Por Ander Landaburu*
01/12/2016
(Este reportaje se publicó en el número 783 de Cambio16 del 1 de diciembre de 1986)
En un amplio salón de la casa de protocolo número 6, en donde reside el premio Nobel Gabriel García Márquez durante sus estancias en Cuba, Fidel Castro se acomoda en una amplia butaca. Lleva media hora esperando y ha expresado a Gabo, su amigo, el deseo de entrevistarse con la prensa española, un tanto dolida por el «esquinazo» de Fidel durante la visita del presidente González. «Quise dar todo el protagonismo a su presidente, y me negué a conceder entrevistas o participar en alguna rueda de prensa para evitar que cualquier declaración mía sea mal interpretada en su país».
Después de unos minutos de tanteo y observación de sus interlocutores, el comandante Castro, con su legendario uniforme verde oliva y la casi totalidad de su barba ya canosa, ha roto el hielo por la espontaneidad de su conversación. Afirma haber almorzado ya, pero acepta una gota de ron añejo a modo de aperitivo, mientras se lanza en una larga disertación sobre los viveros en Cuba, los peces barbo o cherna, la pesca del salmón, las angulas del País Vasco y el pulpo gallego. Inevitablemente acude a la gastronomía y se muestra experto coinero ofreciendo recetas para preparar tal o cual pescado. Recurre también a la anécdota recordando la «competencia» entre el presidente [francés, François] Mitterrand y el líder comunista Georges Marchais a la hora de enviarle quesos, e insistiendo en la coincidencia de que en una semana ha recibido dos cabrales; uno de Gerardo Iglesias y otro de Felipe González.
Llama la atención que domine con tanta propiedad temas tan diversos como la fabricación y producción de whiskies, de quesos, y que a su vez, con una singular curiosidad periodística, pregunte a ritmo acelerado. Esta curiosidad, que se vuelve obsesiva, la demostró con los empresarios españoles. Durante catorce horas en tres prolongadas visitas, Fidel Castro departió con los ciento cuarenta representantes de pequeñas y medianas empresas españolas desplazadas a la Feria Internacional de La Habana la pasada semana. Estos, uno tras otro se vieron sometidos a un impresionante bombardeo de preguntas sobre control de calidad, producción, nuevas técnicas, primas, salarios o gestión: «son los hombres que necesitamos» les dijo elogiosamente. Fidel está convencido que el intercambio comercial con España se incrementará a partir de ahora y después de la vistita del presidente González.
Es la hora del almuerzo y su aproximación a la comida es divertida. Tímidamente comienza con «Gabo, sólo te haré el control de calidad», pero no resiste a la tentación de probar y comer de todo, incluso con doble ración de su helado preferido, el de coco. Sin embargo, y como aparece en muchos documentos gráficos, no es el buen apetito del «líder máximo cubano» lo que le ha obligado a aflojar dos de los agujeros en el cinturón de su conocido uniforme verde oliva, sino la utilización en muchos actos públicos de un chaleco antibala que lo aparenta más obeso. Para evitar esa obesidad, peligro de un buen apetito, incrementado después de su espectacular renuncia al tabaco, Fidel practica mucho deporte. Sobre todo la natación y la gimnasia, y un chequeo constante del corazón por medio de un test decisivo, con frecuentes ejercicios de pesca submarina a siete u ocho metros de profundidad.
Así lo pudo comprobar «su amigo» Felipe González en sus dos días de excursión a cayo Piedra, en donde pudieron conversar a solas durante más de ocho horas: «Chico. Felipe es un buen amigo y un gran político. Hablamos sinceramente y los puntos de coincidencia son mayoría«. Según García Márquez, tampoco faltó en ese encuentro la discusión acalorada en la que Felipe se mostraba «más latinoamericano que Fidel y éste más español que Felipe». «Después de nuestro encuentro –afirma ahora el comandante– y a pesar de mis críticas iniciales, entiendo mejor la postura del presidente González en el tema de la OTAN, por ejemplo. Nosotros también tenemos nuestros aliados. Todos tenemos que comer», añade con una sonrisa cómplice.
Le fascina preguntar de todo y por todo: el terremoto de México, o la situación de San Salvador después del último seísmo. Siempre mira a los ojos y escucha con atención a su interlocutor, para después con su inconfundible acento y tono de voz, retomar el hilo de la conversación. Al hablar es una tromba, y sorprende su memoria, ya que acude con frecuencia a las citas, a los ejemplos, a las estadísticas, y a menudo a las anécdotas humorísticas. Ahora habla de aviones y, a sus sesenta años cumplidos en agosto pasado, sigue aún fascinado por la técnica aeronáutica, aunque demuestre cierto temor a ese tipo de viajes por la posibilidad del accidente o del atentado. «Lo de Omar Torrijos, el ex presidente panameño, tenía que ocurrir. Había apostado a esa lotería. Viajaba constantemente en helicóptero o avioneta sin preocuparse de las condiciones meteorológicas. no creo que su muerte fuera debida a un atentado».
Al hablar lo hace muchas veces con vehemencia y siempre con convicción, moviendo constantemente sus grandes manos, habitualmente la derecha. Al interlocutor le agarra a veces el hombro o le golpea suavemente en el antebrazo para reafirmar su narración. Con sentido del humor, se burla del “enemigo” o bromea sobre las deficiencias materiales del sistema; necesidad de producir, control de calidad y más seriamente sobe proyectos como la supresión del certificado médico para evitar los abusos del absentismo laboral. Reconoce las dificultades y los errores y con sarcasmo critica a los burócratas, mientras pide a la prensa más osadía en sus comentarios. También reconoce las carencias en algunas de las ramas productivas cubanas: “Atravesaremos una época de restricciones. La baja del precio del petróleo nos afectó mucho, en tres meses se nos esfumaron el 40% de nuestras reservas en divisas y la sequía de este último año dañará seriamente la zafra del azúcar”.
