Guillaume Labrude, Université de Lorraine
El 6 de julio de 2018 Japón contiene el aliento. Shoko Asahara, fundador de la secta Aum Shinrikyo, y sus cómplices más destacados son ejecutados en la horca por diversos crímenes, el más espectacular de los cuales es el atentado con gas sarín perpetrado en el metro de Tokio el 20 de marzo de 1995. Murieron 13 personas y otras 6 300 resultaron gravemente heridas.
En 1997, el novelista Haruki Murakami, galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2023, publicó Underground. La obra periodística relataba estos trágicos sucesos a través de su visión como japonés y también a través de los testimonios de algunos miembros de la secta criminal y de supervivientes del atentado.
La sociedad japonesa a través del prisma de la tragedia
Underground se abre con un mapa de las líneas de metro afectadas por el atentado. Esto ofrece al lector la posibilidad de situar geográficamente la historia que se desarrollará a lo largo de 500 páginas.
El prefacio se detiene, mediante una nota a pie de página, en la historia del arma utilizada. El gas sarín fue desarrollado por los nazis en los años treinta y también fue utilizado por Irak durante el genocidio kurdo. Una gota de sarín del tamaño de la cabeza de un alfiler es suficiente para matar a una persona.
Al comenzar su libro de esta forma, Murakami establece algunos elementos narrativos escalofriantemente pragmáticos: el autor no pretende idealizar el suceso, sino relatarlo de la forma más directa y realista posible. La idea no es necesariamente hacer vivir al lector la pesadilla que sufrieron los tokiotas minuto a minuto, pero sí relatar el conjunto de los acontecimientos siendo lo más fiel posible a la realidad.
Murakami toma como punto de partida la carta de una lectora de la revista Ladies’ Home Journal que relata el despido de su marido incapacitado para trabajar tras el envenenamiento con sarín. Así el autor pone de relieve las carencias de la cultura laboral japonesa:
“Como si no bastara con ser víctima de una violencia puramente arbitraria, este hombre había sufrido una ‘victimización secundaria’ (la insidiosa y penetrante violencia cotidiana dentro de la empresa). […] Por alguna razón, sus colegas habían estigmatizado a este joven empleado –‘¡Eh! Ese es el tipo del ataque raro’ – sin que él se encontrara nunca con esa imagen de sí mismo”.
Tras realizar numerosas entrevistas de enero a diciembre de 1996, Murakami recopila una cantidad astronómica de textos que reelabora para evitar repeticiones, vacilaciones y digresiones. Organiza el conjunto para dar cuenta lo mejor posible de los acontecimientos, de su impacto en la sociedad japonesa, pero también de lo que revelan.
Rechazo a hablar
El autor fue en busca de material para Underground con el apoyo de dos ayudantes, Setsuo Oshikawa y Hidemi Takahashi. Y en ocasiones se encontraron con dificultades con la política de protección de testigos y víctimas.
En muchos casos, sólo los tokiotas que figuraban en las listas oficiales de los hospitales publicadas en los medios de comunicación pudieron hablar con el equipo de Murakami. La presión social y el miedo ligado al “aura” del gurú también amordazaron ciertos testimonios. Esto reforzó la propensión de los ciudadanos y trabajadores de Tokio a mantenerse dentro de un determinado marco, a no armar jaleo y a minimizar la tragedia para no alterarlo todo, aunque ello supusiera hacer la vista gorda:
“Tras la detención de los principales miembros de la secta Aum, la gente tenía menos miedo a las represalias, pero seguían negándose –‘Mis síntomas no son realmente graves, no merece la pena hacer declaraciones’–, o, en más de un caso, los propios supervivientes estaban deseando hablar, pero sus familias se oponían […] También hay pocas entrevistas con mujeres, porque era más difícil localizarlas sólo por su nombre. Las muchachas solteras en Japón –y esto es pura conjetura por mi parte– no aprecian que unos desconocidos les hagan preguntas”.
En su afán por evitar acabar con, como él dice, “una colección de voces sin cuerpo”, Murakami se propuso interrogar a sus testigos sobre sus antecedentes, su escolarización, sus familias y, sobre todo, sus trabajos, para hacerlas más humanas, más profundas, más representativas de la diversidad de Tokio.
Esto es lo que hace de Underground una historia impactante, contada desde la perspectiva de un ser humano, guiada por el deseo periodístico de captar la verdad del momento.
La imparcialidad de un relato importante
Murakami no se contenta con los relatos de los supervivientes; también le interesan la visión y las palabras de los discípulos de la Verdad Suprema de Aum.
La secta sincretista, gobernada por Shoko Asahara, contaba con miles de miembros, a menudo de entre 20 y 30 años y en su mayoría licenciados. Entre ellos había expertos jurídicos o científicos, obviamente al servicio de los intereses de la secta a la hora de defender o atacar.
Aum también se regía por la tecnología (o la apariencia de dominio tecnológico), y Asahara utilizaba extraños cascos con electrodos destinados al “control mental”, así como diversos vídeos que iban desde el clásico programa de propaganda hasta el anime en el que aparecía como un auténtico superhéroe.
Ya fuera a través de vídeos burdamente falsificados o de un dibujo animado perfectamente infantil, Shoko Asahara estaba decidido a hacer creer a su pueblo que poseía poderes extraordinarios.
Dar voz a quienes voluntaria o involuntariamente cayeron en las redes del gurú es de vital importancia no sólo para la imparcialidad de la narración. También lo es para captar la necesidad, a veces acuciante, de quienes, sintiéndose desubicados en una sociedad regida por el rendimiento, desean unirse a una corriente más espiritual a riesgo de ser manipulados por un individuo.
En Underground, Murakami presenta a cada uno de sus interlocutores a través de un texto que destaca elementos clave de sus vidas y personalidades. Ya se trate de los supervivientes o de los miembros de Aum, el tipo de presentación sigue siendo el mismo, a veces correlacionando o contrastando ciertos rasgos del carácter de los individuos con el lugar que ocupan en la historia.
Aunque la segunda parte del libro, dedicada a las entrevistas con los miembros de la secta, es menos extensa que la primera, que se centra en los supervivientes y sus familiares, Murakami presenta ambos lados sin llegar a enfrentarlos.
Los conecta a través de sus intervenciones personales o del trazado de la novela. También extrae una conclusión humanista que apunta a los trastornos de una sociedad totalmente basada en la apariencia, la eficacia y la necesidad incesante de producción y renovación. Una sociedad que abandona al individuo y lo transforma en autómata. Por eso es fácil comprender que algunos siguieran ciegamente a un individuo que se presentaba como divino, movido por una extraordinaria sed de poder y que pretendía dar un golpe de Estado. Tras su detención, Shoko Asahara fue depuesto, pero Aum sigue existiendo bajo el nombre de Aleph.
Al incluirse a sí mismo en su propia historia, Haruki Murakami subraya que los sucesos del 20 de marzo de 1995 y sus repercusiones no sólo conciernen a las víctimas y miembros de Aum Shinrikyo, sino también al conjunto de los ciudadanos japoneses.
Los periodos turbulentos de la historia no pueden analizarse a través del prisma simplista de una dicotomía bien/mal que el autor rechaza en el prefacio de su obra. Muchas cuestiones sociales siguen estando de actualidad, empezando por la gestión de la pena de muerte en Japón. Underground tiene ya más de 25 años, pero desgraciadamente sigue de actualidad por las cuestiones que plantea sobre el oscurantismo, la presión social y la seguridad interior.
Guillaume Labrude, Docteur en études culturelles, Université de Lorraine
Publicado en The Conversation. Lea el original.