La obra de Dagoberto Rodríguez, artista conceptual cubano que ha ganado reconocimiento internacional en el exilio, profundiza en los modos de concebir la existencia, buscando incesantemente un espacio para vivir mientras se plantea qué puede hacer ahí. Como refugiado, le resulta muy difícil desviar la mirada e ignorar el contexto político de donde viene, pero su visión artística va mucho más allá de las fronteras de la libertad: no se trata tanto de buscar un futuro mejor como de no poder regresar a un presente en crisis. A los cubanos, sostiene, nos han quitado de todo en este vida, excepto el arte. Con todo, es consciente de que el arte se encaminará hacia donde se encamine el hombre que lo produce.
l arte no es tanto una herramienta para el cambio social como un medio para transmitir ideas transformadoras. Más que profundizar en los hechos, es preciso interpretar estéticamente la vivencia de esos hechos. La realidad es tozuda, pero el espíritu creativo es capaz de domeñarla para educar y concienciar a la sociedad. Como el periodismo, el arte forma, informa y entretiene. El artista conceptual cubano Dagoberto Rodríguez se vio obligado a escapar de una realidad esquiva, dictada por un sistema totalitario, y contar su experiencia recurriendo al espacio, el color y el tiempo, los tres vectores proustianos que le llevaron a la búsqueda del tiempo perdido y que se sublimaron en la vida recobrada.
En su afán por conquistar nuevos espacios, no renuncia a los valores del pasado ni aventura un futuro que ya no es como era: su obra convierte en permanente todo lo que convive en un instante. El trabajo es cuestión de horas, sudor y empeño, pero la inspiración es un destello que brilla mucho, aunque se apaga pronto. No aborda la realidad desde la crudeza porque, como afirma, sería algo pornográfico. Le interesa el hombre, pero más le interesa la sombra que proyecta ese hombre en el muro. Sus preocupaciones son filosóficas y narrativas porque, al fin y al cabo, se trata de “amueblar nuestra existencia”.
Dagoberto Rodríguez nació en Caibarién, Las Villas, en 1969, y se graduó en el Instituto Superior de Arte de La Habana en 1994. En 1992 cofundó el colectivo Los Carpinteros y durante la década de los noventa se afianzó su éxito como colectivo artístico. En 2009, se presenta en Madrid y logra el reconocimiento internacional. Llegó acompañado de Laura Lis, artista visual, escultora y diseñadora de joyas.
Ambos tenían intención de volver, pero se instalaron definitivamente en Madrid, donde él desarrolla su carrera en solitario y ella ha ampliado su espectro creativo al arte digital y los NFT. Las obras de Dagoberto Rodríguez se han expuesto en museos e instituciones culturales de todo el mundo como el MoMA, Whitney Museum of American Art o Guggenheim de Nueva York; el Centro Georges Pompidou de París; la Tate Modern de Londres; el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid y el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA) de Uruguay, entre otros. Actualmente vive y trabaja entre Madrid y La Habana. Su trabajo combina arquitectura, diseño y escultura y emplea el humor y la ironía para reflexionar sobre temas fundamentales en torno al arte, la política o la sociedad.
A través de la arquitectura, el diseño y la escultura usted profundiza en el ámbito de la cultura, la política y la sociedad. ¿Es el arte una herramienta de transformación social?
Pienso que el arte no puede transformar la realidad, pero puede transmitir ideas transformadoras. Creo en el arte como herramienta educativa, como testimonio transformador. En Cuba, después de 65 años de deterioro como país y como sociedad, nuestra cultura milagrosamente sigue viva más que nunca. El arte no transforma, pero sostiene parte de nuestra identidad. Esta heterogeneidad se visibiliza en nuestro cine, literatura, teatro, etc., en un esfuerzo tremendo dentro y fuera de la isla. A los cubanos nos han quitado de todo en esta vida, excepto el arte.
Concibe el arte como la narrativa de nuestra existencia. No es un relato de historiadores o periodistas, sino de artistas. ¿Dónde está la diferencia?
La diferencia es que los historiadores hablan desde los hechos, nosotros los artistas, hablamos desde la vivencia de los hechos, nuestra narrativa pone en valor esos hechos, por ejemplo, cuando lees la historia de la batalla de Gettysburg, es probable que te hagas una idea de los que sucedió, pero en realidad comprendes lo que sucedió cuando ves las fotos que Alexander Gardner y Timothy O’Sullivan realizaron de este acontecimiento.
Arte y política se entrelazan. ¿La creación artística no debe ser entendida como una industria cultural, un lujo, sino como un compromiso político y social?
El arte, entre muchas otras cosas, tiene una misión de traducir nuestra existencia en símbolos, metáforas, luz y color. Para un artista, viniendo de Cuba donde la política lo es todo, es muy difícil hacer un arte que no sea político, incluso nuestros olvidos son políticos, para bien o para mal. La exposición BABEL, que se presentó en la galería Hilario Galguera de Madrid entre el 19 de enero y el 22 de febrero, ilustra esta entrevista.
