres o cuatro horas al día; por ello, mi madre tenía claro que ninguno de sus hijos llevaría esa vida. Nos hizo estudiar mucho, era muy muy exigente, tremendamente exigente”, recuerda. A partir de ahí, trabajo, trabajo y, otra vez, trabajo.
“Cuando empecé éramos los cardiólogos más sabios, lo escribíamos todo, lo estudiábamos todo, pero no curábamos. Fue a mediados de la década de los 80 cuando aparece la ablación por radiofrecuencia y ahí sí, empezamos a curar a los pacientes. ¡Y se cura de verdad! —repite, con cierto tono de emoción—. En medicina hay muchas cosas que previenen, que mitigan la enfermedad, que la retrasan, pero muy pocas que la curan”, finaliza satisfecho. Tanto él como sus hermanos se desmarcaron dentro de su especialidad, aunque Josep no olvida el factor suerte: “Estar en el sitio adecuado en el momento adecuado ayuda”.
Con peso ya entre los suyos, fue en 1992, mientras España se veía envuelta en la vorágine de las Olimpiadas de Barcelona, cuando Josep y su hermano Pedro se abrían paso en los libros de texto. “Y eso ya es otra historia. Dejas de ser conocido en tu entorno y pasas a que te reconozcan los estudiantes de Medicina de todo el mundo”. Congresos, sesiones, charlas… Cuenta que los jóvenes aún se sorprenden cuando alguien les explica un síndrome que lleva su nombre, “normalmente, esa gente está muerta”, se sonríe.
Con espíritu aventurero y solidario de serie (es patrono de la Fundación AXA y tiene la suya propia) toda esta experiencia le lleva a participar en numerosos proyectos de desarrollo en países del Tercer Mundo. Recuerda misiones humanitarias a Egipto y Latinoamérica, entre otras, pero siempre se quedó “con ganas de algo más, y, sobre todo, más estable”, confiesa. “La medicina me ha dado muchas satisfacciones, mucho prestigio, pero tenía algo dentro, quería hacer algo más”. Y ese momento parece haber llegado.
Aún recuerda aquel primer día con 200 kilos de material a cuestas, después de 12 horas de viaje. “Obviamente, tuvimos problemas en la aduana. Policías, esperas, peajes… La típica corrupción que, lamentablemente, es una constante en estos países”. A todo esto hay que sumarle la desconfianza hacia los mulungus, una realidad que atropella, pero que el doctor Brugada y su equipo pudieron esquivar gracias al trabajo de años del Instituto del Corazón y ONG, como Amigos de Mozambique, entre otras.
Trámites a un lado, el ICOR ya tenía seleccionados y preparados los pacientes en un hospital creado hace 10 años. Allí se ubica la primera Unidad de Arritmias del país. El personal había sido formado en Cuba, Portugal y Angola, “gente encantadora y muy voluntariosa. Pero nunca habían visto una ablación con radiofrecuencia, así que, imagínate sus caras”.
Inevitables las comparaciones: en todo Mozambique hay menos médicos que en el Hospital Clínic de Barcelona, que en La Paz o en el Gregorio Marañón de Madrid. “¿Pacientes? Aquí hago mil intervenciones al año y tenemos lista de espera —sin olvidar que hay unos 90 hospitales realizando esta técnica—”. Si extrapolamos estos datos a un país con 27 millones de habitantes, donde no hay ningún centro dedicado a esto, “tiene que haber decenas de miles en lista de espera”, se lamenta.
Fueron 23 operaciones en seis días. Pero sólo es el principio. El objetivo de Josep Brugada y su equipo es realizar tres viajes al año —el material ya está fijo en Maputo—, y, aunque en un principio, querían centrarse en los más pequeños, una vez allí, tomaron la decisión de intervenir también en el hospital público y a la mayor cantidad de pacientes posible.
“Yo creo que para todo hay un momento. Mucha gente me dice: ‘Cómo te enredas en esto cuando todo el mundo te requiere como médico. Es meterte en un tema que sólo te va a generar problemas’. Pero es lo que me toca ahora”. Asegura que ha tenido la suerte de que su vida haya sido satisfacción tras satisfacción, pero “no voy a ser ni más famoso, ni más rico. Tampoco lo quiero, ¿de qué sirve? Es el momento de dedicarme a los que más lo necesitan”, sentencia.
*Josep Brugada, patrono de la Fundación AXA, realizó este viaje enmarcado en una misión humanitaria de dicha Fundación y Barcelona Salud para atender lesiones cardiovasculares.