Por Iñigo Aduriz
28/10/2017
El camino es «un recorrido por las esquinas de nuestra propia historia; la real, la posible, la improbable o la inexistente. Una historia sin detalles, sin descripciones, abierta a poder ser protagonizada por cualquiera o a no tener protagonista». Así lo describe el artista Manuel Barbero, que presenta sus últimas obras en las que, recurriendo a su característico uso del simbolismo, el eclecticismo y lo literario, recrea un territorio íntimo y personal. La exposición El Camino se puede ver en la Galería Blanca Soto (Calle Almadén, 13. Madrid), hasta el 29 de noviembre.
Por Iñigo Aduriz
28/10/2017
El camino es «un recorrido por las esquinas de nuestra propia historia; la real, la posible, la improbable o la inexistente. Una historia sin detalles, sin descripciones, abierta a poder ser protagonizada por cualquiera o a no tener protagonista». Así lo describe el artista Manuel Barbero, que presenta sus últimas obras en las que, recurriendo a su característico uso del simbolismo, el eclecticismo y lo literario, recrea un territorio íntimo y personal. La exposición El Camino se puede ver en la Galería Blanca Soto (Calle Almadén, 13. Madrid), hasta el 29 de noviembre.
Presenta la exposición El Camino, a la que define como una historia personal. ¿A qué se refiere?
Elegí ese título porque me parece muy evocador. También tiene esa carga conceptual y simbólica con la que me apetecía jugar. Y de alguna manera todos nos sentimos vinculados a un camino. Es verdad que camino se asocia a la propia vida, pero en este caso no quería reflejar la mía. Siempre hay una carga de la propia experiencia y biografía dentro de las obras que hago, pero quería que fuera algo mucho más genérico. Que cualquiera se pudiera sentir identificado con el recorrido, con la idea de camino como trayectoria de vida sin principio y sin fin. La propia exposición empieza en el camino. No hay un punto de origen, como tampoco hay un punto final definido. Sí que hay una serie de acontecimientos que van sucediendo en ese camino con el que cada uno de los espectadores que visualiza las obras puede sentirse más o menos identificado, cercano a esas incidencias.
Son acontecimientos universales.
Sí, sucesos que todos hemos podido experimentar en nuestra vida. Como las lecciones de vida. Por ejemplo, el propio aprendizaje: en la escuela recibes una formación que te va marcando. U otro tipo de acontecimientos como la muerte de un familiar cercano, el tránsito de la infancia a la adolescencia, la ruptura que se produce… Son momentos más íntimos en nuestra evolución, pero que también son ajenos a nosotros y que nos llegan impuestos: una pareja, una enfermedad… En el camino se van desarrollando acontecimientos que tienen un carácter global porque todos hemos pasado por alguna cosa de ese tipo y, si no lo hemos pasado, acabaremos pasándolo, como la muerte de un familiar. Frente a esa globalidad también me interesaba que el espectador sintiera un punto de empatía o de cercanía. Es decir, que no fuera algo ajeno y común a todos. Por ejemplo, cuando aparece la figura del incendio es muy simbólica pero todos hemos vivido uno. Y no digo un incendio físico en nuestro hogar sino algo más emocional, un cambio o un punto de inflexión. Es un acontecimiento que nos hace reconducir nuestra vida.
¿Le parece que en la sociedad actual en la que estamos siempre mirando al futuro inmediato, es importante fijarse en ese tránsito, en cosas que pasan en nuestras vidas pero en las que no nos fijamos?
Sí, totalmente. Realmente, cuando uno está en medio del camino, siempre hay una mirada hacia atrás más melancólica. Por ejemplo, en la exposición hay mucha mirada hacia atrás que implica una cierta reflexión de lo que ha sucedido. Pero el no haber llegado al final, también implica una mirada hacia delante. Es verdad que los acontecimientos van sucediendo en el día a día. Ahora vivimos un momento muy convulso políticamente. De una u otra forma nos va a marcar íntimamente. A algunos más y a otros menos. Hay elementos con los que juego de forma muy metafórica pero que sí que están muy arraigados y muy cercanos a la realidad en la que vivimos todos. Hay mucha literatura detrás de la exposición pero no escapa a la realidad. Puede haber un mundo fantástico de apariencia onírica o irreal pero que ancla sus raíces en experiencias muy cercanas. Me interesaba jugar con el espectador y la capacidad de implicarse con el trabajo, pero la exposición sí que está arraigada en la realidad en la que vivimos.
El simbolismo caracteriza lo que usted hace. ¿Cuáles son los más relevantes de esta exposición?
Hay distintos símbolos asociados muchos al propio texto con el que he acompañado la exposición. Por ejemplo, las lecciones de vida, la idea de que en todo lo que vivimos puede haber un punto de ambigüedad. Puede ser muy negativa la experiencia pero también puede ser muy positiva la lección que obtengamos de esa experiencia. Por ejemplo, el fuego, como elemento redentor, que origina el colapso de algo pero también es el elemento origen desde el que puede surgir la vida. Hay también referencias a la muerte como idea de tránsito. No como un punto final. La exposición termina con dos pequeños cráneos que simbolizan indudablemente la muerte. Pero sobre esos cráneos ha crecido un bosque, que se titula Sobre muerte vida. Por eso hay una simbología asociada a la muerte pero no como el final de un camino sino como elemento transitorio.