Entre el “hay, pero no te toca” de una sociedad totalitaria como sucede en Cuba, al “tú puedes” de las sociedades neoliberales, por supuesto que elijo la segunda, pero el “tú puedes” produce coacciones que la sociedad neoliberal te vende como “libertad” cuando en realidad no es más que una autoexplotación.
Picasso decía: “Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando”. ¿Cree en la inspiración?
Estoy completamente de acuerdo con esta idea acerca del proceso creativo: hay que ir todos los días al taller y avanzar un poco, tienes que querer hacerlo. Hemingway hacía unas quince palabras al día, se levantaba muy temprano y escribía de pie, frente a la máquina de escribir. Hacer una novela es un proceso lento y laborioso, hacer un cuadro también, mucha gente piensa que todo empieza cuando te paras junto al lienzo y pintas, pero, en mi caso, esa es la última parte del proceso, la parte creativa ocurre de madrugada o leyendo algo.
El humor y la ironía están presentes en su obra. Sin embargo, el mundo que describe es hostil y violento hasta el punto de que la lucha es el motor de la vida. ¿Deforma la realidad para que se evidencien sus contradicciones?
No me gusta plasmar la realidad con toda su crudeza porque no tengo un interés “pornográfico” por la realidad. Mi misión es traducirlo y contarlo de otra manera. Me interesa el hombre, pero más me interesa la sombra que proyecta ese hombre en el muro.
¿Qué supuso para la vanguardia artística cubana y la cultura popular la irrupción del colectivo Los Carpinteros, con el que colaboró durante tres décadas hasta su disolución en 2018?
Los Carpinteros fuimos de los artistas más importantes de nuestra generación. Nuestra manera de interactuar con la realidad y nuestras estrategias narrativas siguen vivas en nuestras maneras individuales. No hay nada que yo haga que no esbozara antes durante la etapa de Los Carpinteros.
¿Qué caracteriza esta etapa en su trayectoria artística?
Quiero completar lo que empecé cuando trabajaba en colectivo. Deseo profundizar las ideas que defendí en el pasado porque siguen vigentes en el presente.
¿Las tendencias y la moda son puro marketing o encarnan movimientos artísticos y corrientes de pensamiento?
No creo mucho en las tendencias, pero es importante señalar la irrupción del arte digital en la escena del arte a nivel global. En los últimos años, nuestra interacción con la máquina está condicionada en casi todos los aspectos de nuestra vida, desde nuestra comida hasta nuestra manera de ver el paisaje a través de dispositivos electrónicos. Esa es nuestra realidad hoy en día.
En BABEL revisita el mito bíblico y lo actualiza con inteligencia artificial. ¿Esos mitos, plantean las mismas preguntas que se hace el hombre desde el amanecer de la historia?
Sin duda. Seguimos siendo los mismos seres ávidos de ficción, tratando de encontrar nuestro lugar bajo el sol.
¿Es preciso repensar nuestras ciudades y la manera de habitarlas? ¿Qué aporta la creación artística a este debate?
Totalmente. La creación artística aporta transparencia y funcionalidad a las estructuras. Llevo tiempo siguiendo con mucha curiosidad el proyecto de La Línea –The Line– en el desierto saudí. Una ciudad en forma de trazo recto es un proyecto que no puede, únicamente, haber salido de la mente de un ingeniero. Aquí está clara la idea de mimesis con el entorno, la idea renovadora de no alterar visualmente ese entorno, de protegerlo visualmente. En ese aspecto, el proyecto gravita más hacia lo que puede ser la escultura.
¿Condicionan las nuevas tecnologías, los NFT, por citar solo un ejemplo, la función plástica y estética del arte?
Sí. Nuestra relación con la máquina empieza a ser visible ahora (aunque ya llevamos décadas de arte digital). La idea de mandar una escultura por Whatsapp es como si fuera parte de una red neuronal de un mismo cerebro (aquello de que somos a imagen y semejanza de Dios).
La vida líquida, según Bauman, refleja una realidad incierta y cambiante, carente de valores y referencias. ¿La actual industria cultural y artística contribuye de alguna manera a la inanidad intelectual y a la carencia de espíritu crítico?
En muchos sentidos, vivimos en una época de mucha “malcriadez”, demasiadas pocas cosas que hacer, las aplicaciones lo hacen todo. Yo vengo de un mundo mucho más analógico, que de alguna manera defiendo en mi arte. Aunque parte de mi trabajo se nutra de lo digital, la puesta en escena es analógica.
Los pueblos que desconocen su historia están condenados a repetir constantemente los mismos errores. En Retropía alerta sobre el riesgo de la seducción del consumismo, las modas y los extremismos ideológicos. Frente a un futuro inquietante, ¿por qué nos previene sobre las consecuencias de la exaltación nostálgica del pasado?
