The Substance, la satírica película protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley, plantea los imposibles estándares de belleza de Hollywood. Un tema recurrente en la meca del cine estadounidense y replicado en otros ambientes glamorosos del espectáculo, pero que en esta ocasión, rebasa las propuestas del atractivo femenino que critica la tiranía de la juventud y la belleza de una manera salvaje e inusual.
El compromiso físico y emocional de ambas actrices fue tan intenso que enfermaron y perdieron peso, no por exigencias técnicas del sino por el guion y la demanda de los personajes. Tanto para Moore, de 61 años, como para Qualley, de 29, los desafíos de la directora Coralie Fargeat, las colocaron al límite y sobrepasó una actuación.
Moore hace el papel de Elisabeth Sparkle. Una estrella de primera línea, pasada de moda y repentinamente despedida de su programa de fitness en televisión, justo el día de su cumpleaños debido a su edad. Entonces, un laboratorio se pone en contacto con ella y le ofrece una “sustancia” inyectable que la convertirá en la “mejor versión” de sí misma: “más joven, más bella, más perfecta”.
El filme fue presentado en el Festival de Cine de Cannes y recibió el premio al Mejor Guion. La cinta ha animado a la revisión de estos estándares de belleza. The Guardian escogió a cuatro escritoras para que ventilen sus opiniones sobre el polémico tema.
‘V’, anteriormente Eve Ensler, dramaturga, feminista, activista estadounidense y autora de Los monólogos de la vagina; Arwa Mahdawi, escritora, oradora y consultora de negocios, nacida en Londres y radicada en Nueva York; Laura Barton, escritora de rock y música pop para varios medios ingleses Kate McCusker, editora de redes sociales en Dezeen y que trabajó en Marie Claire y Monocle.
‘V’: Al diablo con los estándares de belleza
“Recuerdo ver a mi madre en su tocador cepillando su largo y fino pelo rubio, que volaba a la luz del sol como una telaraña. Luego, con cuidado y pericia, envolvía esos delicados mechones amarillos con horquillas. Sujetándolos y moldeándolos en el perfecto giro francés. Recuerdo que me veía reflejada en ese mismo espejo justo detrás de ella y pensaba: ‘Es rubia y perfecta. Ha entrado en un mundo que yo nunca conoceré. Soy morena y tengo lunares en la cara. Mi pelo es liso y sin sentido. Ya parezco triste’”
“También recuerdo que cuando se cortó el pelo mi padre dejó de hablarle durante semanas, porque a todos los efectos era de su propiedad. Y recuerdo que pensé: a la mierda la belleza. A la mierda complacer a los hombres. Nadie será jamás dueño de mi puto cuerpo. Dejé de depilarme las axilas y las piernas. Me negué a llevar sujetador. Me puse monos y botas Frye. Tuve mucho sexo. Casi bebo hasta morir”.
“A los 40 años (ahora tengo 71) me obsesioné con tener un vientre no plano. Hablé con mujeres sobre lo que significa ser bella. Conocí a una señora casada de unos 60 años de Beverly Hills que se tensó la vagina como regalo de aniversario a su marido. Conocí a una mujer que se había sometido a 26 cirugías plásticas porque creía que sería perfecta y seguro alguien la amaría. Conocí a otra en un campo, bajo un árbol de marula, en el valle del Rift, Kenia. Le pregunté si estaba obsesionada con ser guapa. Señaló al árbol y me dijo: ‘¿Dices que este árbol es más bello que aquel otro? Tú eres un árbol. Yo soy un árbol. Tienes que amar a tu árbol”.
Arwa Mahdawi: Castigar y controlar el cuerpo
Se adentró en el significado y consecuencias de los estándares de belleza y la salud. “Tuve un roce con la anorexia cuando era adolescente y no fue bonito. Se me cayó el pelo, mi piel adelgazó. Tenía un aspecto triste y esquelético. Pero ocurrió algo interesante, las chicas de mi colegio en Manhattan de repente se interesaron más por mí. Chicas de círculos más populares que nunca se habían fijado en mí de repente empezaron a hablarme. Era como si al empequeñecerme hubiera crecido en su estima”.
“Mis problemas alimenticios no estaban directamente relacionados con los estándares de belleza. Se trataba más bien de una necesidad de control. Pero aprendí una temprana lección de vida: las mujeres que castigan y controlan su cuerpo son respetadas. Una mujer en paz con su cuerpo, feliz con sus bultos e imperfecciones, puede ser vista como algo carente. Mientras que una mujer en guerra constante con su cuerpo es alguien a quien admirar”.
“Navegar por los estándares de belleza significa caminar por una cuerda floja”. Cuenta que su primer trabajo fue como abogada en un bufete. Los tacones altos se consideraban profesionales y durante años se destrozó los pies metiéndolos en un calzado precioso pero tortuoso. “Hasta que una vez mi jefa me dijo que no me maquillara porque la gente me tomaría más en serio”. “Dejé la abogacía para dedicarme a la publicidad, las reglas eran distintas. Salvo Hollywood, hay pocas profesiones tan obsesionadas con la juventud y la belleza. A veces pienso en volver a trabajar a la publicidad, pero, a mis 41 años, he envejecido. Es difícil encontrar mujeres mayores de 45 años en las agencias”.
Laura Barton: Maneras de ‘desviar el río’ o cómo llegar a la madurez
“A los 20 años trabajé un tiempo como redactora de belleza y probé un sinfín de pociones y procedimientos: cremas faciales, bronceados falsos. Máquinas que introducían corrientes electrónicas en los muslos, tratamientos faciales de acupuntura con agujas de punta de oro. Era antes de la época de los rellenos dérmicos y los relajantes de arrugas. La época en la que aún nos reíamos de las famosas con sus labios rellenos de colágeno”.
“Hace un par de veranos, en una cena, descubrí que era la única mujer de la mesa que no había probado el bótox. Gracias a una cuidadosa combinación de agua, dieta, ejercicio y genética he mantenido a raya la decisión de unirme o no a ellas. Pero sé que llegará. Me limito a desviar el río frente a los estándares de belleza de hoy».
“Ahora tengo 46 años, y me gustaría decirles algo maravillosamente cierto: cuanto más viejo te haces, menos te importa. Pero mientras escribo estas palabras, no sé muy bien qué quiero decir con ellas. ¿Es que ya no me importa llevar maquillaje cuando salgo de casa? ¿O que me parece intrascendente que la gente se haga cirugías plásticas o tome ‘The Substance’? Quizá ambas cosas. Quizás lo que intento decir es simplemente que ahora veo lo que realmente soy: que por fin me he convertido en una criatura, con necesidades de criatura”.