Tiene algo de teológico, entonces.
Hay una lectura espiritual, no sé si teológica. En la exposición puede haber elementos religiosos asociados a eso, a esa manera de entender cómo posicionarnos frente al mundo. Todos tenemos nuestras muchas varas de medir y, según con quien nos relacionemos, elegimos una u otra. Las piedras también tienen una carga simbólica. Vinculándolo con lo teológico –que no es, en realidad, mi sentido–, la idea de tropezar dos veces sobre la misma piedra o que quien esté libre de pecado lance la primera piedra. Tiene un elemento muy simbólico como objeto que puede agredir y como elemento constructivo y que forma parte de nuestro propio camino.
¿Qué conclusiones le ha permitido a usted sacar la elaboración de El Camino?
Todo el proceso de construcción de la obra ha implicado una mirada hacia dentro, para sacarlo fuera. En toda exposición hay un componente terapéutico. Es una especie de pequeño parto. Tú estás sumergido durante el tiempo que dura –nueve meses, diez, quince…–. Ese aspecto terapéutico tiene una función sanadora y liberadora. Terminar con esta exposición me ha ayudado a asentar elementos que tenía en la memoria dentro de mí que por otros medios no he podido sacar fuera y compartirlos. Esa es la experiencia que me llevo: haberme liberado de la necesidad de expresar cuál ha sido parte de mi recorrido, de jugar con esos elementos simbólicos de los que hablábamos anteriormente por los que yo también he pasado. Que eso quede asentado me ha permitido participar como espectador de mi propia obra. También me gusta sumergirme dentro de ella para ver qué lecturas recibo de lo que he construido. Hay un juego de feedback. La obra está terminada pero a mi me sigue sugiriendo. El Camino no es un punto final, es parte del recorrido.
Otra de las características de sus obras es el eclecticismo. ¿Cree que hasta ahora la cultura ha tenido demasiadas barreras y ahora se están desdibujando?
Sí, se han desdibujado. Los ismos dentro del arte como tales se han diluido. Podemos encontrar a determinadas generaciones de artistas con tendencias parecidas. Pero es verdad que reina un eclecticismo general en el arte y que al final el artista no trabaja solo con ciertos materiales y técnicas sino que también puede participar de conceptos muy diferentes o picar o profundizar en territorios que no son únicamente los de las artes plásticas. Puede aparecer el sonido, el movimiento… También es cierto que al artista también se le exige una cierta continuidad plástica y estética. Lo que define mi estilo ecléctico, que habla de variedad, curiosamente es el recorrido por las exposiciones. El conjunto de la exposición marca al final una manera de entender el trabajo de conjunto, más que una estética determinada de la que todos los cuadros o piezas se apodere. Esta exposición me gusta mucho porque hay muchos saltos estéticos entre algunas de las piezas, que son los que dan sentido al conjunto del trabajo.
Entiendo que también busca sorprender. ¿Todavía somos capaces de ser sorprendidos?
Es difícil, la verdad. Es verdad que la vida nos sorprende constantemente y la capacidad de sorpresa no tiene límites. Basta con ver un telediario cada mañana para sorprenderse con cosas. Sorprender como artista a un público que hoy en día tiene a su alcance infinidad de posibilidades de visualizar obras, es muy difícil. Al público que tiene menos conocimiento sí que se le puede sorprender, pero esa sorpresa está más relacionada con el desconocimiento que con que se puedan hacer cosas completamente novedosas. Al final todos estamos influidos por algo, tenemos nuestras referencias y nuestros gustos, así como los artistas, los cineastas o los escritores que nos han influido. Es normal que haya un proceso de continuidad.
Expone en la galería de Blanca Soto. ¿Qué le permite este espacio?
Es difícil, porque el mundo del arte es muy jerárquico. Está el galerista, el crítico, los poderes públicos, los medios y el artista. Confluyen muchos intereses diferentes en el mismo punto: el arte. Pero siempre hay dependencias. Es un mundo muy complejo y con muchos niveles de poder. Y no siempre el artista o el galerista tiene el poder. Estamos todos muy limitados. El artista está limitado por el galerista, el galerista está limitado por el momento económico y el coleccionista, el crítico está limitado por el director de la revista… Lo que me gusta de Blanca Soto es que tenemos un grado de complicidad muy grande. Esas barreras jerárquicas han desaparecido entre artista y galerista. Hay confianza mutua en lo que hacemos. Y a mí eso me da mucha fuerza y seguridad para trabajar. Saber que puedo hacer lo que quiero sin ningún tipo de presión ni cortapisa en mi propia obra y en el montaje. Ella pone a disposición la galería y entre los dos organizamos el espacio para que la obra funcione.