La pandemia de la COVID-19, al igual que una gran guerra, es un momento decisivo para el mundo, que exige acciones importantes de las instituciones internacionales. Al frente de esta cruzada le correspondía asumir el liderazgo a la Organización Mundial de la Salud. Pero su actuación ha sido objeto de críticas severas y su credibilidad ha sido severamente cuestionada.
Se le reclama por declarar tardíamente el brote de COVID-19 como una pandemia, el 11 de marzo, y proporcionar una guía conflictiva y confusa. Más aún, se le ha acusado de ayudar a China, donde se originó la crisis, a «cubrir sus huellas«.
Lo más notorio fue el apoyo de la OMS a las afirmaciones de Pekín, a mediados de enero, de que no se había producido una transmisión de persona a persona en Wuhan. También el respaldo de la organización a los esfuerzos de China para evitar que los Estados restringieran los viajes al gigante asiático.
Muy poco y muy tarde
El 31 de diciembre, las autoridades sanitarias chinas notificaron a la Organización Mundial de la Salud sobre pacientes que presentaban neumonía por causas desconocidas.
El mismo día, Taiwán envió a la OMS una nota pidiendo más información sobre un brote similar al SARS, lo que implicaba que los casos podrían involucrar la transmisión entre humanos. La OMS no respondió. Pero Taiwán impuso controles fronterizos y medidas de cuarentena para evitar la propagación de la enfermedad.
Cuando finalmente el 30 de enero la OMS calificó la epidemia como una emergencia de salud pública, los viajeros de China habían llevado la COVID-19 a todo el mundo.
Sin embargo, cuando Australia, India, Indonesia, Italia y Estados Unidos impusieron restricciones a los viajes desde China, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, criticó rotundamente las acciones. Argumentó que estas medidas aumentaba el «miedo y el estigma, con pocos beneficios para la salud pública».
Cercanía OMS-China
Al mismo tiempo, Tedros elogió el «liderazgo extraordinario» del presidente Xi Jinping y la «transparencia» de China .
A pesar de la reiterada deferencia de la OMS hacia China, Pekín no permitió la visita de un equipo de la organización hasta mediados de febrero. Solo a 3 de los 12 miembros del grupo se les permitió visitar Wuhan. Pero a ninguno se le concedió acceso al Instituto de Virología de Wuhan. Se cree que en ese laboratorio de alta contención escapó un coronavirus natural extraído de murciélagos.
Información confusa
El 14 de enero, una delegación de la OMS declaró que no había «evidencia clara de transmisión de persona a persona«. Sin embargo, el día antes, hubo un caso en Tailandia. Se trataba de una mujer de Wuhan que había viajado a ese país, pero que nunca había ido al mercado de mariscos asociado con el brote. El hecho sugería fuertemente que el virus propagaba dentro de Wuhan de un humano a otro.
La OMS esperó hasta el 22 de enero para confirmar la transmisión de persona a persona, después de que China lo hizo. Luego dejó pasar febrero y casi la mitad de marzo antes de declarar finalmente una pandemia. Para entonces, un asombroso número de 114 países ya habían reportado casos y se habían producido más de 4.000 muertes conocidas. En ese momento, la declaración no tenía el mismo efecto que a comienzos de año.
Esta aparente mala praxis de la OMS se repitió con otras acciones y omisiones que luego fueron reconsideradas y rectificadas. Por ejemplo, los tapabocas, definidos como “inútiles” por esta organización mundial, fueron recomendados más adelante como medida de prevención para moderar la propagación del virus. Lo mismo sucedió con los tests: la OMS los recomendó solo para los que tenían síntomas; luego cambió de opinión y propuso su aplicación extensiva.
La Organización Mundial de la Salud también sostuvo al inicio que los pacientes asintomáticos no eran transmisores del virus, aunque luego reconoció que podrían serlo, cuando la revista especializada Science publicó que el 80% de los contagios se debía a los asintomáticos.
Reacción mundial
En un primer momento, la OMS fue muy lenta en su actuación, pero después entró en modo de pánico completo y exigía que los países occidentales implantaran bloqueos al estilo Wuhan. La eficacia de tales medidas draconianas nunca se ha probado.
El costo real, en vidas, no solo en dinero, podría no quedar claro durante años. A medida que los costos de esta incierta gestión continúan aumentando, los reclamos se están volviendo casi inevitables.
Los críticos acusan a la Organización Mundial de la Salud de haber subestimado la gravedad de la pandemia. Otros van más allá y señalan que ha sido cómplice de las tácticas de encubrimiento del régimen chino. Sus defensores, en cambio, dicen que la institución está siendo utilizada como chivo expiatorio por gobernantes que quieren desviar la atención de sus errores.
Una petición en línea pidiendo la renuncia de Tedros ha reunido más de millón de firmas.
El presidente Donald Trump ordenó suspender los fondos de Estados Unidos ala OMS. Representan aproximadamente el 9% del presupuesto de la organización.
El viceprimer ministro japonés, Taro Aso, señaló recientemente que, para muchos, la OMS parece más una «Organización de Salud China«.
Taiwán dice que Tedros ignoró sus alertas tempranas sobre el virus porque su acomodo con Pekín, que logró expulsar a la isla anticomunista de las agencias de la ONU en 1971.
Recientemente, la prestigiosa publicación alemana Der Spiegel reprodujo un informe de la inteligencia de su país que revela que el presidente Xi Jinping le pidió a la OMS que retrasase el anuncio de la pandemia y que negara la transmisión del virus de persona a persona. El gobierno chino negó desestimó la denuncia.
El rol de la OMS
El sistema global para abordar los brotes de enfermedades infecciosas que surgieron antes de COVID-19 claramente no era adecuado para su propósito. A pesar del alejamiento de la gobernanza global en los últimos años, no se puede escapar de la necesidad de desarrollar formas de cooperación transfronteriza más duraderas, equitativas y mejor financiadas.
Para ello es necesario para abordar la amenaza siempre presente de pandemias. Y resulta evidente que una Organización Mundial de la Salud, fuerte y confiable es un factor indispensable en la ecuación.
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