Esa frase es de Marx, y es muy cierta, estoy seguro de que, si muchos dirigentes actuales leyeran historia, habría menos conflictos, prefiero el error humano al error del algoritmo. Mi última exposición va de eso, de cómo imaginábamos el futuro hace décadas y de cómo ha sido en realidad.
La metáfora de La Habana como campo de refugiados activa una amarga crítica de Rodríguez hacia la situación extrema de su país de origen, pero también hacia a la indiferencia de ciertos sectores, e intereses, de cara a la crisis humanitaria que ahí se vive. Es el estado de excepción convertido en regla.
La transición hacia la sostenibilidad frente a los estragos del Antropoceno propugna que nadie se quede atrás. Sin embargo, el desequilibrio y la injusticia social resultan evidentes. ¿Aborda la brecha entre sociedades ricas y el subdesarrollo como una utopía heredada o una distopía permanente?
La brecha entre sociedades ricas y pobres es una especie de distopía permanente, aunque haya países que han logrado reducir la brecha considerablemente.
Recrea paisajes distópicos de arquitecturas futuristas sostenidas sobre piezas de Lego y puentes imposibles. ¿Esa arquitectura utópica refleja la fragilidad del mundo actual?
Sí. Esa es la idea; una realidad frágil y mutante, modular.
Los conflictos geopolíticos, la crisis climática o, simplemente, el anhelo de una vida mejor, empuja a millones de refugiadosa abandonarlo todo en busca de un hogar. ¿De qué manera interpreta este éxodo permanente en Refugee Camp?
Estás hablando con un exilado. Muchas veces, no se trata de buscar un futuro mejor, sino que no puedes regresar a un presente en crisis. Está es una pregunta que me hago todos los días: ¿cuál es el espacio mínimo que necesito para vivir y qué puedo hacer en ese espacio?
Usted recreó campos de refugiados en Palestina desde la distancia y hace un año pudo visitarlos in situ. Hoy solo queda devastación y muerte. ¿Cómo se representa el horror?
Cuando estuve en Palestina se podía sentir la tensión en los lugares que visité, gracias a la embajada española en Israel que coordinó las visitas a los campos de refugiados de Aida y Jericó. Hice fotos, recopilé información, después vino el 7 de octubre y no pude completar la serie. Me falta algo, me faltan piezas de Lego para completar la escena. Aunque el horror no es imposible de representar, es un ingrediente nuevo a mi reflexión sobre el espacio mínimo vital.
El mestizaje, como resultado de la simbiosis entre arraigo y desarraigo, no entiende de fronteras. ¿Hasta qué punto enriquece la mezcla de culturas?
Las culturas mestizas como la Mediterránea han conformado mi visión de la realidad. A la cuenca mediterránea le debemos nuestra épica, nuestro pensamiento filosófico, nuestras matemáticas. En América somos herederos de esta riqueza. Yo creo en la fecundidad intelectual de los mestizajes, de los intercambios de la sangre, de las tradiciones, de modos de concebir la existencia, como decía Alejo Carpentier.
Arte y diseño se entremezclan en el planteamiento estético y la expresión plástica del espacio interior y el mobiliario: un baile sensual entre Le Corbusier y el estilo escandinavo, como usted lo define. ¿A qué se refiere?
En sentido general, mi trabajo parte de un interés por el espacio vital necesario para vivir. Es el mismo interés que puede tener un diseñador o un arquitecto, la diferencia es la funcionalidad. Yo, como artista, no tengo que hacer que funcione, mis preocupaciones son filosóficas, existenciales, narrativas, etc., pero partimos de un interés común: amueblar nuestra existencia.
En Mars Storm reflexiona sobre la condición humana en un mundo caído. ¿Qué nos transmite los restos de esa hecatombe colonizadora?
Mars Storm era una exposición que trataba sobre nuestro afán colonizador. Hay un diálogo muy interesante en la película Matrix donde un virus informático (Agente Smith) da su opinión sobre lo que somos los humanos. Existe otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón de agotar los recursos naturales donde quiera que llegue: los virus. La explotación espacial se ha privatizado, ahora ya no es un signo de poder de alguna potencia, ahora es nuestra nueva meta colonial. Esta investigación surge cuando vi volar por primera vez un dron sobre el planeta Marte. Al contrario de verlo como un tremendo logro científico, la imagen es inquietante. Estamos en una constante búsqueda de nuevos espacios para conquistar.
¿Hacia dónde camina el arte y cuál debe ser su cometido?
Depende del contexto. En mi caso, como cubano, me es difícil ignorar, en mi trabajo, ese contexto político del que vengo. El hombre y el arte hay que verlos dentro de su contexto humano. El arte se encaminará hacia donde se encamine el hombre que lo produce.