Sin embargo, Fidel sigue optimista y relata una cantidad apreciable de proyectos en materia económica. Ese optimismo también lo comparte a la hora de analizar la situación política del área, sobre todo después de la “cumbre” de la OEA en Guatemala, con la condena a Inglaterra en el tema de las Malvinas. Cuba está saliendo del aislamiento en América Latina y las nuevas relaciones con Argentina, Brasil o Ecuador son apreciadas sustancialmente por el líder cubano. Para Fidel, a pesar de las presiones norteamericanas, las condiciones políticas han cambiado: “No estamos en los años sesenta. Entonces, por ejemplo, no existía el grupo de Contadora. Hoy, los países se muestran más independientes y se da el desarrollo de un sentimiento profundo de búsqueda de concertación latinoamericana, compartida con la reafirmación de soberanía nacional y esfuerzo para soluciones concretas”.
“No queremos imponer el socialismo a nadie. Sino ir a la coexistencia y a la integración latinoamericana respetando la soberanía nacional y el régimen de cada país. Así, mantenemos relaciones con gobiernos conservadores”. Todo esto, lejos de sus declaraciones de los años sesenta o setenta, cuando afirmaba el deber de un revolucionario es hacer la revolución donde sea. Declaraciones que levantaron a su vez una seria polémica con sus aliados soviéticos. Fidel sonríe con facilidad, pero también muda de cara cuando se refiere a la Administración del presidente Reagan. Le brillan los ojos de ira y su expresión severa demuestra entonces un enorme autoritarismo.
“Nosotros no cesaremos nuestro apoyo a los sandinistas, ni a la guerrilla salvadoreña. Es cuestión de principios y compromisos adquiridos hace muchos años. La política norteamericana sigue siendo agresiva y mientras dure esta postura no la aceptaremos. Surtir a la ‘contra’ de ‘flechas’ (misiles) tierra-aire es una irresponsabilidad peligrosa. Pueden estas armas cualquier día aparecer en Londres o París. Así comienza el tema de los secuestros de aviones”.
Durante la conversación queda claro que el líder cubano vive profundamente informado de lo que acontece en América Latina y el mundo. Con lenguaje rico, directo y llano, Fidel ejerce una rara fascinación, y quizá ahí radica uno de sus secretos de su indiscutible liderazgo como jefe de Estado y personaje histórico reconocido. La revolución y la institucionalización no han colocado al partido, a su aparato, en primera fila. Los cuatro congresos del Partido Comunista cubano no han mermado el poder del comandante en jefe y primer secretario. Al contrario, está en todo, se ocupa de todo, y hoy todavía, después de veintisiete años, la revolución sigue siendo él. Este control y su curiosidad por todo le han forzado a situarse en varias ocasiones en la “oposición”, y cuando se da cuenta que existe “flojera”, desidia o ineptitud en la burocracia, monta en cólera. Son famosos los “fidelazos” y, cuando se producen, su decisión se impone sin más discusión.
Es una lucha continua de mantener el contacto con la realidad y por tener asesores que se atrevan a decirle la verdad. Por fin, surge el tema de Gutiérrez Menoyo. Él mismo lo saca a la palestra: “Es un tema que me lo planteó Felipe [González] hace tiempo. Sin embargo, tuvo la delicadeza de no presionarme. No acepto en ese sentido ninguna presión del exterior. La delicadeza de Felipe González y el nerviosismo que noté en su entorno al respecto, me forzaron por deferencia hacia él y a España a aceptar esa decisión”.
Sigue una larga enumeración del trabajo de la CIA, de los intentos de atentados contra su persona, de la labor de Radio Martí, que rompió los contactos con Estados Unidos el pasado año y del trabajo de contraespionaje norteamericano.
Vuelve al tema con España y considera interesante la propuesta del presidente González de organizar una Olimpiada Cultural con ocasión del V Centenario. En este tema su postura parece haber evolucionado sustancialmente. De la dura crítica inicial o de la suspicacia en cuanto a la labor española, se ha pasado a un apoyo y participación al parecer sincera. “Se pueden hacer grandes cosas en este reencuentro con España. Queremos ser además los portavoces de América Latina en la Olimpiada de Barcelona”, añade convencido el líder cubano.
“Con una sorprendente veracidad intelectual, Fidel Castro imprime a cualquier asunto, desde la gastronomía hasta la deuda externa del Tercer Mundo, una importancia trascendental”, afirma en su libro Fidel y la religión Frei Betto. Lo que es cierto y más probable es que de buna para unos o mala gana para otros muchos habrá que aceptar a esta personalidad abrumadora. Ha “gastado” ya a seis presidentes de los EEUU y hasta Reagan, a pesar suyo, parece admitir que no podrá sobrevivirle políticamente.
En Cuba todo indica a primera vista que Fidel Castro conserva una popularidad mucho mayor de lo que creen, por ejemplo, los exiliados que desde Miami periódicamente especulan con la salud del máximo líder cubano. A pesar de las críticas al sistema, Fidel sigue siendo muy popular. Después de su segundo almuerzo en menos de tres horas, Fidel Castro como despedida se toma su segundo añejo.